La chica de los sueños locos

Capítulo 08

CAMILA

—Y… ¿Cómo van las cosas en tu trabajo?

La pregunta hace que me detenga de llevar el tenedor con comida a la boca. Levanto la mirada hacia mi acompañante, sus ojos color marrón brillan con una picardía propia de quien pregunta algo con doble intención.

—Pues bien —me limito a decir.

Él asiente, se despeina el cabello de color castaño claro, casi rubio, y sonríe a labios cerrados. No puedo comer así, dejo el tenedor de regreso en la mesa y lo encaro de una vez, es obvio que Melanie ya lo ha puesto al corriente de todo.

—No estoy ligando con mi jefe, si es lo que crees. A ese amargado no hay ni cómo llegarle —espeto.

Santiago amplía la sonrisa sin poder ocultar más su curiosidad y se inclina sobre la mesa acunando su rostro con las manos, se ve tan tierno que dan ganas de contarle todo, esa es su arma secreta, no puedo caer.

—¿Y a ti te gustaría llegarle? —Alza y baja las cejas con picardía.

—¡Ni loca! No, en absoluto. No sé qué es lo que te ha estado diciendo Mel, pero te aseguro que el noventa por ciento es mentira.

—Ella no me ha dicho nada.

—¿Entonces cómo sabes? Dudo mucho que al fin hayas adquirido telepatía.

Melanie está en la cocina del restaurante, según me dijo quiere que deguste un postre nuevo que quizás Santy acepte poner en el menú, para eso vine luego del trabajo, y bueno, para buscarla a ella, ya que estamos.

—Bueno, lo admito, quizás me haya contado alguna que otra cosita.

—No he follado con él, no tengo intenciones de follar con él y en definitiva no follaré con él. Mi vida amorosa está más muerta que la tuya, Santy, así que no te hagas expectativas surrealistas.

—Nunca digas nunca, hermosa.

—Santy…

—De joven yo no quería aceptar que no me gustan las vaginas, y mírame hoy, lo admito con una amplia sonrisa y gozo de mis preferencias. Soy el ejemplo vivo de esa frase.

Santiago, amigo desde la primaria, consejero amoroso durante la secundaria, colega en mis locuras y mi mejor amigo gay en la actualidad. Ese es él. Sin embargo, esta vez no está siendo realista. ¿Enredarme con mi jefe solo porque tuvimos una cita a ciegas? No, gracias.

—Tú, Santy, tú. Yo soy otra historia.

—Guerrera de mil batallas, lo sé. —Sacude la mano como para alejar esas ideas de mi cabeza—. Mejor come o se enfriará.

Hago caso. Santiago es el dueño de este local, Melanie trabaja para él desde que lo inauguró, aquí es donde ha pulido sus habilidades culinarias y puesto en práctica sus cursos de gastronomía y repostería. Ambos comparten el amor por la cocina, también se conocen desde pequeños. Siempre hemos sido como «Los tres mosqueteros» o «Los tres chiflados», éramos muy unidos y lo seguimos siendo inclusive cuando Melanie se cambió de ciudad a los dieciséis. En la actualidad, Mel y Santy son mis mejores amigos, como siempre lo han sido.

—Por cierto, ¿qué tan guapo está tu jefe?

Y lanza esa pregunta justo cuando estoy tragando el bocado de fideos con albóndigas, me ahogo, comienzo a toser, Santy se apresura en pasarme un vaso con agua que uso para terminar de pasar esos alimentos por el esófago.

Mierda, no me esperaba eso y no sé cómo contestar, ¿cómo decirle que lo que David tiene de serio y amargado, también lo tiene de guapo? Y más difícil todavía, ¿cómo decirle que me parece jodidamente atractivo sin que se lo tome como un «me lo tiraría sin dudarlo»?

—Serás imbécil. ¿Para qué quieres saber eso? —Mi voz suena algo ronca, joder, que por poco se me va un fideo por la tráquea y no por la faringe—. Encima casi haces que me mate, ¿podrías cargar con mi muerte en tu conciencia, eh?

—No pensé que reaccionarías así —alega—. Pero, a juzgar por tu actitud, seguro que está para comérselo.

No puedo negarlo…

¿Qué? ¡No!

—Si lo estuviera, a mí me da lo mismo. Es mi jefe, Santy, je-fe, ¿sí lo entiendes?

—¿Y qué tiene? Yo me he tirado a varios de mis jefes, lo disfruté mucho, deberías probarlo. —Me guiña un ojo juguetón.

—Ay, joder. Tú no tienes remedio —bufo antes de seguir comiendo.

La ventaja de estar aquí un jueves por la noche a más de las diez es que Santy y Mel me dan de comer cosas deliciosas. Jamás voy a quejarme por ser su conejillo de indias, si todo lo que hacen les sale de maravilla.

Además me viene bien distraerme. Solo llevo cuatro días trabajando para David y me ha costado adaptarme a él, más porque parece que hay una posible campaña en puerta y mi queridísimo jefe —nótese el sarcasmo— ha estado más ensimismado que nunca; entra a las ocho de la mañana, como debería, pero no sale a comer, sino que me pide que ordene comida (todos los días algo diferente), le preparo café más de cuatro veces, llevo y traigo papeles, contesto y paso llamadas, y encima salgo a las nueve o diez de la noche porque él decide quedarse hasta tarde adelantando trabajo.

Todo esto se traduce como: agotamiento físico y mental. No sé cómo hizo Avril para acostumbrarse a David, pero ojalá tuviera su número para preguntarle, porque si mi jefe será así cada que tenga trabajo, entonces no quiero ni imaginarme lo que pasaría si este tipo de cosas sucedieran más a diario.

—Solo quiero saber —alega Santy—. No has salido con nadie desde Aarón, no está mal ampliar tus horizontes, ¿no crees?

Y dale la burra al trigo.

Primero fue Lisbeth, ahora Santy, ¿por qué todos quieren recordarme al idiota de mi ex? Aarón quedó en el pasado. Hace más de un año que no paso por Cat Coffee justo para no encontrarme con él, tuve que dejar de comer las deliciosas medialunas de ese lugar porque no quiero verlo. ¿Tan difícil es entender que no quiero ni pensar en él?

—No ampliaré ningún horizonte con mi jefe, menos con un jefe que es el mejor amigo del exnovio de mi mejor amiga.

Santiago enseria un poco la expresión al fin, seguro que Melanie ya le habrá contado la misma historia que a mí, lo cual hace que ambos nos quedemos callados por un momento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.