La chica de los sueños locos

Capítulo 10

CAMILA

A veces me sorprendo a mí misma con cualidades que ni yo conocía, y no puedo evitar pensar en eso ahora mismo.

En ocasiones creo que soy demasiado amable; no pude negarme a ayudar a Lorena cuando me escribió esta mañana. Y a pesar de estar muy cansada, vine puntual hasta el edificio de mi amiga a ayudarle con unos paquetes que debe llevar hasta su nuevo local, todavía lo está ambientando, no está inaugurado.

Sin embargo, está tan emocionada que ni siquiera repara en que sus pasos van demasiado rápido, trato de seguirle el ritmo mientras bajamos las escaleras, pero las cajas tambaleantes y yo no congeniamos como deberíamos; se me caen.

—¡Mierda! —Me detengo a recogerlas todas y Lorena maldice entre dientes.

—¿Qué te tiene tan despistada hoy, Camila?

—Joder, no soy pariente de Superman para no perder el equilibrio si caminas como si te estuvieran apurando.

Me enderezo una vez que recojo todas las cajas y acabo dando un respingo cuando el sonido de un portazo sacude el edificio.

Vaya locos viven aquí.

—¿Ya estás? Tengo prisa, Camila.

—Agh, sí. Vamos. —Vuelvo a la tarea de acarrear cajas por detrás de Lorena.

Llevo toda la mañana haciendo esto, subir y bajar las escaleras tantas veces no me parece divertido, aunque primero fatigada antes que subir a esa cosa llamada ascensor. Gracias, pero paso.

Lisbeth aparece con el auto justo cuando llegamos al lobby: ella ha estado llevando las cajas desde temprano, ya pasa del mediodía y todavía no he probado bocado, las tripas me rugen en protesta durante los siguientes minutos. Por lo menos ya es el último viaje que nos toca hacer.

—Y… listo —anuncia Lorena.

—¡Al fin! —Lisbeth se ríe cuando brinco de felicidad—. Ahora me pagarás un almuerzo exquisito, ¿cierto? —Codeo a Lore—. Me has tenido toda la mañana de acá para allá, me merezco algo sabroso de comer.

—¿Te conformas con un almuerzo en Sabor a Amor?

—¡La duda ofende! Iré por mis cosas y nos vemos allá.

¿Ir al restaurante de Santy para comer alguna de sus delicias? No podría negarme ni muerta. Aparte el hambre me mueve más que cualquier otra cosa, en estos momentos no puedo pensar en nada que no sea llenar el estómago.

—Okay, cierra cuando salgas. —Lorena me lanza las llaves del departamento—. Ah, y asegúrate de que no hayamos dejado nada, ya sabes, por si las dudas.

Asiento y regreso al interior del edificio, voy dando saltitos de alegría ante el solo hecho de saber que iré a almorzar algo delicioso. Subo las escaleras con la energía renovada en un mil por ciento, tengo que recoger mis cosas, cerrar la puerta, buscar mi moto y me voy.

No me detengo hasta llegar al piso de mi amiga, entro al departamento, corro buscando mi chaqueta de cuero, el casco, la mochila y el celular que dejé cargando. Me pongo la chaqueta, guardo la mayor parte de las cosas en la mochila, doy una ojeada general para cerciorarme de haber llevado todas las cajas y salgo con el casco en la mano.

Tras girar la llave dos veces, la echo en uno de los bolsillos de mi mochila, busco las de mi moto y, con el casco en una mano y las llaves en la otra, retomo el rumbo por las escaleras.

La felicidad me lleva a tararear una canción aleatoria, aunque dejo de hacerlo al bajar un solo piso y… ¿ese de ahí no es David? Porque, si no me equivoco, el hombre de pie delante del ascensor, con una mano en el bolsillo del pantalón y con la otra en el celular que mantiene presionado contra su oreja, es demasiado similar a él.

«Por cierto, ¿qué tan guapo está tu jefe?», la voz de Santy resuena en mi cabeza, «A juzgar por tu actitud, seguro que está para comérselo».

Por primera vez en más de una semana, me permito mirarlo: El cabello lo tiene bastante más revuelto de lo que estoy acostumbrada a ver en la oficina, lo cual le otorga un aire casual y relajado; la mandíbula y la manzana de Adán resaltan con más razón al no estar usando camisa y corbata; asimismo la piel desnuda de sus brazos revela los vellos producto de la testosterona y define la forma de sus músculos al tensarlos con cada movimiento… Mierda, no puedo negar que el amargado tiene lo suyo.

Un atractivo que prevalece aún en su seriedad y que reluce cuando sonríe, han sido escasas las ocasiones en que lo he visto hacerlo, pero cada momento en que ha sucedido permanece fresco en mi memoria.

David, con su aire altivo y distante, con un porte serio, con la actitud amargada y fría, sigue siendo atractivo, quizás por ese aire de misterio o… esos ojos. No los había visto en nadie antes de él, verde claro, verde místico, verde irreal. No como yo, que me confundo entre un mar de ojos idénticos a los míos. Él es diferente. Él no está deteriorado.

La cena de anoche con su familia me permitió conocer una faceta que ni siquiera imaginaba que existiera; David se suelta mucho más cuando está con ellos, quizás no tanto porque Melanie y yo estábamos ahí, pero la forma en que hablaba y se desenvolvía dejaba en evidencia su versatilidad.

Además… descubrí que fuma. No lo habría imaginado jamás, tiene la apariencia de ser alguien sano y limpio de cualquier vicio, ya me queda claro que las impresiones que tengo respecto a él están demasiado lejos de la realidad.




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