CAMILA
Bajo de la motocicleta tratando de recuperar el cien por ciento de la sensibilidad en mis extremidades, en lo cual fracaso, mi cuerpo todavía no se recupera de ese estúpido ataque. Lágrimas de rabia se arremolinan detrás de mis ojos mientras subo las escaleras hacia mi departamento. Hace mucho que no padecía un ataque así de fuerte y menos por culpa de otro ser humano.
Nahuel…
No. No quiero pensar en él.
Me seco las lágrimas con la mano libre, en la otra traigo mi casco, el cual parece pesar toneladas, mis dedos lo dejan caer y la frustración me puede. Me acuclillo para tomar el objeto, pero no puedo contenerme más. He estado todo el día tratando de superar este episodio y… no lo he logrado
Le doy rienda suelta a mis emociones llorando en silencio a medio camino, dejo que mi rostro se empañe y que mi cuerpo tiemble. Esto ya no es por el ataque de pánico, me jode, pero sé que se debe a él.
Nahuel…
Creí que había escuchado mal, creí y quise creer que lo había entendido de manera errónea. No fue así. Lo escuché bien aquel día: «Los Mikhaylov». Nahuel Mikhaylov y… mi Voldemort Mikhaylov. Tengo prohibido decir su nombre, me lo prometí. Me dije que no volvería a llorar por él, estoy tan decepcionada de mí misma. No pude controlarme. Dejé que Nahuel colapsara mis emociones retenidas con respecto a su familia. Y lo peor es que me vio, Nahuel lo vio todo, me reconoció.
Uso las manos para cubrirme la boca. No quiero que mis sollozos lleguen más allá. No quiero que Melanie me escuche. No quiero que mis vecinos me escuchen. Quiero ser invisible, desaparecer por un rato. Quiero dejar de contenerme, y ahora puedo. En este momento estoy soltando todo eso que he estado reteniendo e ignorando, y ni siquiera me importa cuando el celular comienza a sonar a mis espaldas dentro de la mochila, no contesto los mensajes ni las llamadas que empiezan a llegar como si alguien me estuviese necesitando con urgencia.
No estoy para nadie. Ni siquiera he estado para mí, ¿cómo podría dejarme de lado justo que acabo de colapsar? No puedo. No tengo fuerzas.
Nahuel…
Un sinfín de recuerdos me sacuden, me veo a mí misma siete años atrás, cuando mi vida era menos complicada que ahora, cuando Nahuel y Voldemort venían a verme, cuando estudiábamos juntos o salíamos en grupo para hacer cualquier cosa. Todo eso que quise borrar de mi mente regresa y me arrastra como un huracán.
Porque no importa cuánto haya intentado olvidarlo, las personas que fueron importantes jamás se olvidan, sus huellas no se borran por mucho que duelan ni por mucho que tú lo quieras.
La respiración se me dificulta de nuevo, solo que esta vez no se trata de ningún ataque, sino de los sollozos escapando de a poco, es mi cuerpo queriendo expresarse, rebelándose en mi contra.
—¿Camila?
Me detengo, contengo la respiración, aunque las lágrimas no hacen caso.
Esa voz... No…
—Camila.
—No me mires… —suplico al darme cuenta de que intenta acercarse—. Por favor, no… no me mires.
No hace caso y se acerca más. Intento limpiarme las lágrimas lo más rápido que puedo y ponerme de pie, no importa lo que haga, no logro disimular mi estado emocional. El casco queda en el piso, trato de levantarlo, él no me deja.
—Camila.
—Por favor, no… no me mires… No. —Niego con la cabeza, no levanto la mirada, tiemblo—. Estoy bien, por favor, solo no me… No me mires.
—Eres una tonta —suspira—. ¿Por qué te escondes de mí, si te he visto en peores momentos que este?
—Estoy bien —repito, más para mí que para él.
—Mírame, Camila.
—No puedo…
—Mírame.
Levanto la mirada lentamente, temerosa de encontrarme la misma expresión de hace seis años, pero no… No hay miedo, solo… preocupación en sus ojos azules, tan intensos como el mismo Océano Pacífico, una inmensidad que me arrasa y en la que encuentro consuelo cuando sus manos acunan mi rostro.
—Vine a visitarte porque te echaba de menos, tal parece ser que mi instinto de hermano mayor supo que algo no iba bien.
—Joel…
—Ven aquí, Cami. —Y me abraza, mi cuerpo sigue temblando, me aferro al suyo para no caer, para no perderme de nuevo.
Abrazo a mi hermano mayor, a quien siempre ha estado ahí para mí, quien sigue estándolo. No lo controlo más. Dejo que los sollozos salgan libres al igual que las lágrimas. Exteriorizo miles de cosas que me había guardado desde hace años, cosas que ni siquiera en mis peores momentos quise demostrar porque ya tenía demasiada mierda encima como para querer empeorar la situación.
—No estoy bien —admito entre hipidos.
—Lo sé.
—No puedo… No puedo sola en este momento.
—También lo sé. —No deja de acariciar mi cabello y transmitir su calor corporal, el cual me hace sentir protegida—. Por eso estoy aquí.
—Volvió a suceder… —confieso—. Recaí… Joel, recaí… Volví a sentir que moría.