La chica de los sueños locos

Capítulo 14

CAMILA

Melanie me analiza de pies a cabeza en cuanto me ve salir del cuarto. Mi hermano, quien está sentado en el sofá fingiendo ver una serie, trata de contenerse y aparenta que no lo ha notado. Pero, vamos, es obvio que está igual o más intrigado que Mel.

Voy hacia la cocina por un vaso de agua, lugar en el que me espera mi mejor amiga. Ella, con el cabello recogido en un moño, reposa sobre uno de los taburetes como si anduviera a caballo —como una dama con las piernas hacia un solo lado— y sobre la isla descansan dos tazas de té helado… Okay, no puedo negarme a eso.

Me siento frente a ella, caigo en la trampa, la muy maldita conoce mis debilidades.

—Estás muy bonita —comenta con fingido desinterés antes de darle un sorbo a su taza.

—Gracias.

Me hago la tonta, tomo mi taza y bebo un poco. Amo el té helado, Mel lo sabe, por eso lo usa como soborno; quiere información. A mí no me engaña, su objetivo es descubrir cuál es el motivo de que esté usando un vestido blanco holgado con tirantes, el cual se ciñe solo en la cintura como si tuviera una especie de cinturón, sin mencionar las sandalias color beige, maquillaje y cabello controlado —me tomó más de una hora dominar mis ondulaciones—. O bueno, en realidad quiere saber con quién voy a salir, aunque seguro ya lo sospecha, su sonrisa petulante me desvela que conoce más de lo que pretende demostrar.

—¿A dónde vas esta noche? No habías salido a ningún lado sin Joel, has estado casi todo el tiempo desde que vino. No es que su presencia me moleste, eh, pero se me hace inusual que salgas sin él.

—Me invitaron a cenar —comento—. Fue algo inesperado, no estaba en mis planes, así que supongo que tendrás que lidiar con ese loco en lo que no estoy.

—¡Te escuché! —protesta él desde la sala.

—¡Lo dije para que oyeras!

Regreso la mirada a Mel, sigue viéndome con una sonrisa pequeña, la ceja enarcada con ligereza y un aire de alegría mal disimulado.

—¿Y se puede saber quién fue? Porque para que dejes a tu hermano a la deriva, dudo que sea cualquier extraño. ¿Estoy en lo correcto?

Asiento. David ya no es un extraño, para mí dejó de serlo desde la cena en casa de su tía, y algo me dice que para él fue igual. No lo demuestra, pero de un modo u otro me ha permitido inmiscuirme en su vida de a poquito.

Sé que fuma, que tiene una motocicleta que ni se molesta en usar pero que cuida como oro, que vive en el mismo edificio de Lorena, que se esfuerza como nadie para alcanzar sus objetivos —más que todo en el ámbito laboral—, que su exnovia tiene voz sexy, que su primo Simón es demasiado coqueto como para creer que sean familia y que tiene un extraño sentido del humor que solo demuestra si estamos a solas.

—Mel, ya déjate de rodeos. —Suspiro—. Sí voy a salir con David y sí, es una cena informal.

Sus mejillas se elevan por la amplia sonrisa que me dedica en ese momento y Joel carraspea desde la sala fingiendo que se le atoró algo en la garganta, no me lo ha querido decir, pero estoy segura de que mi hermano sigue aquí porque quiere estar presente en caso de que David y yo nos acerquemos demasiado —como novios, quiero decir—, lamento que se crea que algo así sea posible.

Sí, David es guapo y atrae a cualquier mujer que lo mire, pero eso no quiere decir que terminaré enrollada con él. Tampoco soy tan imbécil como para enamorarme de mi jefe, quien además es el mejor amigo de Austin.

—¡Y decías que…!

—No —la corto—. David no siente nada por mí. Yo no siento nada por él. Me invitó a cenar porque le hice un favor y quiere darme las gracias. Eso es todo. No te hagas expectativas entre él y yo o vas a acabar decepcionada.

Con eso, termino el té y me pongo de pie. El labial que elegí es indeleble, así que no hace falta retocarlo antes de salir.

Melanie queda boquiabierta. Joel pretende que no me escuchó. Ninguno me detiene cuando salgo del departamento.

El corazón me late un poco más rápido de lo que debería, no entiendo bien por qué, pero lo ignoro. Mi atención se desvía al pequeño bolso donde llevo el celular, y las llaves, dicho aparato vibra, lo cual me lleva a sacarlo para revisar; tengo un mensaje.

Desconocido: Su Uber la espera abajo, señorita, puede bajar si ya está lista.

Por un momento, solo por uno, llego a pensar que se trata de un error y de no ser por el mensaje que le sigue dudo que me hubiera dado cuenta de que en realidad se trata de él.

Desconocido: Ojalá no le haga frío viajando con un iceberg.

Carajo. Una carcajada brota de mi garganta antes de que pueda darme cuenta, tecleo una respuesta rápida, agrego su número a mis contactos y me encamino hacia las escaleras con más emoción de la que me gustaría admitir.

Camila: Convivo con un iceberg de lunes a viernes, no creo que haga mucha diferencia.

Bajo lo más rápido que puedo, la brisa de la noche me eriza la piel, el cambio de temperatura no me molesta, menos luego de ver ese Mercedes-Benz estacionado delante del edificio. No sé por qué estoy nerviosa, no es la primera vez que nos vemos fuera del trabajo, antes fuimos a comer en el restaurante de Santy, esto es casi lo mismo.




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