CAMILA
Tras mi profunda conversación con David, ya no puedo verlo de la misma manera. Es decir, ¿cómo iba yo a imaginarme que ese hombre tan reservado y sarcástico podría haber tenido una vida tan dura? Si él ni siquiera lo demuestra, al menos no con demasiada obviedad, pero ahora me doy cuenta de que las señales siempre estuvieron ahí.
Como ahora, por ejemplo, que vamos uno detrás del otro bajando las escaleras y Simón —que por milagro accedió a bajar con nosotros— no deja de decir tonterías que hacen que David bufe como un toro. Al inicio no le di mucha importancia a los gestos que demuestra hacia su primo, mas ahora sí: David ve a Simón como yo a Isa o a Bella, como un hermano menor que le saca canas verdes con sus bobadas y a quien adora.
Aparte, nunca me puse a pensar en su infancia, di por hecho que sus padres estaban por allí y que quizás tenía algún hermano, en ningún momento se me pasó por la cabeza que su madre hubiese fallecido cuando él era pequeño y que su padre hubiese sido tan mal ejemplo para él. Eso explicaría por qué David fuma, aunque hace varias semanas que no lo veo tocar un cigarrillo, quizás lo hace cuando yo no lo veo, no sé.
—¿Quieren conocer el hotel o salir a algún lado? —inquiere Simón luego de mucho molestar a su primo.
—Se nota que este lugar es inmenso, hay mucho que podemos ver —opino desde atrás, soy la última—. Primero me gustaría recorrer el hotel, si nos aburrimos podemos salir a hacer algo hasta la hora de la cena, pero dudo que eso vaya a suceder.
—Bien, vamos a conocer el hotel —sentencia David.
Las siguientes horas nos las pasamos en eso; hago todo lo posible por distraer al iceberg de todo lo que tuvo que contarme, quedó serio luego de eso, quiero que vuelva a reírse, me gusta más cuando sonríe. Consigo sacarle una que otra sonrisita de vez en vez, cosa que me alienta a seguir con mis esfuerzos.
Tras mucho andar llegamos al jardín inmenso del hotel, el cual tiene vista hacia el mar, es el último lugar que nos faltaba recorrer. En el centro hay una especie de cantina, aunque no parecen vender alcohol, sino más bien licuados, helados y así. ¡Genial!
—¡Vamos ahí! Quiero un licuado de fresas —chillo dando un pequeño saltito de emoción—. Me encantan las bebidas frutales.
Obligo a que mis acompañantes me sigan, ojalá no se hayan cansado de mí, porque lamentablemente tendrán que soportarme hasta que me regresen a casa.
—¡Hola! —saludo a la chica que atiende el pequeño puesto.
—Bienvenidos, ¿qué puedo servirles? Allí tienen el menú —informa señalando hacia arriba.
El menú se encuentra impreso en una especie de cartel sobre nuestras cabezas, paso a sentarme en uno de los taburetes que están por delante de la barra mientras examino las opciones. ¡Sí venden licuados!
—Quisiera un licuado de fresa, por favor —pido sonriendo.
—Yo uno de durazno —dice Simón.
David no sabe qué ordenar, tampoco tiene muchas ganas al parecer, así que decido darle prisa al asunto.
—¿Qué frutas te gustan?
—No soy caprichoso —comenta—, todas están bien.
—Perfecto. —Giro de nuevo hacia la chica—. Un licuado de ananá para mi novio, por favor.
—De inmediato.
Ella se aleja a preparar los licuados y Simón toma asiento a mi derecha, David queda de pie como una estatua.
—¿Qué haces? Siéntate. —Lo tomo de la mano y le obligo a acomodarse en el taburete junto a mí, al menos no se queja.
Me muevo sobre el taburete para acomodar la tela de mi vestido; es de color blanco con tirantes y escote en V, decidí ponérmelo antes de salir a recorrer el lugar, quería estar cómoda, el calor no es algo que me agrade.
—Por cierto, ¿qué te gusta más? ¿El frío o el calor?
David no parece sorprendido por la pregunta, creo que ya se ha acostumbrado a mis inquisiciones repentinas sin motivo aparente.
—Calor.
—¿Eh? ¿Acaso estás loco?
—¿Qué tiene de malo?
—¡Pues todo! ¿Es que te gusta transpirar como cerdo y derretirte?
—Los bombones ya estamos acostumbrados. —Se encoge de hombros como si nada.
Momento… ¿Acaba de hacer una broma? ¡Es la primera vez en toda la tarde! No puedo evitar sonreír, lo cual hace que «mi novio» arrugue el ceño.
—¿Por qué la pregunta?
—Porque a mí me gusta el frío, prefiero abrigarme y disfrutar de un chocolate caliente, a derretirme tratando de comer un helado que no dura ni cinco minutos. —Suspiro decepcionada—. Esperaba tener algo en común contigo, pero tal parece ser que venimos de mundos distintos.
—En eso tienes razón —opina Simón—: Tú pareces caída de otro planeta.
Le dedico una mirada de ofensa antes de mirar a David otra vez.
—¿Lo escuchaste? Acaba de decirme extraterrestre, está insinuando que soy una subnormal que no logra adaptarse a la sociedad humana porque no procedo del mismo planeta que ustedes los mortales.
—¡No quise decir eso! —alega de inmediato.