La chica de los sueños locos

Capítulo 20

CAMILA

Como era de esperarse, nuestro transporte fue escogido por los novios, por eso no me sorprende cuando bajamos y descubrimos diferentes limusinas haciendo fila para llevar a los invitados.

—¡Oh, esto es genial! —chilla Simón como niño de preescolar.

Está usando una camisa de manga corta color vino y unos jeans azules que combinan con sus zapatos negros, luce bastante mayor pese a comportarse de ese modo. Su cabello castaño sigue húmedo y los reflejos dorados brillan bajo la luz del sol.

—¡Vamos antes de que cierren las puertas!

Simón casi corre hasta el vehículo, David y yo nos comportamos más adultos y caminamos con calma. Claramente Simón sube primero, «mi novio» me ofrece entrar de segunda y él sube a mis espaldas, esta limusina va llena a tope, solo hay dos asientos libres. Simón no duda en pasar a sentarse entre dos chicas que aparentan tener más o menos su edad y yo giro a mirar a David sin saber qué hacer, él también parece algo perdido, al menos hasta que el chofer nota que todavía seguimos de pie.

—Tomen asiento, por favor —pide.

—Eh, no hay lugar —murmuro hacia David—. Creo que voy a elegir otra limu…

No termino de decirlo, porque David se sienta en el único sitio y me toma de la mano llevándome con él, no pide permiso, me hala haciendo que acabe sentada en su regazo… tal como anoche.

—Problema solucionado —sentencia.

Se me calientan las mejillas recordando nuestro beso, la embriagadora sensación de su boca sobre la mía, su cuerpo caliente, sus caricias suaves. Mierda, no puedo verlo igual luego de aquello, y menos después de que me haya coqueteado de forma tan directa, ¿qué clase de amigos se supone que somos?

—¿Seguro de…? —No termino de decirlo, alguien cierra la puerta desde afuera. Ya no queda de otra.

—Es más seguro de este modo a que vayas de pie —opina David, su aliento me roza la cara y el cuello, cosa que me descompone el estómago, y no de mala manera.

—Okay.

Su perfume letal, como siempre, se cuela en mis fosas nasales, cuesta horrores pretender que no quiero enterrar la cara en su cuello e inhalar aquel aroma desde cerca.

No quiero quedarme callada ni quieta o voy a morir de la vergüenza, así que decido pasear la mirada por el interior de esta lujosa limusina; Simón platica con las chicas a su lado como si las conociera de toda la vida y ellas se ríen de lo que sea que les está diciendo, no obstante, algo que me llama la atención es la escasa cantidad de varones. Sin contar a mis dos compañeros de viaje, solo hay tres hombres.

—¿Notaste que hay más mujeres que hombres aquí adentro? —susurro hacia David.

Y la gran mayoría de ellas están pendientes de nosotros, bah, no de nosotros, sino del hombre que me lleva sobre sus piernas.

—Quizás las limusinas se dividían por género.

—Es decir que todos los hombres de esta limusina se consideran mujeres. Vaya, qué sorpresa, David.

—No digas tonterías.

—¿Te ofende que ponga en duda tu hombría?

Sigo usando un tono irónico, es un intento desesperado para distraerme del hecho que estoy encima de él, para peor su atuendo de color negro solo me provoca una excesiva producción de saliva, mis glándulas se descontrolaron desde que lo vi dormido junto a mí esta mañana.

—Sí, ofende bastante, la verdad. ¿O a ti te gustaría que pongan en duda tu feminidad?

—Sé lo que soy, así que no. —Hundo un hombro—. La cosa aquí es que yo no sé qué tan fuerte es tu masculinidad.

Me doy cuenta de que acabo de entrar en terreno peligroso en cuanto una de sus cejas se levanta con burla, está a punto de contestar cuando, como por obra y gracia del destino, la limusina da un tumbo y frena de golpe, de modo que acabo rebotando sobre sus piernas, hubiese acabado en el suelo de no ser porque sus manos reaccionan a tiempo y me atraen hacia su torso.

—¿Estás bien?

Levanto la cabeza para mirarlo, me arrepiento de inmediato, quedamos tan cerca que nuestras narices se rozan y mis ojos no pueden evitar bajar hacia sus labios, trago saliva con pesadez.

—Sí, sólo me asusté. —Sonrío, nerviosa.

Todos —o casi todos— nos miran con atención, me pone incómoda y la posición en la que quedamos se da para muchas situaciones, no me molestaría volver a besarlo como posesa, pero en presencia de su primo no sería correcto. Decido acomodarme mejor sobre su regazo, él afloja el agarre a mi cintura para dejarme hacerlo, pero vuelve a envolverme con firmeza una vez que he encontrado una posición cómoda.

—¿Tú estás bien? —inquiero.

Es una pregunta tonta, pero la hago para no quedarme callada.

—Lo estoy, no te preocupes por mí, Cami.

Si todo de él me tiene con el corazón en la boca, que use el diminutivo de mi nombre solo empeora la situación. Será extraño, pero me gusta que aplique ese diminutivo para conmigo. Esbozo una pequeña sonrisa. Todos mis amigos se refieren a mí como Cami, me agrada que David forme parte de ese grupo de personas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.