La chica de los sueños locos

Capítulo 21

DAVID

—Eres un idiota —me reprocha por decimoquinta ocasión mientras acaba de secarse el cabello.

Suerte que el hotel cuenta con una zona donde proveen a los invitados de toallas, trajes de baño e incluso protector solar, de lo contrario tendríamos que ir chorreando hasta la habitación, nuestro rastro quedaría regado por más de veinte pisos.

—Fuiste tú la que me incitó a meterme en el mar, ¿por qué te quejas? —replico al mismo tiempo que reviso las fotos en la cámara de Yael.

Activé una función especial de ráfaga antes de meterme al agua, así que hay algunas fotos que no tomé de forma manual, son justo las que estoy mirando ahora: Aparece el momento preciso en que levanto a Camila sobre mi hombro y ella chilla como loca, rio entre dientes recordando su supuesto enojo, paso a la siguiente y… ¿A dónde están clavados sus ojos? No se percibe bien por el ángulo y la distancia, pero podría jurar que me estaba mirando el culo, ¿o es que soy demasiado mal pensado?

—Porque eres un idiota —replica de inmediato.

—Vaya argumento.

—Aunque al menos hiciste lo que te pedí, así que no puedo seguir quejándome —acepta al fin.

—¿Y no será hora de que me cuentes qué tanto hablabas con Nahuel esta mañana?

Mencionarlo provoca que se tense, desvía los ojos hacia un lado como si estuviese recordando ese momento. A mí casi se me baja la presión cuando entré al registro civil y la vi hablando con aquel sujeto, bueno, no tengo nada en contra de mi cliente, pero sí que me jode enterarme del modo en que trató a Camila cuando supuestamente eran amigos, y ni hablemos de Samuel, él tiene reservado un podio de oro entre las personas que más detesto actualmente.

—No fue nada —miente, la muy descarada.

—Ah, ¿sí? ¿Y por qué no me miras a los ojos?

Bufa entre dientes y vuelve a mirarme, sé que lo hace más por no darme la razón que por querer hacerlo, pero me basta y sobra para darme cuenta de que estoy en lo correcto.

—No voy a presionarte si no quieres hablar del tema —añado con tono conciliador—, solo recuerda que estaremos juntos y casi solos hasta mañana por la tarde, puedes hablar conmigo en cualquier momento o incluso después.

Como siempre, sus expresivos, grandes y tiernos ojos, se llenan de una emoción que no logro identificar, la cual acaba haciéndole sonreír.

—Serías un gran novio —murmura—. ¿Por qué no has intentado entablar otras relaciones amorosas luego de Charlotte?

Hago una mueca, no me gusta recordar esa época, tiempos oscuros, malos momentos… Okay, no todo fue malo; sí que tengo memoria para los días en que Charlotte y yo éramos felices, en la medida de lo posible, claro. Dijimos ser novios por besarnos y tocarnos un poco, pero sé que ninguno de los dos amaba al otro como nada más que simples amigos.

En realidad, jamás toqué a Charlotte como mujer, fue la única —hasta ese momento— que llegué a desear pero nunca a probar. Ella era «virgen», según me dijo, no estoy seguro de que eso fuese cierto, mas era motivo suficiente para que quisiera esperar y, durante nuestros meses de noviazgo, nunca estuvo lista para dar ese paso. Si le dijera esto a Camila, estoy seguro de que se reiría de mí de por vida, mejor me lo guardo.

—Creo que ya te había dicho que nunca me he enamorado de nadie, ¿cierto? Ni siquiera de ella. —No dejo de revisar las fotos, la amplia sonrisa de Camila me revela que hice un buen trabajo metiéndola al agua—. Además tuve una muy mala experiencia, ¿intentar salir con alguien y que me pongan los cuernos otra vez? Gracias, pero paso.

Una carcajada brota de su garganta, lo cual me lleva a mirarla en vivo y en directo. No mentí cuando dije que es muy fotogénica, no hay ni una maldita fotografía en la que se vea mal, aunque las fotos no se comparan ni un poco a verla de verdad: Se le forman pequeños hoyuelos en ambas mejillas al reír, sus ojos se achinan, las mejillas se le tornan de un ligero color rosa y sus dientes se dan a relucir, la vista que otorga debería ser considerada un privilegio.

No la he visto sonreír de ese modo delante de Nahuel o de Samuel, lo cual también es demasiado agradable, no voy a cuestionarme por qué.

—No me digas que quedaste traumado —se mofa.

—No exactamente, pero tampoco tengo ganas de volver a quedar como imbécil delante de nadie.

—Es decir que te da miedo.

—No me da miedo.

Enarca una ceja y deja la toalla sobre sus hombros, he de admitir que hice un gran esfuerzo para mantener mi atención en su cara mientras estábamos en el agua; es obvio que la ropa mojada se pegó a su cuerpo revelando la forma de su silueta y del maldito brasier que le vi esta mañana, es más, en este momento sigo luchando para mantener los ojos en los suyos.

—A mí sí me da miedo —admite de repente—. He tenido solo dos relaciones amorosas en mi vida, y esas experiencias me quitaron las ganas de volver a confiar en un hombre.

—Ah, gracias.

—No lo digo por ti —aclara— y, después de todo, tú y yo somos amigos. No es lo mismo hablar sobre mi vida contigo que hacerlo con alguien que quiera ligar conmigo.

¿Cómo te digo que yo también quisiera…?




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