CAMILA
No sé qué es lo que tiene a David tan callado y necesitado de mi cercanía, tampoco puedo decir que me desagrade, sí que me gustaría que me diga qué es lo que le sucede, pero no puedo quejarme de estar entre sus brazos e inhalar el embriagador aroma de su perfume.
No obstante, el momento de paz se ve interrumpido cuando alguien toca la puerta. Me cuesta horrores decidir levantarme, seguro sea el servicio al cuarto, ese es el único motivo por el que me alejo de la comodidad y tibieza de su cuerpo. David no se queja. Entro hacia la habitación con una sonrisa pintada en los labios, joder, nunca creí que me sentiría tan feliz por recibir un simple contacto físico injustificado.
Abro la puerta sin dejar de sonreír, pero…
—Siempre supe que eras una zorra descarada, mas nunca pensé que también fueses acosadora.
Mi sonrisa se borra de golpe, mierda, ¿qué hace Ivonne aquí? Miles de imágenes comienzan a reproducirse en mi cabeza, momentos precisos en los que ella abusó de mi paciencia, momentos en los que me humilló como si no fuese más que un insecto.
—Bueno, no puedo decir que me sorprenda —añade con tono ácido—. Las trepadoras como tú hacen de todo con tal de llegar a la cima, ¿no? Pobre David, si él tan solo supiera que no es el primer imbécil que cae ante tus «encantos». —Hace las comillas con los dedos y hasta se atreve a reírse.
La ira me carcome por dentro, pero no quiero estallar, ella no se lo merece.
—Vete de aquí, Ivonne. Yo no tengo pensado acercarme ni a ti ni a tus hermanos, ¿por qué no me dejas en paz?
—¿Piensas que me creeré ese cuento? ¿Que estás enamorada de David? —ironiza—. Por favor, si se nota a leguas que mueres de ganas por engatusar a mi hermano otra vez, solo déjame recordarte que para lograrlo primero tendrás que pasar por encima de mí.
—Mierda, ¿es que no lo entiendes? —Mi voz se eleva unos decibelios—. No quiero nada de ti ni de tu familia.
—Además de todo, mentirosa. Ja, resultaste ser toda una fichita. —Hago el amago de cerrarle la puerta en la cara, pero me lo impide—. Oh, no, linda, tú y yo aún no hemos terminado de hablar. —Y me toma de la muñeca sin más.
—¿Qué haces? Suéltame.
No contesta, solo comienza a caminar.
—¡Mierda, ya déjame, loca!
No hace caso, me arrastra por el pasillo como si fuera una maldita muñeca de trapo, pongo resistencia, pero el agarre de su mano es firme, y por el simple hecho de ser ella, de recordarme a sus hermanos, mi cabeza bloquea los conocimientos que tengo referidos a lucha cuerpo a cuerpo.
—¡Déjame!
La muy maldita ni siquiera se da vuelta a mirarme y me entra el desespero al ver que… No, por favor, no. Me está guiando al ascensor, no puedo entrar ahí, comienzo a forcejear con más ahínco, pero no importa cuánto luche, el miedo me paraliza cada vez más.
—¡Joder, déjame! —se lo suplico.
«Es lo que te mereces». «Tú fuiste un maldito error que debí eliminar cuando pude».
No, no, no, no puedo entrar a esa maldita cosa. ¡No!
Ivonne me hace pasar a la fuerza y me obliga a quedarme dentro, giro con intención de salir lo más rápido que pueda, en eso mis ojos se cruzan con los de David, que viene corriendo por el pasillo.
—¡Camila!
Intento salir, pero Ivonne cierra las puertas y bloquea el ascensor, el miedo aparece de inmediato, se agiganta al darme cuenta de en dónde me encuentro, giro otra vez hacia ella aferrándome de la pared para no caer. Todo empieza a darme vueltas, el lugar es demasiado pequeño, no puedo, no puedo estar aquí.
—Vaya, lo tienes bien engañado, eh —ironiza—. Lástima que a mí no puedas engañarme, ¿acaso crees que soy idiota? Porque te aseguro que no, al contrario, soy la única sensata de la familia, y no dejaré que vuelvas a arruinar nuestras vidas.
No puedo hablar, intento alejarme de Ivonne, mi respiración se acelera mientras más tiempo pasa, cierro los ojos tratando de usar las técnicas que aprendí en terapia para no sufrir un ataque de pánico: me imagino en un prado gigante donde no hay lugares pequeños, solo flores y aire puro.
—Siempre has sido así, ¿por qué no desapareces de una vez? Créeme que hemos estado muy bien sin ti todos estos años, nadie te echa de menos, nadie te quiere. ¿Por qué no lo entiendes? Si fueses un poco más inteligente, me ahorrarías el trabajo de recordarte cuál es tu maldito lugar en este mundo.
Dejo de imaginarme el prado, lo que aparece en mi mente es este mismo maldito ascensor, que poco a poco se va convirtiendo en aquel armario tan pequeño y asfixiante, de pronto ya no soy una adulta hecha y derecha, sino una adolescente aterrada que suplica que la saquen de allí, que no puede respirar y que tiene miedo.
—Si por mí fuera, preferiría no tener que verte nunca más, pero como eres tan imbécil voy a tener que seguir haciéndolo hasta que entiendas que no tienes cabida en nuestras vidas. Samuel está perfectamente bien sin una zorra aprovechada como tú, tiene muchas mujeres que se mueren por casarse con él, ¿sabes? Todas a su altura, todas de nuestra clase. No le llegas ni a los talones, eres ridícula e insignificante en comparación con todas ellas.