CAMILA
Guardo mis cosas en la maleta sin mediar palabra, Simón parlotea a mis espaldas sobre la fiesta de anoche —él estuvo celebrando hasta el amanecer— y David termina de preparar su propia valija. No puedo ni mirarlo, joder, estoy tan nerviosa que me tiemblan las manos.
—¡… y el idiota casi se cae encima de mí! —profiere Simón, indignado—. Lo dejé pasar solo porque estaba demasiado ebrio.
Ni siquiera tengo idea de lo que está diciendo, tuve una pésima noche, apenas pude pegar el ojo luego de lo que sucedió con David y para peor tuvimos que compartir la cama.
«Me gustas, Camila. Y sí, me estás volviendo loco».
Sus palabras no dejan de rebotar en mi cabeza una y otra vez cada que lo miro, cada que escucho su voz, cada que huelo su perfume… Mierda, me tiemblan las extremidades como si fuese a padecer un ataque de pánico en cualquier momento. Y se supone que debería alegrarme que no sea la única a la que le guste el otro, pero no puedo, todavía no lo proceso. No.
Volver a ver a Samuel me ha desestabilizado emocionalmente y la mala experiencia con Aarón me tiene tensa e irritada, las cosas con él empezaron igual que con David, aunque ellos no tienen punto de comparación, solo… ¿Qué me garantiza que no terminaré igual?
Mi jefe, mi «amigo», no parece ser el tipo de hombre que busca relaciones serias, es decir, solo ha tenido una novia en toda su vida. Me quiero, sí, por eso no voy a engañarme creyendo que yo podría ser la segunda, ya sería soñar demasiado. Y sí, tengo sueños locos, pero soy realista cuando debo y ya aprendí a abandonar mis metas por mucho que me gustaría llegar a ellas.
—Ey, planeta Tierra llamando a Camila y David, ¿acaso me están escuchando? —bufa Simón.
—No —contesta David.
—Sí —miento yo.
La sincronía me lleva a mirarlo, sus ojos coinciden con los míos, el flashback de nuestro beso provoca que desvíe la cara de inmediato, anoche tenía las pupilas dilatadas…
Demasiado sexy como para olvidarlo.
Mierda.
—¿Y qué estaba diciendo? A ver, repítelo.
—Que estabas bailando con una chica que conociste ayer y que un borracho casi te arruina el ligue —replico en automático. No sé cómo pude responderle, pero al menos parece satisfecho.
—Ay, sí que estabas escuchando. —Suspira como si le hubiese jurado amor eterno—. ¿Quieres casarte conmigo, preciosa? Juro que soy mejor que el cascarrabias este. —Señala a David con la cabeza.
—¿A quién llamas cascarrabias, idiota?
Me rio entre dientes antes de cerrar la maleta, Simón tiene la suya esperando en la puerta, vino a nuestra habitación en cuanto estuvo listo y espera ansioso para marcharnos.
—Gracias por la oferta —respondo—, pero no soy asaltacunas, y ya te lo dije antes.
Simón hace un puchero con fingida tristeza y vuelve a suspirar con pesadez, David no le hace ni caso, pero no me sorprende cuando me guiña un ojo y lo mira al decir:
—Ni modo, tendré que conformarme con que seas mi nueva prima.
David reacciona de repente, gira hacia su primo y le lanza una remera a la cabeza, la carcajada que brota de mi garganta es de las cosas más sinceras que he hecho durante todo el día. O bueno, durante toda la mañana.
—¿Debería recordarte que David y yo no estamos saliendo de verdad? —pregunto irónica, quizá más de lo que me gustaría, ya que él me lanza una mirada significativa.
—Pues a mí no me pareció que estuvieran fingiendo —replica Simón—. No sé si son buenos actores o qué, pero de verdad hacen linda pareja.
Se me calientan las mejillas, desvío la cara para evitar la mirada de David y tomo la maleta del piso, uso las rueditas para arrastrarla hasta la puerta, donde la dejo junto a la de Simón.
—Mira, Dav, ahora eres tú el que nos hace esperar, ¿a quién te recuerda? —se mofa el chico.
David toma la madura decisión de recuperar su remera y propinarle otro golpe a su pariente antes de guardar la prenda en la maleta.
Sí, muy maduro.
Intento hacer tiempo, así que salgo de la pequeña habitación directo hacia el balcón, aprovecho la vista por última vez, vaya a saber cuándo volveré a ver el mar. Miro la playa en donde pasé tiempo con David, recuerdo el momento en que peleábamos en el agua, su sonrisa al quitarse la máscara de frialdad y…
«Me gustas, Camila».
¡Mierda!
¿Por qué tuvo que decirme algo como eso? ¿Por qué no pude contener mis estúpidos impulsos? No debí haberlo besado anoche, tampoco debería comportarme como lo estoy haciendo ahora, pero no puedo evitarlo. No estoy lista para asimilar que yo pueda gustarle a un hombre como él, a estas alturas me importa poco que sea mi jefe e inclusive me vale el tipo de relación que tenga con Austin, me da lo mismo, y eso me aterra.
No sé en qué momento me fijé en él como hombre, o más bien, no sé en qué momento dejé caer mis barreras de protección; le he dejado ver muchas cosas de mí que no quisiera haberle enseñado a nadie.