La chica de los sueños locos

Capítulo 25

DAVID

Mierda, mierda, mierda y mil veces mierda.

¿Por qué la vida tiene que ser tan injusta en ocasiones? Bueno, que mi tía me mire como crítico gastronómico a un pastel de ocho capas no tiene nada de injusto, pero tampoco me alegra saber el motivo por el cual me estoy arreglando.

—Mm…

—¿Qué opina? —inquiero dando vueltas sobre mí mismo para que pueda analizarme más rápido.

Su cara lo dice todo; no le gusta. ¡Joder! Me he probado prácticamente media tienda y ella sigue sin estar satisfecha.

—Ya me harté de vestirme y desvestirme, tía —protesto.

—Debes vestirte de acuerdo a la ocasión, Gastón —me riñe—. No pienses que vas a asistir a un evento de tal magnitud con tus mismos trajes de siempre, ¡tienes que verte guapísimo!

Solo puedo quejarme en cuanto la veo tomar el siguiente traje, van más de dos horas de esto, si seguimos así no llegaré a estar listo antes de las diez —pese a que sean las siete de la tarde—, aunque estaría genial tener una excusa para no asistir al estreno del comercial de los Mikhaylov, pero tampoco puedo escaquearme; es mi trabajo, forma parte de mis responsabilidades.

—Anda, quita esa cara y pruébate este.

Acoto la orden para evitarme problemas, quito el traje que tenía puesto y me coloco el siguiente… es blanco, por completo, ¿qué está pensando tía Ken? Ir de blanco sería llamar demasiado la atención y se supone que quienes deben destacar son los clientes, no yo.

A regañadientes me meto en esa cosa del infierno, acomodo la corbata, el chaleco, la camisa, y un poco el cabello, salgo del probador con pocas esperanzas de que esta tortura termine, pero…

—¡Oh, mi Dios!

El chillido de mi tía casi me produce un paro cardíaco, mi único consuelo es que su rostro al fin expresa conformidad.

—¡Estás perfecto! Si hasta pareciera que fue hecho para ti, a ver, da un giro.

Mis inexistentes instintos femeninos resurgen al girar, aunque lo hago con placer de que al fin le haya gustado uno de los interminables trajes que me he probado desde que llegamos. Joder, que si hubiera venido con Simón seguro no hubiese perdido tantas horas de mi vida, él se hubiese conformado con cualquier traje y yo ya estaría libre para hacer todo lo que requiero terminar antes de esta noche, pero no, el niño «tenía que estudiar» —por primera vez en su vida— y decidió dejarme a merced de su madre.

—¡Es este, Gastón! ¡Lo hemos encontrado! —Suena tan feliz que una pequeña sonrisa se pinta en mis labios.

—Genial, voy a cambiarme.

Pego la vuelta y me arranco el traje blanco de paloma, no estoy cien por ciento de acuerdo con la elección de mi tía, pero ya qué, mejor irnos a seguir quién sabe cuánto tiempo más aquí.

En cuanto salgo nos dirigimos a la caja para pagar, tía Ken se despide de la chica y juntos abandonamos la maldita tienda de ropa masculina. El aire fresco jamás me había sabido tan bien, es como inhalar libertad en su estado más puro, llevaba tanto tiempo dentro que me estaba hartando.

Tía Kenia aprovecha el camino para conversar conmigo como si hace diez años que no habláramos, cuando en realidad han pasado solo unos días.

—Y dime, Gastón, ¿qué tal la boda?

Bueno… ¿Sería mala idea contarle que besé a Camila en más de una ocasión —cosa que me encantó, he de decir— y que al final terminé accediendo a ser simplemente su amigo para que no quiera alejarse de mí a toda costa?

Sí, es una pésima idea.

—Bien.

—Yael espera ansiosa a que las fotos sean reveladas —comenta con distracción—. Dijo que hará dos álbumes; uno para ella y otro para ti.

—Oh, es tan tierna queriendo dejarme recuerdos de los valiosos días que perdí asistiendo a la boda de la ex que me clavó el cuerno con el que ahora es su esposo, nunca podría olvidarlo —la ironía se me escapa, mi tía bufa en protesta.

—Según me dijo, apenas si hay fotos de Charlotte —murmura—. No quiso mostrármelas, pero… dijo que en la gran mayoría Camila estaba contigo.

Me ahogo con saliva, que es lo único que tengo en la boca, y comienzo a toser. ¡Carajo! ¿Cómo pude olvidarme del sinfín de fotos que le tomé a Camila? Mierda, soy un imbécil. Y Yael es una soplona, ¿cómo fue capaz de decírselo a mi tía?

—Y dijo que te veías feliz con ella.

Ay, Yael, te adoro, pero me has metido en un lío.

Amo a esta mujer, pero no puedo contarle lo que ella ansía saber, sé que tía Kenia no me entendería si le dijera el verdadero motivo por el que, después de todo lo que pasamos durante el fin de semana, sigamos siendo simples amigos. Y menos entendería si le dijera que dicha decisión no la tomé yo, sino ella. Si por mí hubiera sido, en este momento Camila sería la mejor amiga con derechos que podría tener, la única que hubiera tenido en mi vida. Pero, como no es el caso, pues me toca adaptarme.

—Ya me dijiste que solo son amigos —añade—, cosa que sigue pareciéndome extraña, si la única amiga que te conozco fue Mel, pero me he dado cuenta de que te distanciaste de ella desde que terminó con Austin, no sé si lo haces como un gesto de empatía hacia él o porque en realidad nunca la consideraste como una verdadera amiga.




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