CAMILA
Después del desayuno opto por abandonar la casa con la primera excusa que encuentro.
—David y yo iremos a dar una vuelta por la ciudad, es la primera vez que viene, así que es probable que almorcemos fuera. Seguro volveremos por la tarde.
Las mellizas, papá y mamá clavan sus miradas en mí ni bien más me pongo de pie, halo a David con discreción para que haga lo mismo. No doy espacio a réplicas, salgo del comedor lo más rápido que puedo, por lo cual David se ve obligado a seguirme.
—Busca tus llaves lo más rápido que puedas, te espero aquí —susurro solo para él en cuanto llegamos al pie de la escalera.
—¿Por qué te quedas aquí? ¿Acaso escapamos de un asesino serial y uno de los dos debe sacrificarse por el otro?
Su intento de broma no me hace gracia, como sé que tampoco le hizo gracia tener que mentir respecto a sus padres cuando el mío le preguntó a qué se dedicaban.
—Okay, ya entendí. —Enseria su expresión—. En seguida vuelvo.
David sube las escaleras en dirección hacia su cuarto temporal y, por algún motivo que desconozco, mis ojos no pueden evitar clavarse en su culo. Joder, ¿qué me pasa?
Mamá lo ha estado mirando como si fuese el yerno que por tanto tiempo ha estado esperando, ¿y ahora a mí se me ocurre volver a mirarlo como hombre? Eso sería darle la razón, y no, ni loca, no permitiré que mis sentimientos por David se descontrolen otra vez.
Por suerte él no tarda en regresar y consigo sacarlo de la casa antes de que a alguien se le ocurra detenernos, vamos directo a su coche. Una vez dentro, con el cinturón abrochado y el olor de su perfume colándose a mis pulmones con cada bocanada, me permito suspirar. David rodea el auto para subir del lado del piloto y se acomoda en su lugar.
—Muy bien, ¿a dónde iremos primero, señorita? Si me sacaste de la casa con una excusa tan mala, asumo que ya habrás ideado un itinerario, ¿verdad?
—Tú solo acelera y conduce antes de que salgan a detenernos.
David ríe entre dientes, pero asiente y enciende el motor. Partimos hacia cualquier lugar, la tensión en mis hombros disminuye de forma automática, cierro los ojos y vuelvo a suspirar.
—Perdona a mis padres —pido—, son un poco… complicados.
—No tienes que pedir disculpas, tonta, yo haría lo mismo si mi hija trajera un hombre a casa diciendo que solo es su amigo.
La oración sirve como un simple ejemplo, pero mi cabeza no tarda en imaginárselo en esa situación. ¿Cómo sería David como padre de una niña?
—¿A dónde vamos? No me da problema ayudarte a escapar de tu familia, mas sí quisiera saber en dónde pasaremos las siguientes horas.
—Tú… ¿Te interesaría conocer la ciudad? Hay muchos sitios que quizás te gusten.
—¿Cómo cuáles?
Me queda la mente en blanco intentando recordar sitios turísticos a donde podría llevarlo, no importa cuánto lo piense, no doy con nada de real interés, nada que sea digno de enseñarle al hombre que me gusta… Bueno, no voy a retractarme esta vez, porque sí, David me gusta y mis sentimientos han revolucionado demasiado, tanto que no puedo negar lo innegable.
—Una vez me dijiste que querías conocerme, ¿cierto?
—En efecto, pero ¿hay algo que no sepa todavía?
—Sí, algo que no te he contado ni mucho menos enseñado.
—¿Y qué es?
Que tú también me gustas y que me vuelves tan idiota si te acercas que ya no sé ni cómo seguiré ocultándolo.
—A mi yo de antes —digo en cambio.
—¿Qué?
—Te negaste a conocerme cuando tenía dieciséis, fuiste muy descortés la noche de tu graduación, ¿recuerdas? —Sonrío sin poder evitarlo, aún en ese entonces era muy guapo—. Creo que, ya que me conoces como adulta, lo justo sería que conozcas los sitios donde mi yo adolescente solía pasar sus días. ¿Qué te parece? ¿Te gustaría?
—¿Por dónde empezamos?
La sonrisa en mi rostro aumenta de tamaño, no dudo a la hora de contestar.
—Por mi escuela.
Durante toda la mañana nos la pasamos de un lado al otro, le enseño el parque en el que solía pasar las tardes jugando algún deporte con mis amigos, la academia de danza de mi mamá, la plaza en la que iba a escribir canciones sin que nadie me moleste, incluso la casa que era de los Mikhaylov, pues ahí fue donde pasé una gran cantidad de tiempo.
También vamos a los bares en los que mis amigos y yo nos colábamos por las noches y el restaurante que más me gustaba por aquel entonces. Es más, decidimos almorzar ahí para poder mirar el lago artificial que se encuentra justo al lado mientras comemos.
Volver a mi ciudad me trae muchos recuerdos donde los gemelos forman parte importante; no he vuelto a saber de él ni de Nahuel desde hace semanas, tampoco de Ivonne, lo cual agradezco. Pero lo cierto es que ellos son un tema que todavía no suelto, estar aquí me recuerda todo lo que fuimos durante nuestra adolescencia, las locuras compartidas, historias, recuerdos…
—En este restaurante solíamos celebrar nuestros logros —comento—. Santiago, Mel, los gemelos y yo veníamos casi siempre. Y… en este sitio fue que Samuel me pidió ser su novia, es una anécdota que me sigue causando gracia; estaba tan nervioso que se le cayó el ramo de flores que me regaló esa noche y se le atoraban las palabras. —Sonrío recordando a ese muchacho de mejillas sonrojadas y nervios a flor de piel.