DAVID
Si hay algo más complicado y difícil que no poder ayudar a Camila, es que me ignore sin decirme por qué. Lo he pensando todo el día; todavía no entiendo lo que sucedió, ella estaba feliz mientras paseábamos por la ciudad y no dejaba de sonreír a cada momento.
Pero desde ese ataque de pánico ni siquiera ha vuelto a mirarme, es más, se mantiene lejos sin motivo aparente. Melanie tampoco sabe nada y me lo indica negando con la cabeza en una de esas veces en que nuestras miradas se cruzan. Vuelvo la vista hacia Camila, sigue de espaldas hacia mí, muy ensimismada conversando con sus hermanas. Sin embargo, justo cuando estoy dispuesto a acercarme a ella, un coche se detiene frente a la casa y a los pocos segundos ya han tocado el timbre.
Camila abandona su vaso sobre la mesa y sale prácticamente corriendo para ver quién ha llegado. Su partida me obliga a regresar a la conversación que sostiene «mi grupo».
Durante toda la tarde he estado sobreviviendo y pasando tiempo con su familia, lo cual me da un mínimo más de confianza para con ellos, los he analizado a todos: Las mellizas quieren saber de mí porque creen que soy apto para novio de su hermana mayor —me lo dijeron así, en realidad—, Joel no se mete con ese tema pero se ha burlado con sonrisitas de vez en cuando, aunque eso es todo, Federico me hostiga con la mirada cada que tiene la oportunidad porque no está convencido del motivo de mi presencia en esta casa, Elena no ha dejado de mirar y tratarme como su yerno perfecto, y Trinidad…, bueno, ella también ha estado analizándome sin molestarse en disimular.
Por otro lado, los tíos Luisa y Jonathan me cayeron muy bien, sus personalidades y vibra en general son muy diferentes a las de Trinidad y Federico.
—¿Quién habrá llegado? —se cuestiona Jonathan.
—¿De casualidad invitaste a alguien más, cariño? —inquiere Trinidad.
—Bueno…, sí invité a alguien, pero no pensé que vendría —murmura Joel.
Melanie permanece a su lado sosteniendo una de sus manos entre las de ella, por lo cual le da un pequeño apretón que no comprendo, ¿acaso es apoyo emocional?
—¿A quién? —indaga Elena.
—Al único tío que no he visto en años.
De inmediato y como consecuencia de unas simples palabras, todo mundo entra en tensión: Elena abre mucho los ojos, Federico tensa la mandíbula y Trinidad arruga el ceño. Los únicos que quedamos exentos de aquella sensación somos Melanie, Joel, Jonathan y yo, eso sin contar a Luisa, que corre por detrás de su pequeño para hacerle reír, y las mellizas, que siguen bebiendo en una de las mesas.
—¿Cómo se te ocurre?
—Quiero que todos conozcan a Melanie, abuela, y él también forma parte de la familia.
La tensión solo aumenta, es más, Elena comienza a perder el color de la cara, temo que pueda desmayarse en cualquier momento.
Todos quedamos a la expectativa del supuesto recién llegado, nadie aparece ni siquiera luego de que el coche arranque otra vez.
—Tal parece que no ha venido, a fin de cuentas —comenta Federico con un claro alivio.
Joel arruga el ceño y suspira por lo bajo, decepcionado.
—Creo que ya deberíamos cenar. —Trinidad cambia de tema y vuelve a sonreír como si no hubiese pasado nada—. Elena, sirve la comida, por favor, pídele a Emilia que te ayude a hacerlo y…
—Disculpe que la interrumpa, señora, pero Camila no se encuentra aquí en este momento —la corto de antemano—. Si gusta, puedo ayudar en su lugar.
Todos me prestan atención hasta que Trinidad asiente, por ende, Elena me hace una seña para que la siga. Entramos por una puerta diferente de la que usó Camila, esta se encuentra ubicada más de lado en la construcción y da directo a la cocina, la isla está repleta de recipientes con comida, todo parece haber sido hecho por un grupo selecto de cocineros cuando en realidad fueron Elena y las mellizas, estuve ayudándolas, de hecho.
—Tenemos que llevar un poco de todo, quizás debamos hacer varios viajes o llamar a las mellizas —informa, todavía pálida.
Me muevo rápido para tomar una en cada mano y me dispongo a salir, pero su expresión y forma de mirarme provocan que me detenga.
—¿Se siente bien?
Elena asiente con una pequeña sonrisa.
—Sí, gracias por preocuparte, solo… quiero hacerte una pregunta y me gustaría que, por favor, respondas con sinceridad.
—Por supuesto.
—¿Tú… quieres a mi hija?
El modo en que lo pregunta no deja espacio a dudas ni sospechas; la pregunta tiene varias intenciones detrás, la principal parece ser preocupación de madre, pero… ¿Por qué algo me dice que eso que brilla en sus ojos va mucho más allá?
¿Quererla? Pues claro que sí, de no ser así jamás me hubiese prestado para venir hasta aquí, la cuestión es que no puedo decirle todo lo que en realidad me provoca, ¿qué pensaría Elena si supiera lo que me pasó con ella durante la boda de Charlotte y la cantidad de pensamientos intrusivos que me han atacado desde que la vi hace rato en ese vestido blanco? Me enviaría con un exorcista y a rezar el Padre Nuestro, eso seguro.