La chica de los sueños locos

Capítulo 35

DAVID

Me despido de mi novia una última vez antes de que baje y llevando todas sus cosas consigo, la guitarra que le dio su papá la carga con orgullo. Me alegra haber sido de ayuda para ella, ahora luce mucho más relajada de lo que estuvo durante todo el día de ayer.

Miro la hora; van a ser las siete y cuarenta, Austin me pidió vernos en un restaurante cerca de aquí a las ocho, me pasó la dirección hace rato, es… extraño. No sé qué, pero hay algo que no encaja.

Cuando me llamó parecía… diferente, no sé si es mi imaginación o si de verdad hay algo raro en todo esto. La última vez que lo vi fue cuando me habló de mi papá, pude eludir el tema durante más de un día, y creo que debo volver a enfrentarme a ello. No quise decirle nada a Camila porque no quería darle más preocupaciones, además, nunca le he hablado abiertamente de él, primero debería mentalizarme.

Pongo en marcha el auto otra vez y piso el acelerador. Por suerte no tengo sueño, aunque estoy físicamente cansado y… no me arrepiento. No dejo de sonreír como imbécil con solo recordar lo que hicimos y lo que sucedió en el baño hace rato, Camila como mujer es un tema nuevo, podría decir que me atrae diez veces más cuando se pone en plan «si quieres jugar, jugamos».

Austin va a burlarse de mí, sé que estallará a carcajadas cuando le cuente que ya no soy un hombre soltero y que mi novia es justo esa chica de la que él me había advertido que terminaría enamorado. Ojalá no esté decaído por la última vez que se vieron Camila y él.

Aunque, pensándolo bien, es probable que quiera hablar conmigo por otras cuestiones, ¿será que al fin atrapó al estafador invisible? Es decir… ¿Habrán capturado a mi papá?

Entre una cosa u otra, llego más rápido de lo esperado, aparco el coche en el único sitio libre que encuentro y me bajo sin olvidar activar la alarma. Nunca había venido a este local, está algo lejos del centro y es bastante pequeño, ¿será uno de esos sitios donde Austin viene a cenar con sus colegas? Ingreso y una campanilla anuncia mi llegada, todos giran la cabeza para mirarme… Okay, ¿qué es esto?

Hay muchos hombres vestidos con ropa oscura y tatuajes hasta en el dedo meñique del pie, las camareras usan uniformes muy exhibicionistas dejando poco a la imaginación, y la decoración es… algo tétrica y perturbadora. Una de esas mujeres casi desnudas se me acerca.

—Bienvenido, guapo, ¿en qué te ayudo?

—Eh, quisiera una mesa para dos.

—Sígueme, pelinegro.

No me queda de otra, nos movemos por el local hasta la última mesa disponible, queda justo al lado del ventanal, lo cual me alivia un poco; desde aquí veo mi coche, de repente me preocupa que puedan robarme.

—Aquí tienes el menú —me entrega una carta, o bueno, un intento de carta; es una impresión en hoja A4 que tiene algunas imágenes, nombres y precios.

—En realidad, estoy esperando a alguien, no ordenaré por el momento.

—Entonces llámame cuando te decidas o… si necesitas compañía. —Me guiña el ojo antes de alejarse.

Sin mucho disimulo, saco mi celular y busco el chat de Austin.

David: Ya estoy en el local, ¿cómo carajos conociste este lugar? ¿Y dónde estás?

No responde de inmediato, me toca esperar diez minutos hasta que al fin contesta.

Austin: Estoy llegando, espérame ahí, no te muevas de tu lugar.

¿Qué? ¿Pide que me quede aquí inclusive si esa mesera se me tirase encima con las tetas al aire o si alguno de esos tipos quisiera golpearme solo por respirar cerca de él? No dudo que sean capaces de hacerlo.

David: Solo date prisa, este lugar no me da buena espina.

Austin ya no contesta y me toca pasar otro par de minutos con la mirada de todos clavada directo en mí, la mesera no deja de lanzar guiños y besos cuando nuestras miradas coinciden —por esas desgracias de la vida—, me pone tan incómodo que lo único que consigue distraerme resulta ser mi celular. Al revisar las notificaciones veo que se trata de un número desconocido; me ha enviado un mensaje.

No alcanzo a abrirlo ni a leerlo cuando, de repente, alguien se deja caer en la silla frente a mí, mis ojos se despegan de la pantalla dispuestos a matar a quien sea que quiera molestarme, pero…

—Ha pasado mucho tiempo, sí que has crecido, eh. —Esboza una sonrisa que se me hace escalofriante, los recuerdos me atropellan sin piedad—. Me alegra volver a verte, hijo.

No… No, esto no es real, no puede serlo, el sujeto frente a mí no es… Sus ojos, joder, conozco esos malditos ojos color verde opaco, aunque juro que por un momento parecieran ser tan grises como su cabello plagado de canas. Para mi desgracia, esto no es un sueño y sé que sí es él, es Fabián, el monstruo, es… mi progenitor.

—Supuse que nuestro reencuentro te tomaría por sorpresa, pero no esperaba dejarte sin palabras —comenta con sorna, su voz más grave y rasposa de lo que recordaba; sus dientes se tornaron del todo negros por tantos años fumando; está delgado, prácticamente camina sobre los huesos.

No es ni por asomo aquella figura paterna con la que conviví durante toda mi vida.

Todo me viene a la mente: La muerte de mamá, lo que fue de papá luego de ese momento; las botellas de alcohol; las drogas; el asqueroso olor de sus cigarrillos; las mujeres con las que follaba casi delante de mis narices; los golpes que me dio; sus gritos… No. No consigo moverme ni siquiera cuando se inclina sobre la mesa para acercarse un poco.




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