DAVID
Bajo de mi coche sin poder asimilar lo que ha pasado en los últimos días, supe que iba a soportar de una temporada algo extraña desde que me reencontré con Fabián antes de su muerte, pero no me esperaba estar regresando a la casa en que crecí luego de seis años sin poner un pie aquí.
El césped del patio delantero está largo, las ventanas siguen intactas, aunque los vidrios están sucios y las paredes tienen grandes manchas de humedad por todos lados. No obstante, sigue siendo aquella edificación donde pasé los años más difíciles de mi vida.
—Vaya casa.
Camila se planta a mi lado con los brazos en jarra, el cabello lo trae recogido en una coleta. Mierda, quedé tan ensimismado que ni siquiera le abrí la puerta del coche.
—Tienes las llaves, ¿cierto?
—Sí…
Casi me da algo cuando tía Kenia me dijo que había pagado la hipoteca de la casa y recuperado la propiedad, no podía creer que este sitio siguiera en pie y tampoco tenía pensado regresar, pero ahora es mía. Mis tíos consiguieron que, por ser hijo de los compradores originales, la casa esté a mi nombre, lo cual quiere decir que ahora soy dueño de un inmueble bastante antiguo.
El candado que mantenía unida la reja está oxidado, al igual que la cadena con la que fue cerrada, un cartel viejo cita «Casa hipotecada», lo tiro al suelo en cuanto logro abrir el candado. Volver se siente extraño.
Seguimos el camino de piedra que siempre solía utilizar al regresar de la escuela, me vienen recuerdos de las veces en que llegaba y tenía que rodear la casa para entrar por la puerta de atrás tratando que papá no me viera.
Me paro frente a la puerta y saco el manojo de llaves que me entregó mi tía durante el funeral de mi papá, han pasado dos días desde entonces, ayer me la pasé en casa recuperando horas de sueño junto a mi novia y hoy estamos aquí.
La puerta chirría por falta de lubricación, la casa está a oscuras, dudo que haya electricidad, pero de todos modos estiro el brazo para presionar el interruptor que ilumina la entrada, ¿acaso mi tía se hizo cargo de que la casa siga siendo provista de energía eléctrica?
El suelo está lleno de polvo y de lo que parece ser heces de rata, además de las botellas y colillas que nadie nunca levantó. Me da un muy mal sabor de boca llegar hasta la sala; aquí pareciera que el tiempo no hubiese avanzado jamás, el sofá donde papá pasaba sus días está repleto de las botellas que nunca desechó y la mesa de café también, se nota que ni los de la hipoteca se atrevieron a entrar sabiendo que aquí vivía un adicto.
—Creo que nos tomará varios días para limpiar este desastre —opina Camila.
—Austin dijo que vendría a ayudar.
—¿Qué? —Su tono de voz suena demasiado sorprendido, lo cual me insta a girar la cara hacia ella.
—¿Por qué lo dices así? Creí que ya habías aceptado que él…
—No, no es por eso, amor, es que… le pregunté a Joel si podía venir, ya sabes, cuanta más ayuda mejor, pero… no sé qué tan conveniente sea que esos dos se reúnan.
—Ya todos estamos grandecitos, lo entenderán.
—¿Y si no lo entienden?
—Pues los echo de mi casa y se acabó.
Una risa brota de su garganta, esa risa que tanto disfruto escuchar, si tuve coraje para volver a casa fue precisamente porque sabía que ella no me dejaría solo.
—Ay, eres un sol —escupe con sorna.
—Claro, mi amor, pero ¿te parece si comenzamos sacando las botellas y barriendo un poco? Austin vendrá por la tarde, la verdad preferiría acomodar un poco antes de que llegue, no es como que me agrade la idea de que medio mundo piense mal de la casa en que me crié.
—Dalo por hecho, iré por las cosas.
Camila sale de la casa de regreso al auto, trajimos productos de limpieza tales como mascarillas, guantes, desinfectante, trapeadores, escobas y demás, todo para dejar esta casa como nueva, incluso jabón en polvo para lavar las sábanas y mantas de las habitaciones. Aprovecho ese breve lapso de tiempo para suspirar, el olor aquí adentro es bastante desagradable, así que comienzo a abrir todas las ventanas para recibir algo de ventilación y luz solar. Los vecinos asoman las cabezas con disimulo, ha de sorprender que alguien haya regresado a esta pocilga.
—Manos a la obra, guapo —bromea Camila al regresar.
Nos colocamos guantes y mascarillas antes de comenzar, yo recojo botellas y ella las colillas de cigarrillos como asimismo las bolsitas vacías de cocaína —o lo que sea que mi padre consumía—.
Durante la mañana tratamos de limpiar la sala y la cocina, nos demoramos un poco más desinfectando la segunda, pues Camila quiere comer aquí y no piensa hacerlo en una cocina sucia. Ella se pone a limpiar esa zona mientras yo quito las viejas alfombras de la sala, las arrastro hacia la puerta principal y las dejo en el patio delantero, ya no sirven, son para quemar. Regreso y ahí sí que comienzo a dar una mejor limpieza; uso el trapeador para las manchas del piso y después toca quitar las telas de araña de los techos.
Al menos logramos terminar la limpieza en la zona principal de la casa antes de que llegue la hora del almuerzo, Camila encarga comida a domicilio, por lo cual comemos en la isla de la cocina que limpió con tanto esmero.