CAMILA
¿Ventajas de vivir con tu novio? Claro, las enumero si quieren:
1. Es lo primero que veo al despertar y lo último antes de dormir.
2. Podemos estar juntos casi a toda hora.
3. Vemos películas mientras comemos palomitas.
4. Cocinamos para ver quién tiene mejores habilidades culinarias.
5. Nos duchamos al mismo tiempo.
Y no podría estar más a gusto. La última semana ha sido maravillosa, lo de la mudanza me tenía nerviosa, pero después de todo no puedo arrepentirme de haber aceptado. ¿Y para mejorar la situación? ¡Papá me llamó hoy! Pidió que nos reunamos para almorzar juntos y, cómo no, que lleve a David conmigo. Él lo conoció el mismo día en que empezamos a salir, así que ante sus ojos fuimos novios desde nuestro reencuentro, por eso quiere conocerlo mejor.
—¿Segura de que saldré vivo de esto? No quisiera terminar sin testículos por hacerte caso —dramatiza David.
—No seas tonto.
Aunque no puedo prometerle nada; papá estuvo lejos de mí durante muchos años, no sé cómo se comportará, si hasta me hizo prometer que no tendría novio hasta los treinta —cuando me regaló su guitarra hace diecisiete años—.
—¿Y si aprendió karate? Dijiste que estuvo viviendo en Japón, no puedo confiarme.
Me rio, Dios, qué exagerado.
Papá sí estuvo viviendo en Japón, en eso no miente, de hecho hizo la carrera de medicina allá y luego regresó por un tiempo, fue por ese entonces que se acercó a mí cuando era una niña, pero después volvió a migrar y no regresó sino hasta hace solo dos meses atrás para la cena familiar donde todo se volvió un desastre. Estuvimos en contacto durante este tiempo, por eso sé que se marchó otra vez para organizar todo, ya que decidió regresar de forma definitiva a «recuperar el tiempo perdido».
Mis hermanas y yo apenas hemos hablado, no puedo negar que me hiere bastante, seguro todavía no procesan la noticia sobre mi nacimiento. Es más, me enteré gracias a Joel que Federico y mamá van a divorciarse, lo cual empeora la situación con las mellizas, no me sorprendería que me echen la culpa por el rompimiento de sus padres.
Todo esto no ha sido fácil, mi familia se está cayendo a pedazos por el peso de sus propios errores, temo quedar exiliada y al mismo tiempo me da igual; papá y Joel están de mi lado, y sé que ellos me aceptan por lo que soy, si mis hermanas no pueden hacerlo, pues lo siento. Sí me duele la idea, pero no significa que rogaré su perdón, no fue mi culpa haber nacido de una infidelidad.
Agradezco mucho a mi psicóloga, gracias a ella he podido superar todas estas situaciones de mierda; me da igual si Federico intenta quitarle todo a mamá, o si mamá intenta sacarle dinero a él, dejaré que peleen hasta que queden satisfechos. Aquel matrimonio fue una mala decisión desde el principio.
Me estoy enfocando en mi propia vida, en mi propia felicidad, no necesito más.
Miro al hombre que tengo junto a mí; una de sus manos controla el volante y la otra descansa sobre la palanca de cambios, su cabello está peinado hacia atrás, usa una camisa blanca y pantalones de vestir negros, adoro su estilo, y el perfume que usa sigue causando estragos en mis sistemas. Acomodo la mano sobre la suya, la que tiene en la palanca, y él no tarda en girarla para enredar nuestros dedos, incluso deposita un suave beso en mis nudillos, cosa que me hace sonreír. Él es lo que siempre quise.
Llegamos al restaurante a la hora indicada y mi novio, como siempre, rodea el coche para abrirme la puerta. Adoro su caballerosidad y me gustan sus manos grandes, quedan perfectas con las mías.
—¿Listo para morir a manos de tu suegro? —me mofo.
—No me pongas más nervioso de lo que ya estoy.
—¿Dónde quedó tu personalidad de iceberg imperturbable?
—La mataste, felicidades.
Vuelvo a tomar su mano y me pongo de puntillas para darle un beso en la punta de la nariz, lo cual le provoca una pequeña sonrisa que intenta disimular, pero ya no le queda eso de hacerse el duro.
—Te amo, iceberg derretido.
Suspira con pesadez, como si quisiera negarse a responder por orgullo, y… no puede.
—Y yo a ti, loquita despeinada.
—¡Ey!
—Vamos, el suegro espera.
Rio a carcajadas sin poder evitarlo, mi risa cesa para no llamar la atención en cuanto entramos al restaurante. Papá nos espera en la mesa que reservó, sus ojos chocan con los míos, mi primer impulso es correr a abrazarlo. Sus brazos fuertes y su pecho cálido me reciben con todo el amor que siempre anhelé recibir, ese que Federico me negaba y al cual mamá parecía tenerle miedo.
—Te he echado de menos, pequeña.
—Yo también, pa.
Me alejo lo suficiente de él como para sonreír y mirarle; sus ojos café brillan y la barba que decora su rostro sigue igual a la última vez que nos vimos, solo que hoy luce más feliz.
David se mantiene al margen con una clara incomodidad, no sé si porque de verdad está nervioso o porque no sabe qué hacer.