La Córdoba Muerta

Primera Parte: P1C1: La muerte de Carlos

Ciudad de Córdoba - Enero de 2017

El olor nauseabundo invadía lentamente el ambiente. No era buena señal, estaba claro que las barreras y contenciones que habían armado ya estaban derrumbándose y el pequeño edificio de cuatro pisos estaba comprometido con una invasión a gran escala.

  • Carlos, debemos irnos, ¡rápido! - dijo Carolina mientras ponía en su mochila todo lo que encontraba a mano. – Ya vienen, escuché ruidos en el piso de abajo. ¡Hay que avisar a los demás!

Carlos se incorporó mecánicamente, estaba demasiado cansado y acostumbrado a correr. Inmediatamente se dirigió a uno de los dormitorios donde dormían profundamente otras tres personas que los acompañaban. En el fondo, sabía que esto era culpa de ellos desde la última vez que intentaron salir a buscar agua y no tomaron los recaudos necesarios para pasar desapercibidos.

Tratando de hacer el menor ruido posible, todos se pusieron en la tarea de recoger las provisiones con las que contaban, tratando de poner todo en las mochilas, sobre todo el agua y los alimentos.

Estaban en un séptimo piso de un edificio del barrio de Nueva Córdoba, muy cercano al Parque Sarmiento. Hacía ya dos semanas que se encontraban en ese lugar al que llegaron por casualidad en una noche donde tras un ataque perdieron a más de la mitad del grupo que sobrevivía en un refugio cercano. Se propusieron que por esta vez, no los agarrarían desprevenidos.

Sellaron la entrada del edificio con todo lo que pudieron encontrar para taponar la puerta y vaciaron varios de los departamentos de su mobiliario para ir tirándolos sobre la escalera y así intentar retrasar a los atacantes que subieran. A su vez, en la terraza encontraron tirados producto de una obra de construcción que ya jamás concluiría y los usaron para unir el edificio en el que se encontraban con uno contiguo que tenía disponía de mayor facilidad para descender a la calle.

Las últimas semanas estuvieron marcados por la escasez de todo, en especial el agua, así que era muy preciado cuidar lo que tenían. Las fuentes que podían encontrar ya no eran confiables, así que se recurría a lo que se podía encontrar en los negocios o supermercados. El agua embotellada era lo que los mantenía vivos.

Abrieron con cuidado la puerta del Departamento “C” del cuarto piso del pequeño edificio residencial que estaba cerca del Parque. La idea era subir hasta la terraza desde donde pasarían al edificio de al lado mediante los tablones cuidadosamente dispuestos y asegurado, y desde allí bajar mediante sogas al techo de la casa contigua. Desde allí, la idea era brincar de techo en techo hasta poder bajar a la calle ya que había un grupo de casas de techos bajos una al lado de la otra.

Estas casas estaban ya desocupadas desde hacía más de 2 meses cuando se desató el mismísimo apocalipsis. Carlos hablaba siempre de eso, recordaba cuando en la iglesia le decían que el mundo un día se acabaría por el pecado de los hombres. Él creía que la humanidad había pecado demasiado y lo que estaba sucediendo era un castigo de Dios. Carolina no lo escuchaba, ella no creía en esas cosas y sólo le importaba sobrevivir un día más. ¿Había un infierno? No tenía tiempo de pensar en eso, menos cuando bajando por la cuerda desde la terraza habían sido descubiertos por los que intentaban ingresar al edificio y que se agolpaban en la puerta.

  • Nos vieron – dijo – debemos apurarnos, sino nos van a seguir por todos lados.
  • Voy lo más rápido que puedo – respondió Carlos, a quien le costaba el improvisado rapel debido a un sobrepeso que nunca antes pudo solucionar y que, a pesar del hambre y las corridas actuales, todavía no le desaparecía.

El grupo aterrizó en el patio de una vieja casa de estilo antiguo que alguna vez perteneció a una pareja de ancianos que cuando ellos llegaron buscando refugio hacía tres semanas, les proveyeron de algunos víveres. Hacía ya cuatro días que no sabían nada de ellos. Quizás estaban muertos, pensó Carolina, ojalá no hayan muerto de la forma más horripilante que haya visto en su vida: en mano de una horda de criaturas que habían perdido todo el poder de razonamiento y sólo se movía guiado por el instinto de sangre.

En aquel momento, cuando encontraron ese edificio para esconderse casi sin querer se toparon con Josefa. Tenía 72 años y hacía varios días que no podía salir de su casa. Sus hijos nunca fueron cuando todo se desmadró, con el tiempo llegaron a reconocer que seguramente estarían muertos. La casa era pequeña y llena de cosas que en algún momento podían parecer inservibles. Josefa y su marido Omar los recibieron de buena gana aunque no podían ofrecerles mucho ya que ellos mismos estaban escasos de comida.

Carolina y Carlos convinieron en ayudar a la pareja de ancianos con lo que podían. Les dejaron varias latas de conserva y botellas de agua. Lo que no aceptaron fue quedarse en la casa, la veían insegura y con altas probabilidades de que fuera invadida finalmente. Trataron de convencer a Josefa para que se fuera con ellos al refugio que habían armado en el edificio contiguo, pero la respuesta de ésta fue categórica: “hace 50 años vivo en esta casa, y aquí me voy a morir”. Ahora, seguramente estaban muertos.



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En el texto hay: zombies, infección, argentina

Editado: 19.06.2018

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