Se podría decir que la vida de un político es cualquier cosa, menos tranquila. Sí, viven mejor que el resto de los mortales, pero a diferencia de éstos, el trabajo del político no tiene un horario de ingreso y otro de salida, es full time. Más si sos el Gobernador provincial.
El día que todo se desmadró, Marcos Pascolli se encontraba en una reunión con todo su gabinete de gobierno. Desde aquella vez que el Presidente había convocado a todos los gobernadores y principales figuras política del país, en cada reunión y a cada momento, un miembro del ejército asistía para ser el enlace de defensa al momento de preparar lo que todos sabían que iba a suceder, pero sin conocer el cuándo iba a suceder.
Mientras tanto, había que seguir gobernando. A pesar del nerviosismo general, el mundo seguía girando y la Ciudad de Córdoba arrancaba un nuevo día laboral con muchas cuestiones que atender. Esa vez, tocaba la infaltable reunión para delinear los pasos de una nueva reforma tributaria. En los últimos meses, las deprimidas arcas provinciales se habían vuelto afectadas por las exigencias desde el Ministerio de Defensa de la Nación para atender los preparativos del día del juicio.
A decir verdad, la reunión era bastante aburrida. El salón donde se encontraba tenía una enorme pantalla donde se proyectaban gráficos, fórmulas y números. A Marcos nunca le gustaron mucho los números, pero en su función tenían que gustarle sí o sí.
Mientras los expertos hablaban, la máxima autoridad provincial no podía evitar distraer sus pensamientos en otras cosas. Las elecciones se acercaban, pero el costo que iba a pagar con la reforma tributaria seguramente le constaría la reelección. Debía encontrar alternativas para volver a enamorar al electorado. Pensó en reunirse con sus asesores políticos, pero desestimó la idea al recordar que más que asesores, son un grupo de chupamedias que no le contradecían nada. Lamentó el día que los contrató pensando que le ayudarían a aclarar sus proyectos de gobierno.
Pensamientos ridículos, se dijo a continuación. Que loco sería capaz de ponerse a planificar una campaña política con todo lo que estaba pasando en el mundo. ¿Pero si no pasaba nada? Eran riesgos a correr, como todo político, no podía dejar ningún frente sin cubrir.
Marcos Pascolli tenía una vida atravesada por la política. Su abuelo y su padre siempre estuvieron en el Estado, éste último con una dudosa participación en épocas oscuras de dictadura militar. Pero él no pensaba en eso, siendo gobernador ya había superado a los demás, logró llegar más lejos. Desde chico sabía que quería ser Gobernador y después Presidente. Ansiaba verse rodeado de gente coreando su nombre, emocionarse viendo un cartel con su mejor cara sonriente prometiendo vaya saber que solución para algún problema que nunca tuvo solución.
Ahora, sin embargo, se veía en una situación en la que quizás su nombre pase a la inmortalidad por haber sido el último Gobernador de Córdoba.
Luego de la reunión con el Presidente varios meses atrás, Pascolli se reunió con todo su gabinete para diseñar planes de contingencia. Los expertos que había escuchado en Buenos Aires proyectaban un plazo de entre seis y nueve meses para que, con las medidas de seguridad que se habían tomado, recién pudiera llegar a haber algún peligro de contagio local. Claramente se equivocaban.
En medio de palabras técnicas y definiciones mercantilistas de los informes económicos, el Gobernador casi tomó como una bendición la interrupción en la sala por parte de uno de sus secretarios.
Salió de la sala e interrogó con la mirada a Susana, su secretaria, quien estaba pálida del miedo y temblaba como una hoja
“Llegó el día” – pensó inmediatamente.
Lo que se enteró el gobernador unos instantes después fue del incidente con el accidente automovilístico, los policías heridos y de cómo la infección comenzó a extenderse en el centro de la ciudad por la mañana y en día laboral. La manifestación en contra de la reforma que estaba programada por ese día fue como nafta tirada al fuego. Los infectados se mezclaron con la multitud y la cantidad de personas mordidas se multiplicó exponencialmente.
Como una marea humana, en los próximos minutos se llenó el despacho del gobernador de todo tipo de funcionarios y expertos. Hablaban todos juntos. Había intentos para comunicarse con el Presidente, pero todos eran infructuosos, se rumoreaba de que había sido evacuado a un lugar seguro que nadie de los presentes sabía dónde quedaba. Instantes después, vehículos de transporte y blindados del ejército se hicieron presentes en la casa de gobierno. Él sabía que sería así, ya le habían pasado un tiempo antes el memorando con el esquema de evacuación.
Editado: 19.06.2018