La Córdoba Muerta

P1C4: Un encuentro afortunado

Enero caía con toda la furia en Córdoba, una ciudad casi vacía de vida civilizada. Algunos pudieron escapar cuando la infección se comenzó a propagar, a donde, no se sabe. Otros, la gran mayoría, murieron por los ataques de los muertos vivientes y hoy forman parte de esos grupos en búsqueda de carne fresca. Si es humana, mejor.

Lucía era una adolescente de 16 años. Antes de la infección su vida era como la de cualquier joven de esa edad: pubertad en flor de piel, deportes en la escuela, pelea con padres y hermanos, más algún que otro amor de juventud. También, como todos los chicos de esa edad, adicta a las tecnologías y redes sociales.

Ahora se encontraba sobreviviendo, sola en medio de una ciudad que creía conocer pero que terminó siendo muy distinta a lo que alguna vez fue. Si bien había encontrado un refugio acorde y lejos del alcance de zombis y humanos en búsqueda de problemas, prefería los lugares abiertos, así que en cuanto podía, salía y comenzaba a recorrer todo el terreno posible. Esto aumentaba la posibilidad de ser descubierta, pero también ella también tendrá la posibilidad de detectar algún peligro con antelación y poder esconderse rápido. Quizás ese pensamiento tenga que ver con el horror que vivió cuando la infección se propagó.

En aquel momento Lucía volvía de la escuela hacia su casa, caminando y mandándose mensajes a sus amigas con su teléfono celular. Había fingido un dolor de estómago para salir antes, odiaba como a nadie al profesor de inglés y ya había tenido varias discusiones, incluso con la directora, porque el tipo continuamente la discriminaba por su condición sexual.

No estaba lejos, pero tampoco tan cerca. Tranquilamente podría haberse tomado un colectivo para volver, pero no tenía apuro tampoco para hacerlo. De hecho, ni ganas de llegar a su casa tenía. La noche anterior había tenido una pelea muy fuerte con su madre y se habían dicho de todo.

Desde el momento el que Lucía escogió ser lesbiana, el alivio por sentirse liberada de los grilletes de género impuestos por la sociedad le duró realmente poco. Desde allí, todo fue cuesta abajo. Su familia, en especial su madre, no aceptaba que la hija menor y la más querida por todos, sea una “desviación enfermiza” (como le dijo su madre la noche anterior). Sus hermanos mayores fingían entenderla, pero ella se daba cuenta que en el fondo la trataban como si estuviera padeciendo de alguna enfermedad incurable. A pesar de nunca haber tenido problemas con sus compañeros, ahora se enfrentaba a chistes por lo bajo, risas y miradas extrañas. Sólo dos de sus amigos habían tomado la declaración con total naturalidad, como si no les importara realmente, lo que a Lucía le agradaba ya que no la trataban ni como algo “raro” ni como algo “especial”, como había notado de algunas personas.

Como casi todos los adolescentes de esa edad, estaba poco interesada en lo que sucedía en el mundo. Ese día, volvía caminando de la escuela, sin apuro y disfrutando de una mañana que prometía convertirse en un día bastante soleado que presagiaba un verano intenso. Poco a poco, y en los escasos momentos que levantaba la vista del celular, comenzó a ver movimientos extraños por la avenida Sabattini, por donde venía caminando. Autos que pasaban a mayor velocidad de la normal, varios móviles policiales, algunas ambulancias que iban y venían. Pensó que podría ser algún accidente grave en el centro, ya que todos iban hacia allí, pero luego vio como algunos otros autos se dirigían también a toda velocidad en sentido contrario.

No escuchaba nada, los auriculares a todo volumen con una distorsionante canción de Heavy Metal, la desconectaba totalmente de los ruidos exteriores; sin embargo se los sacó cuando vio a unos 150 metros como un auto que venía a más de 100 km/h se incrustaba contra un enorme árbol del cantero central. El ruido fue estruendoso y se escuchó incluso por encima de la música que venía escuchando Lucía. De manera instintiva, se fue acercando lentamente al lugar del accidente, al igual que muchas otras personas.

A unos 30 metros, vio como una de las puertas traseras del auto se abría y desde dentro salía un muchacho que no debe haber tenido más de 12 o 13 años. La imagen era dantesca. Arrastraba una pierna y arrastraba la otra. El brazo derecho parecía estar doblado hacia atrás y su cuello… eso fue lo que más le impresionó, tenía la cabeza literalmente colgando a un costado. ¿Cómo puede haber sobrevivido de semejante accidente y salir caminando con medio cuerpo fracturado? Se preguntaba a sí mismo.

Un hombre que había sido el primero en llegar al lugar del accidente se acercó al muchacho mientras le preguntaba cómo se encontraba. Ninguna respuesta. “Está el shock”, pensó Lucía quien era fanática de series televisivas de médicos. Desde lejos y sin dejar de acercarse, vio como el hombre intentó levantar al muchacho para llevarlo a algún hospital, pero algo sucedió en ese momento. El adolescente aprovechó la cercanía con el cuerpo de su eventual rescatista y le hundió los dientes en el antebrazo izquierdo.



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En el texto hay: zombies, infección, argentina

Editado: 19.06.2018

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