Cuando amaneció, Jorge comenzó a sentir nuevamente esa sensación de hambre que los últimos días habían sido una verdadera tortura. Sólo tenía un paquete de galletas dulces que había encontrado en otro auto al revisarlo y encima estaban algo rancias. Por suerte tenía agua como para engañar al estómago y evitar la deshidratación.
Además del hambre, el ex empresario luchaba contra su abstinencia de cigarrillos, hacía más de una semana que no fumaba uno y se moría de ganas. Bromeó consigo mismo al recordar como su hermano siempre lo retaba cuando se prendía uno y él le respondía que “cuando venga el fin del mundo, voy a dejar de fumar”. Y ahí estaba, el fin del mundo había llegado y el mataría por un par de pitadas de tabaco.
Antes de salir se aseguró que la calle estuviera vacía. Ya había amanecido pero el sol todavía no se levantaba lo suficiente como para convertir el pequeño auto en el que estaba durmiendo en un horno infernal. Luego de comer tres galletas y tomar varios sorbos de agua, salió a la calle.
El Barrio Alberdi siempre fue su hogar, donde había crecido y pasado sus mejores momentos de la infancia. Si bien su casa estaba en otro lado, de más categoría, gracias al éxito en su negocio antes del fin del mundo, Jorge había intentado volver inmediatamente después de la muerte de su hermano para contactar con su familia. Su padre aún vivía y su hermana menor lo cuidaba en su casa de la infancia. En medio del caos del contagio masivo, Jorge corrió desde el Centro de la Ciudad hacia su antiguo barrio. La distancia no era mucho, apenas dos o tres kilómetros, el problema era que fuere lo que fuere que estaba pasando, era muy rápido y muchas veces tuvo que ocultarse o desviar el camino ante un nuevo foco de infección.
Lamentablemente, cuando casi cinco o seis horas más tarde llegó a su hogar, no encontró a nadie. Dentro suyo aún albergaba la esperanza de que estuvieran bien, pues el auto de su padre no estaba en la cochera, lo que daba la pauta que quizás habían intentado salir de la ciudad. No perdía la ilusión de que estuvieran en su casa de campo en Anisacate.
Esa fue siempre la intención de Jorge, llegar hasta el pequeño pueblo que estaba a casi 50 kilómetros de la ciudad, pero las cosas se dificultaban cada vez más. Estaba muy débil por la falta de alimentos y sus planes iniciales lo obligaron a abandonar su casa para emprender viaje, sin haberse dado cuenta de que Alberdi era uno de los barrios con mayor población de la ciudad y por consecuencia, la cantidad de zombis que había era muy grande.
Terminó vagando por la zona, dedicado a la supervivencia y la búsqueda de comida. Había algunos autos con la llave aún puesta, los probó a todos pero las calles eran un caos. Cientos o miles de autos abandonados en la calle impedían el paso sin contar como eso llamaba la atención de los muertos vivientes. En una ocasión había encontrado una 4x4 con la que intentó abrirse paso chocando los demás vehículos que obstruían la calle. No sólo era un trabajo bastante lento y peligroso, sino que eso puso en alerta a varios zombis, entre ellos algunos corredores. Esa vez, Jorge apenas pudo salir con vida luego de verse encerrado dentro de la camioneta con decenas de cuerpos que golpeaban sin cesar para obtener su premio de carne fresca.
Finalmente, optó por un plan más lento, pero que él creía más seguro: trataría de salir a pie, ocultándose el tiempo necesario para no llamar la atención, al menos hasta que saliera de las zonas más densas de la ciudad. El problema es que Córdoba se desarrolla urbanísticamente de manera circular alrededor del centro y para llegar a la periferia desde donde estaba, había al menos 15 kilómetros en cualquier rumbo de los cuatro puntos cardinales para encontrarse con alguna ruta sin residencias alrededor. Al final se resignó. No tenía comida, tenía que racionar el agua, hacía mucho calor y estaba entrando en una peligrosa etapa de depresión.
Muchas veces pensó en entregarse a la horda de zombis para terminar con su desgracia, pero algo lo detenía. Sin embargo, su estado tampoco ayudaba para unirse con otros grupos de sobrevivientes. Desde sus alternados escondites muchas veces vio movimientos de personas que en grupo intentaban escapar o esconderse. No confiaba en nadie, sólo en el mismo… y en su hermano, pero éste ya no estaba con él. Se sentía solo y quería seguir sintiéndose así.
Ese día, luego de casi escupir las tres galletas dulces y pasadas que había “desayunado”, se decidió a salir a buscar comida. No podía vivir dentro de un pequeño auto que después del medio día se convertía en un horno a energía solar. Sabía que a cuatro calles de donde estaba había una escuela y donde hay escuela, hay negocios cerca de donde puede intentar encontrar algo que no haya sido saqueado ya.
Caminar por la calle Chubut hacia el sur, era peligroso. Anteriormente quiso intentar dos incursiones: una al Hospital de Clínicas que tenía cerca, pero ni siquiera llegó a la esquina cuando se dio cuenta que estaba atestado de zombis, así que sus esperanzas de conseguir algunos medicamentos se diluyeron; y en otra ocasión, hacía pocos días atrás, quiso ir hacia la Central de Policía, quizás había algún foco de resistencia allí, el problema era que eran al menos diez cuadras para caminar y no se sentía con fuerzas suficientes para correr, sin contar que no estaba seguro de qué encontraría cuando llegara ahí. Se sentía atrapado.
Editado: 19.06.2018