Un cuarto piso en un edificio podría decirse que es un lugar seguro para esconderse de los zombis, pero Gastón Duarte usaba su antiguo departamento que estaba situado en un lujoso edificio del Barrio de Nueva Córdoba, como improvisada torre de vigilancia. Desde allí, con su antigua gorra de policía y unos impecables lentes oscuros, apuntaba con su Remington 700 .380W y mira telescópica a cualquier cosa que se pareciese un zombi.
Cualquiera que haya visto al ex Sub Oficial Mayor del Grupo E.T.E.R. de la Policía antes de la epidemia, habría coincidido con aquellos que lo llamaba “raro” y quizás algo de razón hubieran tenido. Hacía 27 años, Gastón nacía en una Clínica Privada de la Ciudad de San Francisco, al este de Córdoba. De madre abogada y padre militar, el pequeño creció en un hogar donde el cariño cotizaba a precio de oro. Su madre tardó poco tiempo en desencantarse por el recién nacido y a partir de allí su pequeño hijo era sólo un objeto más a cuidar, quizás no muy distinto a la obligación que sentía de alimentar o asistir a su mascota.
La relación de Duarte con sus padres era difícil, a la apatía de su madre había que sumarle la rigurosidad de su padre, un ex miembro de IMARA (Infantería de Marina Argentina) que crio a su hijo con los más estrictos estándares educativos, no exento de castigos físicos cuando consideraba que Gastón lo “decepcionaba”, algo que pasaba más a menudo de lo que el niño esperaría.
Con una madre casi ausente por falta de atención y obsesión con el trabajo, y un padre que por sus actividades militares pasaba gran parte del año fuera de su casa, el pequeño Gastón creció rodeado de improvisadas niñeras, guarderías y escuelas de doble turno. Si bien no era una familia adinerada, tampoco tenían sobresaltos económicos. La típica clase media-alta Argentina que cultivaba, al menos de la boca para afuera, grandes valores morales, familiares y religiosos; así fue que su educación se repartía entre estrictas escuelas religiosas, clases de idioma, natación y Rugby.
A medida que crecía, Gastón comenzó a mostrar su fascinación por las armas de fuego, inspirado seguramente en una extraña mezcla de admiración pero temor también a la figura de su padre. A los 12 años aprovechó una salida al campo en la casa que la familia tenía en Villa Yacanto para robar un Rifle de cerrojo Winchester Magnum calibre .338 que utilizaba su padre para cazar jabalíes en los coto de caza privados.
Esa madrugada, sus padres dormían en la habitación matrimonial de la cabaña familiar que estaba casi en la vera de la ruta 228 y Gastón se encontraba desvelado, su padre le había prometido salir de caza al día siguiente, pero que sólo sería un espectador, aún no era momento de aprender a usar armas tan potentes, únicamente podría conformarse con su pequeño rifle de CO2. Sin embargo, él quería más, necesitaba sentir el peso de un arma verdadera en sus manos. Tomó el rifle, una caja de municiones, las gafas de visión nocturna que su padre llevaba siempre para cazar y salió al campo saltando la alambrada del fondo de la cabaña.
Eran las 3 de la mañana y no había luna que alumbrara, así que se colocó la visión nocturna no sin antes cargar el rifle como había visto cientos de veces a su padre hacer, y comenzó a caminar lenta y sigilosamente en búsqueda de una presa. Esperaba encontrar alguna Vizcacha o Liebre, no se animaba a enfrentarse a un Jabalí o Ciervo, sin embargo la suerte no estuvo de su lado esa noche y mientras caminaba no pudo ni siquiera darse cuenta que un Puma lo acechaba entre la densa vegetación de la zona.
Era algo extraño ya que estos felinos no son muy habituales de la zona y mucho menos cerca de poblados o lugares donde frecuenten humanos, pero era una hembra vieja y debilitada que buscaba presas fáciles para alimentarse, por eso se acercaba a los asentamientos humanos. Caminando por un sendero, Gastón se sintió observado. Esa noche estaba fría pero sus manos aun así le sudaban profusamente. Apretó el rifle lo mejor que pudo y se dispuso a apuntar haciendo un barrido visual con sus gafas. A unos 30 o 40 metros pudo divisar unos movimientos que resaltaban sobre el fluorescente verde de la visión nocturna, estaba claro que allí había algo, pero algo grande por cómo se movían los arbustos. Pensó que podía ser un ciervo que, si bien no eran naturales de la zona, algunos habían sido implantados con fines de caza.
Se agazapó y esperó sin perder de vista el lugar donde había visto algo de movimiento. Fueron un par de minutos interminables, el corazón le latía a un ritmo vertiginoso. Sintió miedo, mucho miedo… pero le gustaba. La adrenalina que comenzaba a circular por su cuerpo lo llenó de vigor y en un momento se sintió capaz de cualquier cosa. Agudizó el oído aún más y puso el dedo en el gatillo. ¿Y si disparaba directamente a los arbustos? Si algo se acordaba de las lecciones de su padre era que no había que disparar si no se tenía una visión clara de la presa. Entre los arbustos podría haber quizás, otro cazador en la misma situación de él. Era raro, pero podía pasar. Se le ocurrió volver a la cabaña, pero un ruido a su derecha lo puso alerta.
Editado: 19.06.2018