La Córdoba Muerta

Segunda Parte - P2C1: Sobreviviendo en el Cassaffousth

Durante esos segundos previos a despertar de un largo sueño, sintió frío. ¿Frío en esta época del año? Pensaba mientras parpadeaba y poco a poco la nube en los ojos se disipaba. La cama estaba realmente cómoda, estaba tapado con un enorme acolchado de plumas hasta la cabeza. Abrió los ojos, frente a él, una enorme ventana con cortinas blancas dejaban pasar los primeros rayos de luz de la mañana. Reconocía el lugar, pero antes de tomar conciencia, alguien le habló:

  • Jorge, el desayuno está listo, no tardes mucho que se enfría el café – decía una dulce voz femenina.

¿Qué mierda…? Se preguntó. Era la voz de su madre. Se incorporó como un resorte de la cama. Miró a su alrededor y no cabía duda, era su habitación en la casa de sus padres. Hacía frío, mucho frío… algo debía andar realmente mal. Se acercó a la ventana y vio en la calle como la vida era normal, como siempre.

Le dolía mucho el pie, no recordaba por qué era pero cuando quiso caminar sintió como un pinchazo en el tobillo. Se cambió rápidamente de ropa. Un jean gastado, una remera de “Los Redondos” y un grueso sweater de lana que le había tejido su madre. Cuando llegó a la puerta, antes de abrir dudó. ¿Qué pasaba? ¿Se había terminado la pandemia? Si así hubiera sido, ¿por qué su madre seguía viva? Abrió la puerta y se dispuso a bajar por las escaleras hasta la cocina, el lugar que habitualmente usaban para desayunar y cenar todos en familia. Reconoció voces: su madre, su padre… y… ¿será real? Sí… era la voz del Mauricio, su hermano.

Bajó lentamente, como sospechando. Antes de ingresar a la cocina, volvió a mirar al exterior. Todo normal. No había zombis.

Cuando llegó a donde estaba su familia, los encontró a todos desayunando. Su padre con el diario “La Voz” sobre la mesa y tomando esos mates amargo con menta que tanto le gustaban. Su madre, que untaba una tostada con manteca y dulce de leche, levantó la mirada y dedicó a Jorge una cálida sonrisa. “Vení hijo, ya te serví el desayuno, si no te apuras vas a llegar tarde a la escuela”.

¿Escuela? Jorge no dijo nada, giró hacia la ventana y en el reflejo se vio a sí mismo. Nada había cambiado, parecía tener la misma edad que recordaba. ¿Por qué a la escuela? Corriendo, llegaba Mauricio, tarde como siempre, pero algo andaba mal. Parecía tener 14 o 15 años y llevaba el uniforme de la escuela privada a la que Jorge había rechazado ir por ser “demasiado estricta”.

  • ¿Qué pasa aquí? – preguntó, casi por instinto

 

  • Pasa que si no te apuras a desayunar, vas a llegar tarde a la escuela, hijo – respondió su padre sin levantar la vista del diario.

El momento de confusión en Jorge se vio interrumpido por el timbre. Alguien llamaba a la puerta. “Debe ser el plomero que viene a ver la pérdida en el baño”, dijo de forma automática su madre mientras se levantaba a abrir. Jorge, abrumado y casi guiado por la costumbre, se sentó en su lugar de la pesa y tomó la taza de café. Se sentía caliente en sus manos y el aroma le inundó los receptores olfativos. Sintió un placer enorme y en ese momento decidió que si todo era una alucinación, no le molestaría vivir en ella para siempre.

Escuchó el ruido de la puerta de calle y a su madre recibiendo al plomero. Luego silencio. Se dejaron de escuchar los permanentes motores de autos que pasaban por el frente de su casa. Su padre y su hermano estaban mudos, como mirando en un punto fijo. ¿Qué sucede? Volvió a preguntar Jorge. Nadie respondió. Luego un grito ahogado. Jorge se levantó y tomó el cuchillo para cortar pan. Ninguno de sus otros dos acompañantes reaccionó al grito, seguían como ausentes.

  • ¿Mamá? – preguntó entrecortadamente Jorge - ¿Mamá, estás bien? – caminaba lentamente hacia la puerta con el cuchillo en la mano.

Cuando iba llegando, por la ventana vio unos pies de alguien que estaba tendido en el suelo frente a su casa. Un hilo de sangre corría por un costado. A medida que se acercaba la sangre era mayor. Un enorme charco frente a la puerta lo hizo detener en seco. El olor era fuerte, como podrido. Se llevó una mano a la cara en un acto instintivo de cubrir su nariz. Temblando, llegó hasta la puerta. El cuerpo era de un hombre, pero parecía llevar varios días allí. La sangre reseca se le pegó a la suela de los zapatos.

¿Mamá?

No se dio cuenta, pero la luminosidad de la casa, algo que siempre recordaba con mucha nostalgia, había desaparecido. Todo era lúgubre, oscuro. Parecía que hacía más frio. Siguió buscando a su madre. La calle ahora estaba vacía, los autos volcados o chocados obstruyendo el paso. Entró rápidamente a la casa, volvió a la cocina pero ya no había nadie allí.



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En el texto hay: zombies, infección, argentina

Editado: 19.06.2018

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