En el año 1500 de la luna azul, un grupo de extraños guerreros invadió las tierras de las cinco naciones y saqueó tanto como pudo. Estas tierras, llamadas Killasumaq, habían sido bendecidas con la invisibilidad de aquellos cuyos ojos fueran codiciosos; pero esa protección cayó un día de noviembre, un día de tormenta que lo cambió todo para siempre.
Habían pasado 200 años desde aquel fatídico día en que Atomus clavó la bandera de su reino en las playas de Sumak, la tierra de los Ada, la familia real más fuerte y gentil. Su gentileza los hizo pecar de ingenuos, pero su ira condenó la cabeza de muchos en estacas. Ellos fueron los primeros en caer, aunque también los primeros en levantarse. Y mientras todo ello ocurría entre las sábanas veraniegas, muchas tropas se adentraron hasta llegar a Tamyak, el reino de la lluvia, sumergida en espesos bosques. Entonces, también descubrieron a Rawak en la dirección contraria, sepultada en el desierto y acobijada por el calor, casi impenetrable. Luego tomaron a Killasisak, la nación de la isla luna con sus campos de flores que fueron bañados en sangre. Sin embargo, no se detuvieron ahí, porque buscaban algo, una leyenda que los llevaba al último reino, rodeado de montañas bosques y selvas, con ríos extraños y un lago tan rojo como la sangre, el reino de Yawark, las tierras de la familia Sânge a quienes algunos desearon no haber conocido.
Muchos dicen que hay cosas que tal vez nunca deben salir a la luz, aún no estoy segura de que habernos encontrado haya sido lo mejor. Una guerra sin precedentes estalló entre dos continentes. Los invasores fueron echados apenas vivos; pero un grupo en especial se llevó lo que buscaba. Y el miedo de aquellos extranjeros fue tan grande, que buscaron la forma de debilitar y aislar aquellas cinco familias. Y ahora, desean hacer las paces como si nada, 200 años después.
Ilusos.
El pasado no se perdona con paz, solamente con muerte.