La Corona Negra

Capítulo 1

El reino de Yawark se encuentra al norte del continente Killasumaq, su nombre significa sangre, por el color de alguno de sus ríos y la gran montaña Yawar de donde muchos afluentes nacen. Es bastante grande, pero en realidad no tiene muchas ciudades, ni tanta población como otras naciones a su alrededor. La ciudad Scarlattya, es la capital, justo en el centro de toda la nación y donde habita su rey, El gran señor Sânge; el hombre más temible y cruel. Sus seis hijos no eran muy diferentes a él y por ello, los ocho reinos tomaron una decisión arriesgada, tomarlos como prisioneros y así, controlar un reino, que odiaba a los extranjeros.

 

Fui en el medio, detrás de mi madre y delante de mi hermana menor, no podía ser de otra forma, era la jerarquía y el orden de las cosas. Las celdas con sus pesados barrotes se abrieron frente a nosotras mientras avanzábamos con la mirada al frente, sin mirar a nadie, como es debido. Las largas mangas azul noche me pesaban, no podía más que agarrar mis muñecas para ocultar mis manos de la vista de todos, una costumbre de la familia de mi madre y algo que odiaba mi padre, o eso creo recordar, porque a ese hombre no lo he visto desde mis seis años, cuando nos obligaron a residir en esta horrible cárcel. La cárcel de las islas centrales, un lugar del cual nadie puede escapar, a menos que se le haya concedido su libertad, una cárcel hecha por aquellos bárbaros extranjeros. Se habían infiltrado en nuestros dormitorios para dormirnos y traernos aquí, madre e hijas. Era realmente injusto, todos tuvieron mejores destinos excepto nosotras y no es que a mi me asustara la cárcel, era mi hermana quien sufría, siempre ha sido la más débil de salud.

Ya me había acostumbrado a aquella cárcel gris, llena de barrotes y hecha en piedra nada ajena a la humedad. Estaba asentada en una isla rodeada de tormentas y llena de las personas más viles de ambos lados. No iba a fingir inocencia, en realidad sabía porque estábamos allí, solamente me sorprendía que no se hubieran compadecido de las dos niñas, nosotras, porque si algo se sabía de los extranjeros es que sus corazones podían ser demasiado blandos, demasiado ingenuos.

Pero, mi madre era la persona más peligrosa que alguna vez hayan visto, por algo mi padre se casó con ella, estaba hecha a su medida. El problema es que Razvan, nuestro hermano mayor, a quien nunca conocí, murió sin siquiera cumplir un año y desde entonces mi madre quedó en desventaja. Puede tener el título de reina, más no es la única esposa, hay tres más. Vaya desgracia para ella, ser encerrada justo cuando había empezado a deshacerse de ellas. La bruja de los mil venenos, la asesina de la noche, la reina del invierno rojo y sus dos hijas, todas encerradas en un lugar temido, donde eran respetadas de todos modos. A nadie le gusta una muerte lenta y dolorosa.

Continuamos caminando por otro gran pasillo hasta llegar al gran salón donde se realizan reuniones importantes. Aunque nunca escuché de ninguna, eso explicaría el polvo amontonado en los rincones de piedra. Habían arreglado una larga, pero delgada mesa de madera para nosotras tres y cojines frente a este para que nos sentáramos, se les había olvidado la alfombra y el director de aquella prisión acababa de notarlo.

—Perdone, su majestad —hizo una reverencia en modo de disculpa y apresuró a un guardia para que trajera la alfombra. Ello significó esperar de pie por cinco eternos minutos. Los ojos plateados de mi madre miraron al hombre con extrema frialdad, como si ya no fueran lo suficientemente fríos.

Mi madre era la viva imagen de la gente de las tierras invernales del norte, con sus ojos grises que parecían en realidad iris de plata, con su piel pálida como la de los reinos del norte. Por ello nos llaman los caras pálida, los extranjeros incluso nos llamaron vampiros, nombre extraño, cuyo significado descubrimos mucho después; el cabello de mi madre también era blanco, a veces creía que era un rubio claro y otras veces juraba que adoptaba el color de sus ojos. Mi hermana y yo, sacamos la figura delgada de nuestra madre con apenas curvas, pero nuestros ojos eran como los de nuestro padre, una especie de vino tinto, digno de los yawarkianos más puros, razón primera por la cual nos confundieron con vampiros, porque a veces parecen rojos, escarlata; nuestro cabello era lacio como el de madre; sin embargo, su color era negro como el del rey.

—Ya está todo en orden —dijo el director de la prisión cuando la alfombra de color vino tinto cubrió el suelo bajo la mesa alargada y los grandes cojines donde nos sentaríamos. A los extranjeros les gustaban las sillas, nos habían obligado a usarla con frecuencia; pero, en la prisión no había nada que sirviera para una reunión tan formal como aquella. Nuestras mesas bajas y cojines de flor blanca y roja eran lo mejor. Así que nos sentamos allí y poco después vislumbramos una luz que trajo imágenes frente a nosotras. Era tecnología mágica, salía de una piedra azul que cambiaba a color magenta de vez en cuando, la llamamos irises. Nos conectaba a otros lugares o personas, hoy nos mostraba a un hombre que se hacía llamar Emisario. Un señor a mitad de sus treintas con su cabello bien cortado y unos ojos marrones tan comunes como él mismo.



#19715 en Fantasía
#10578 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, magia, venganza

Editado: 27.03.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.