La Corona Negra

Capítulo 4

A diferencia de Killasumaq, en las tierras de Isaura no todas las naciones tienen acceso al mar, como los reinos de Eoghan y Venceslao, otros reinos como Aldair y Florence, poseen un acceso limitado con pocas costas. Pese a ello, el reino Eoghan se especializó en su recurso más importante, la madera de sus anchos bosques y por ende, la construcción a partir de ella. Así, con el sueño de obtener mar, unió fuerzas con el reino Venceslao y enviaron hombres a descubrir que había más allá del horizonte. Para ello, la familia real Sayer, envió a su mejor hombre, Atomus, quien lideraría la conquista y luego tomaría cinco mil esclavos para servidumbre y trabajo pesado. Los Ada, al lucir tan diferentes de los demás, fueron tratados cruelmente y los Tamy fueron forzados a trabajar en los bosques día y noche, así, deshonraron dos de los reinos más sagrados, uno de ellos el fundador y el otro, el protector.

 

Al otro lado del laberinto se encontraba una pequeña ciudad campestre, que llegaba hasta otra isla vecina, a la cual se accedía por medio de un puente colgante. Había diferentes casas, todas de tres plantas, eran cabañas grandes, hechas de madera, rodeadas de árboles y empalizadas de madera. Nosotras viviríamos en una casa algo lejana del resto, según dijo Anne, estaba recién construida, junto a otras dos. Cuando llegamos a la nuestra, luego de pasar la empalizada, vimos varias doncellas esperando en la puerta y allí, a una chica de cabellos como el color de la tierra y ojos violeta. No había duda de quién se trataba.

Las doncellas hicieron una inclinación cuando pasamos entre ellas y luego, la chica y yo nos inclinamos completamente y no hablamos hasta levantarnos. No nos habíamos movido de la puerta y eso tenía nerviosas a las mujeres de blanco que esperaban nuestro ingreso para seguirnos.

—Prima, han pasado muchas lunas —le dije y vi sus ojos humedecerse un poco—. Pero, ya no estás sola, nunca más —le aseguré.

—Entremos —dijo ella y dio una sutil reverencia a Cedric y Anne antes de entrar, a modo de despedida. Ellos no nos seguirían adentro, ya habían cumplido su trabajo, aunque Sira y Anne hablaron un poco más. No me quedé para escuchar su conversación y entré con Azu a la casa.

—Luce… Confortable —dije al ver el lugar, entre rústico y moderno.

—Lo es, cada una tiene una habitación —dijo ella—. También tiene buena ventilación y por sobre todo… Privacidad.

—Finalmente —dije, aliviada de escucharlo.

—¿Sabes? Uno de tus hermanos ya está aquí —me dijo con cuidado y esperé a que continuara con la información—. Cosmin.

—¿El que fue criado por los Mitma? —le pregunté y ella asintió.

—Sí, incluso es amigo de ellos.

—¿Lo es? —dije, como si hubiera sido un insulto.

—Oh, sí, hasta conociste a su mejor amigo, Cedric. Vivió la mayor parte de su vida con su familia, los Arlen.

Pensé un poco en la forma de actuar del chico.

—¿Crees que lo saben? Sobre quién obtendrá el trono y cómo.

—No lo sé, a diferencia de Cosmin, no tengo amigos; pero, contigo aquí muchas cosas podrán cambiar, tienes más aliados de los que crees —, ni siquiera sabía que los tenía—. Los Ada han sido traídos como servidumbre y los Tamy también están aquí, ellos respetan a los Sumaizhi.

—Supongo que hay promesas que nunca se olvidan —mencioné pensativa, no estaba del todo segura si la presencia de aquellos supuestos aliado sería realmente beneficiosa o destructora.

—También… Está tu hermana, Naya… —dijo Azu, con extremo cuidado.

—¿Dónde está entonces?

Obviamente compartiríamos la casa con ella; pero, no se veía por ningún lado.

—Pues, no he visto ni rastro de ella —dijo en respuesta.

—Iré por ella —dije de repente después de un corto silencio.

—¿Sabes dónde está? —preguntó confundida, pero me marché sin responder.

Sira aún seguía afuera hablando con Anne, solamente Cedric se había marchado, junto a las doncellas que se encontraban dentro de la cabaña. No interrumpí a mi hermana, preferí que se quedara allí y no notara mi partida. Rodeé la empalizada de madera y me fui por un camino trasero que iba en bajada. Caminé por unos diez minutos sobre la hierba y en las sombras de los árboles, hasta llegar a un precipicio, Naya se encontraba allí, justo en el borde y dándome la espalda.

—Crina —fue lo único que dijo.

—Naya —respondí de vuelta y ella se giró para verme.

Éramos casi idénticas, nuestros ojos más rojos que los de Sira, nuestro cabello negro, aunque el de ella era más ondulado que el mío, nuestra estatura difería por dos o tres centímetros probablemente, su rostro era muchos más delgado que el mio; pero, ella mostraba problemas de desnutrición. Sin embargo, nuestro rostro era alargado y nuestra piel pálida. No era solamente eso, otra cosa nos unía y probablemente yo acababa de confirmarlo.



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En el texto hay: romance, magia, venganza

Editado: 27.03.2021

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