Además de los Sayarumi, con su tez morena y cabellos lisos; y los Ashanti con su tez oscura y cabellos rizados; también se encuentran los Zaida de Rawak, el pueblo del sol, de piel bronceada, siempre oculta bajos capas de seda que pudieran ocultarlos de los potentes rayos de sol, se les conoce por sobrevivir largas temporadas sin agua y esconderse en cualquier lugar, volverse imperceptible. Mientras que la familia real Cyra, la de los ojos violeta, siempre eran reconocidos como los más educados y vanidosos, su belleza atraía a muchos, al igual que sus flores, grandes aliados de la familia Sânge desde que una de sus princesas se casó con el anterior rey Vasile Sânge, se dice que la introducción de la belleza de los Killas, produjo una belleza escalofriante en la siguiente generación de la familia real de Yawark, que aún permanece en la familia.
El té, la peor clase de todas. No porque fuera algo que ya hacía parte de mi conocimiento, en realidad tenía otras razones. El tonto de mi hermano había dicho algunas cosas sobre mi y el té, como si supiera mucho de mi, y ahora la maestra y Linnette me tenían en la mira.
—Ahora, sus compañeras probaran su té —dijo la maestra de rizos escandalosos y vestido de estampados de flores amarillas.
—Pásame tu… —dijo Linnette, nerviosa y temerosa, para su desdicha había acabado siendo mi compañera, después de todo alguien tenía que vigilarme. Aunque se había acordado que Cedric estaría a cargo de mi supervización, era obvio que no tomaría clases de té conmigo.
Decidí servirle, porque sentía pena por ella; y ella procedió a servir en mi taza de té también.
—Gracias —dijo, como si siguiera todo un guión de etiqueta.
Ella no dijo nada y procedió a beber, hasta que la maestra interrumpió y se llevó su atención, dándome tiempo suficiente para agregar cubos de azúcar a mi bebida.
—El té de flor de Mayua, es el más dulce de todos, tal vez la Anne podría hablarnos al respecto, como una de las flores más protegidas del reino Florence —la maestra lucía inspirada y yo introduje otro cubito de azúcar a mi bebida naranja.
—Son hermosas flores naranja, encontradas por nuestra exploradora Aurora hace ciento cincuenta años en el continente Killasumaq, desde entonces las adoptamos en nuestra cultura y disfrutamos de maravillosas bebidas y aderezos…
—Pero, el té y los aderezos ya existían —dijo mi hermana, un tanto apenada por dejar mal parada a su amiga, quien la miró confundida.
—Ah, ¿sí? —le preguntó, con honestidad.
—Sí, ¿no es así? —la vi volverse a otra estudiante, una chica que había estado muy silenciosa y miraba a todas las presentes con cierto miedo.
—Sí, incluso habían lociones —dijo ella con nerviosismo, como si dijera algo indebido y temiera ser castigada por ello.
—Los perfumes eran lo mejor —dije, para apoyarla un poco—, los tamy siempre tuvieron las cosas más dulces y encantadoras.
—Pero, si ya existía… ¿No estarán diciendo que los florinos lo robaron? —preguntó Linnette—. Probablemente lo recuerden todo mal.
—No, las mayua son de los Tamy, como la flor de luna es de los Killas —Azu habló finalmente, se notaba que le había tomado mucho esfuerzo tomar valor para hacerlo.
—Bueno, aprecio mucho su participación, señorita Cyra y señorita Sayarumi, gracias por su aporte también, señorita Sânge —se dirigió a ella, en busca de cortar el tema de conversación y pasar a otra cosa como… —Ahora, beban su té y califiquen a su compañera.
Me lleve la taza blanca a la boca y me aguante el mal sabor, nunca me gustó, todos siempre me sabían amargos. Entonces, mi compañera tragó con dificultad y me miró aterrorizada.
—¿Qué le has puesto a esta cosa? —refunfuñó en voz baja y me encogí de hombros.
—Señorita Dailin, ¿se encuentra bien? —preguntó la maestra que se acercaba y encontró a la chica pálida. La señora me miró y entonces probó un poco de mi curioso brebaje, y también tragó con dificultad—. ¿Qué le ha puesto a esto, señorita Sânge?
—No sabría decirle, pero no use nada que no estuviera en la lista —aseguré y las dos me miraron con cierta incredulidad—. Tal vez le eché demasiada azúcar —intentaba adivinar.
—Probablemente; pero, hubo algo más —dijo la maestra.
La campana de cambio de clase se escuchó y todas hicieron anotaciones de calificación en una planilla, para entregar a la maestra.
—Linnette, deja la planilla en blanco, puedes marcharte —dijo a mi compañera—. Tú te quedas, vamos a charlar un poco —aunque sus palabras fueron dulces, su mirada estaba llena de severidad.
Cuando todos se fueron, ella volvió a dirigirse ami.
—No deseo ofenderla, pero su té es el peor que he probado en toda mi vida —dijo de forma concisa—. Explíqueme, ¿cómo pasó esto? ¿Intenta usted sabotear mi clase?