Cuando los Ada fueron capturados y llevados fuera de Killasumaq, se extendió el rumor de la muerte de la familia real Ashanti. Los cuerpos de los entonces reyes Alika y Siham Ashanti fueron encontrados en el gran palacio, junto a sus hijos, aunque nadie podría confirmar si todos los herederos murieron. La mayor parte de la población de Sumak fue esclavizada; pero, se dice que muchos han escapado y se esconden, esperando el día del levantamiento, porque una guerra civil muy silenciosa se ha ido desatando en Sumak, el único problema es que no hay un líder que los guíe.
Muerte.
Eso podría traer muchos problemas, pero era lo de menos, y ya que aún no veía el rostro del acusado, no sabía qué tan grave sería todo el asunto. Por otro lado, los ojos sobre mí me hacían sentir incómoda, aunque trate de disimularlo tanto como pude.
—Tráelo a él también —dijo la mujer a un joven a su lado, que como todos los de la cueva, llevaba pantalones azules que llegaban hasta por encima de los tobillos y camisas blancas con botones y sin mangas, nadie tenía zapatos.
Vi que el joven, junto a otro, arrastró al chico fuera de la silla, hasta que estuvo frente a mi, sus mano y pies se encontraban amarrados con sogas y el cabello oscuro le tapaba toda la cara. Lo sujetaban de los brazos como si nada, los trabajos que hacían, los habían ayudado a ganar buena masa muscular y mucha fuerza. Cuando estuvieron frente a mi, levantaron la cabeza del chico, sujetándole un manojo de pelo con brusquedad. Su rostro estaba lleno de sangre y algunos moretones, la violencia había empezado mucho antes del juicio.
Pasos vacilantes se acercaron a nosotros y entonces una chica hermosa de ojos grandes se presentó, era Siara. Tenía hermosas trensas, que moldeaban su rostro en forma de corazón y llegaban hasta sus hombros. Su vestido azul, bastante sencillo, dejaba en evidencia todas sus curvas, una tentación para cualquier hombre, incluso para los Mitma. Vaya, pobre tipo, probó la manzana prohibida.
Ella lo miró, aunque intentó no hacerlo, pero sus ojos la traicionaron, o tal vez fue su corazón. Entonces, teníamos dos pobre almas, el prometido y el Mitma frente a mi. Porque la chica parecía haberse enamorado de quien no debía. Del chico de cabello negro no estaba segura, sus ojos marrones no decían mucho, además del miedo que sintió al verme.
—Dime, ¿aún le temes a mis ojos? —le susurré y vi su garganta moverse con nerviosismo.
—Tengo una pregunta para usted, señorita Siara —me dirigí a la chica que se ubicó a mi lado, con dos guardias en sus costados—. ¿Estuvo con este Mitma a voluntad? —me acerqué a ella y la miré a los ojos.
Visualice un objeto en mi mente y extendí mis manos abiertas, donde la daga de los trillizos apareció. Un pequeño truco que me había enseñado mi madre, no la llamaban bruja porque sí. La mujer adulta jadeó al ver el objeto y me miró con gran respeto.
—Realmente posees la magia de los Sumaizhi —dijo, sorprendida y aliviada por ello, como si eso confimara que lo que sea que pensaran de mi era cierto.
—Responde, esta daga te pondrá a prueba si mientes —dije, y presioné la calavera para que separará el filo en dos, como lo había visto la primera vez—. ¿Ya tienes una respuesta?
—Es la daga del juicio —murmuró un hombre adulto, que apareció de la nada, probablemente para ver lo que pasaba. Na sabía que el artilugio fuera famoso, me sorprendía que los demás lo reconocieran, tal vez los trillizos jugaban más de lo que decían—. La ha recuperado, es una joya familiar…
Ah, ¿sí?
—Siara, ¿estuviste con el Mitma voluntariamente? —pregunté de nuevo.
—Sí —dijo, con ojos llorosos—. Yo lo amo —hubo jadeos de sorpresa en la audiencia.
Vaya, esto parecía el teatro y empezaba a disfrutarlo.
—¿Estaba informada de que relacionarse con los Mitma está prohibido? —pregunté y ella estaba aterrorizada, no de la daga, sino de lo que podría pasarle al pobre chico si ella mentía sobre todo.
—Sí…
—¿Y aún así decidió relacionarse con él? ¿Incluso entregando su virtud? —, acepto que esa línea la había sacado de una novela barata, que me prestó un guardia en la prisión cuando me cansé de leer los mismos libros, solamente me falto agregar, pero, que descaro. Lo malo es que este era un juicio serio, no podía decir tantas tonterías.
—¡Merezco tener el derecho de elegir a quien amar, ya que mi vida no es mía! —exclamó, y la mujer se precipitó hacia ella para abofetearla.
Esto solamente mejoraba, y yo justo tenía que estar en mi camisón negro, menos mal me había puesto un abrigo.
—Eres una Ada, ¡compórtate como tal! —exigió la señora.
Me aclaré la garganta para recordarles que yo estaba allí y entonces me miraron con advertencia, como si no debiera interrumpir. Hasta que recordaron lo del juicio, me dejaron continuar con mi trabajo.
—Dígame, ¿este joven aquí presente la violó? —, debía ir directo al punto.