La sangre de demonio que arde en las venas de sus hijos, los quema por dentro hasta que decidan aceptar que no hay un monstruo viviendo en su interior. Ellos nacieron siendo monstruos.
Corrimos bajo la luna y nos perdimos entre las sombras de los árboles, Niall no soltó mi mano ni una sola vez y me ayudó a pasar por los caminos más difíciles. Cedric nos siguió con mis dos hermanas, nos aseguró que tenía una forma de escapar de la isla. No sé si Niall realmente tendrían un plan antes de eso, pero accedió luego de una larga conversación que tuvo con su amigo en una esquina lejos de nosotras. Cedric se quedaba atrás, dado que llevaba a Crina sobre su espalda y eso le quitaba velocidad. Recorrimos una parte de la isla que nunca antes había visto, estaba al otro lado de las cabañas y los salones de clase, hacia el final del archipiélago, rumbo al sur.
Nuestro paso fue más lento al llegar a una pendiente que tuvimos que bordear sin mirar debajo de nosotros, donde las olas se rompían contra la tierra y la piedra que se alzaba hasta el suelo que pisábamos. Aunque a mi me gustaba mirar, era interesante y tenía una fascinación con el terrorífico pensamiento sobre caer. Podría empujar a mis hermanas, caerían sobre las piedras filosas y sus cuerpos quedarían destrozados, la sangre mancharía el mar, una simple gota en el agua.
El camino se hacía más angosto y debíamos pisar con más cuidado, no tuve miedo sino hasta que Niall casi resbala y tuve que sujetar su mano con fuerza. El aire se escapó de mis pulmones y mi corazón palpitó con demasiada insistencia.
—Sujetate con más fuerza —le dije y él se rió.
—Si hiciera eso caeríamos los dos —dijo y retomó el camino, habíamos quedado al final de la línea, porque Cedric era él único que parecía conocer aquel paso.
Nos detuvimos diez minutos después en un campo más abierto, la hierba estaba alta y me cubría hasta las caderas. Pase mis manos por la punta de la hierba y la sentí con libertad, me daba una sensación de calma que nunca había sentido.
Cuidado con el atardecer.
Una de las tantas voces que siempre me acompañaban me sorprendió y arruinó el momento, entonces miré el cielo y recordé que vendría el amanecer. Nunca se sabe a que se refieren realmente los espíritus con sus mensajes fuera de tiempo.
—Niall, tu madre vendrá a buscarte —dije al sentir su mirada sobre mi.
—Lo sé, y no me encontrará.
Hoy no.
—Hoy no —su agarre se hizo un poco más fuerte sobre mi mano derecha y me empujó hacia su pecho, la hierba alta quedó en el olvido.
—Vamos a escapar hacia el amanecer —dijo.
—Creo haberlo escuchado antes —pensé en ello.
—Porque lo dije hace mucho.
No lo recordaba.
Lo hizo. Lo dijo con la llovizna de la mañana.
El día que casi escapamos.
Ten cuidado, son palabras profundas.
Recuerdas, cómo pensaste en matarlo aquella vez.
Sangre, sangre, sangre.
—Deja de escuchar el silencio —me dijo y lo miré a los ojos —, ellas siempre se esconden en el silencio, esas voces.
—¡Por aquí! —escuchamos a Cedric y lo vimos señalar un puente colgante que llevaba a otra isla.
—¿Habías visto este lugar antes? —le pregunté a Niall y él negó con la cabeza, entonces nos acercamos y todos pasamos el puente con extremo cuidado.
—¿Tu hermana… Ella mató a Tristan? —me preguntó Niall de repente, estaba detrás de mí, observando cada una de mis pisadas sobre la madera antigua.
—¿Y si así fuera?
Las dudas, muchas dudas, matan, matan.
Tortura su mente, saborealo.
Dile que sí, será divertido.
Ira, venganza, violencia.
¿No lo amas?
—No, no fue… Ella no —me forcé a decir las palabras —, lo siento, sé que lo querías… Sé que…
—No, no hablemos más de ello —terminó con el tema.
Di un paso más y la madera cedió al instante, el vacío me atrapó y sentí mi cuerpo caer al fondo, no sentí miedo, en realidad le di la bienvenida, hasta que sus brazos rodearon mi pecho. Niall me abrazaba con fuerza y me ayudaba a subir de nuevo, sabía que había notado como me solté de las sogas laterales; pero, no dijo nada.
—No mueras frente a mí —susurró a mi oído y nos pusimos de pie —. Si tú caes, iré justo después de ti —no me gustaba lo que decía y él lo lo hacía con esa intención —. Vamos, debemos continuar.
Vas a matarlo.
Morirá contigo.
Deberían caer juntos.
Me cubrí los oídos por un momento y cerré mis ojos, aunque las voces decían cosas que me hacían hervir la sangre con emoción, eran igualmente peligrosas y no quería hacer daño a la única persona que realmente parecía preocuparse por mi. Por eso, al llegar al final del puente, me concentré en sujetar su mano y sentir el bombeo de su sangre en todo su cuerpo, junto al calor que emanaba de su piel.