Cuidado con la luna roja, porque la cacería ha comenzado o puede que en realidad haya nacido un demonio en alguna parte del mundo. Tal vez la cacería vendrá después, ten cuidado de no ofender a aquellos que tienen poder.
Un grupo de personas se encontraba reunido en lo que parecía ser la plaza principal de la ciudad. Todos estaban divididos en tres grupos, los nobles de Isaura, los encargados del orden que en su mayoría también eran de Isaura y la gente de Sumak con vestimentas sucias, rotas y viejas, parecían obreros o esclavos, a menos que no hubiera una distinción entre ambos términos.
—Estos tres hombres son conspiradores, se les acusa de incitar a la rebelión y corromper la opinión pública sobre el gobierno actual y sus dirigentes.
En el centro de la plaza tres hombres estaban a punto de ser colgados, hombres que habían llegado de un barco noches atrás. Los nobles extranjeros veían el espectáculo con sonrisas, aquellos hombres eran sus enemigos. Los oficiales lucían incómodos con toda la situación, aún más quienes eran originarios de Sumak. El sol brillaba en su esplendor y el sudor caía por la frente de las víctimas, se desplazaban por las arrugas de sus frentes creadas por la angustia. Todos querían un héroe, alguien que los rescatara o se preguntaban qué habían hecho tan mal para merecer tal cosa.
Yo solamente los veía desde una esquina de la plaza, bajo la sombra de un pequeño edificio para huir del sol. Di otro mordisco a la manzana roja y tomé nota de quienes eran los que debían morir después.
—Crina, ¿no deberíamos hacer algo para detenerlos?
—¿Por qué? Ellos son las chispa de la revolución, sin ellos no habrá explosión —le expliqué.
—Tú puedes ser la explosión —me dijo mi tonta hermanita.
—No me quiero robar toda la atención —dije y di otro mordisco a la manzana.
Los tres hombres fueron ahorcados y los originarios de Sumak jadearon por la imborrable imagen de ver aquellos hombres morir. La manzana en mis manos tuvo un sabor agrio de repente y lo lancé al primer bote de basura que vi. Ajustamos nuestras capas sobre nuestras cabezas y nos metimos en la multitud. Sira siempre me seguía en silencio, esperando por mi siguiente movimiento.
—Pronto se dará el estallido —susurré y desaparecimos entre la sombra de otro edificio.
Entonces, esperamos a que llegara la noche mientras recorríamos la ciudad y escuchábamos sus murmullos. Aprendí sobre las personas que gobernaban la ciudad, en los mercados fue fácil escuchar información. La familia Di Corenti, proveniente del reino de Genoveva tenía todo el control marítimo y económico de la ciudad y los Kall del reino de Venceslao tenían a su cargo la policía y el ejército. Los dos reinos parecían compartir la ciudad en un trato pacífico silencioso. Además, después de todo el alboroto de los hombres colgados, esa noche celebrarían un gran baile en el palacio Mamadou, un palacio de verano de la antigua familia real de Sumak, que ahora pertenecía a los Di Corenti.
—¿Te gustaría usar un lindo vestido hoy? —le pregunté a mi hermana y reí un poco por la forma dudosa en que me veía —. Es hora de hacer la gran entrada.
Varios hombres y mujeres adultos se reunían en el sótano de una antigua casa en un barrio pobre y olvidado que tuvo mejores días en el pasado. Un barco lleno de esclavos liberados habían llegado a las costas de Sumak con sueños de libertad, pero las fuerzas policiales estaban listas para encerrarlos de nuevo. Una gran parte escapó y se escondió en diversos lugares de la ciudad costera, otros pocos se fueron de la ciudad para iniciar la rebelión desde otras ciudades y expandir la noticia del retorno de muchos. También se estaba difundiendo el rumor de que la familia real no estaba muerta. Sin embargo, la cacería nocturna estaba acabando con los rebeldes, hasta hace un día cuando la luna se volvió roja.
—No podemos actuar con imprudencia —dijo un anciano y muchos discutieron en contra —. Lo de hoy fue un error… Pero, no volverá a ocurrir.
—Entonces, ¿cuál es nuestro plan? ¿Hay un plan? —exigió saber un chico joven que acababa de entrar al sótano, era el mismo chico que había estado a mi lado aquella noche en la academia.
—No debería… —el anciano estuvo a punto de regañarlo.
—¡No podemos esperar más! —gritó el chico para llamar la atención de todos —, ¡Nos están matando! Cuando camino por las calles veo más gente del color de las naranjas por dentro que del color del cacao, nos están invadiendo y aniquilando, ¿no lo han visto?
Interesante analogía.
—Es cierto —murmuraron algunos, hasta yo estaba de acuerdo.
—Esta noche, todos los altos mandos se reunirán en el palacio, ¡nuestro palacio! Y van a celebrar la muerte de nuestros hermanos el día de hoy… ¿Está bien dejarlos celebrar? —preguntó y consiguió un grito de batalla de todos los presentes, la violencia era la mejor respuesta para ellos.
—Entonces, hay que arruinarles la fiesta…
—Guerra y muerte —susurré y mi hermana Sira me miró con curiosidad, sentadas en un lugar oscuro del mercado nocturno —. He escuchado algo muy interesante… No muy lejos de aquí —le dije y sonreí.
—Nos faltan los antifaces —me dijo y se levantó de la silla del pequeño restaurante del mercado.