La Cubierta

La Cubierta

Júlia bajó del autobús y con su maleta, se dirigió hacia el barrio conocido como “La cubierta”.

Al preguntar la dirección a uno de los peatones, éste negó con la cabeza contrariado.

-Le recomiendo ir en la dirección contraria- dijo mientras señalaba hacia la parada del autobús- Ese barrio es peligroso.

Júlia volvió a preguntar si se llegaba siguiendo recto, y el hombre señaló a unos edificios elevados que se veían a lo lejos.

Tras un buen rato caminando, el paisaje urbano cambió bruscamente. Había poca gente en la calle, excepto algún joven que le seguía con la mirada.

Escuchó un sonido de petardos, y vio a un grupo de chavales salir corriendo.

Sorprendida, pasaron junto a su lado y uno le gritó que corriera.

De uno de los portales salió una mujer con un moño recogido y  un revólver en la mano.

-A ti no te he visto nunca. ¿Qué haces aquí?

Júlia escuchó a su espalda los gritos de los chicos que le decían que corriera.

-Soy la Doctora Torres- repuso con voz algo trémula, mientras soltaba la maleta y metía la mano en el bolsillo- Así que a partir de ahora me verá con regularidad… en la calle quiero decir. A no ser que esté enferma y sea en la consulta, pero…

La mujer movió la pistola señalando hacia unos edificios al fondo.

-Saque la mano del bolsillo, doctora- dijo enunciando lentamente- y continúe hasta el edificio número catorce.

Júlia sonrió con dificultad y volvió a coger la maleta, avanzando lentamente por el camino mal asfaltado.

Los edificios de la zona eran todos iguales. Altos y grises, de aspecto industrial. Muchas de las ventanas estaban rotas, y la mayoría de las farolas estaban abiertas y sin cableado.

Muchas de las puertas que daban a la calle se habían arrancado, y en el interior de los edificios se veía a niños jugando en el rellano.

Cuando llegó al final de la calle, localizó el número catorce. Era exactamente igual al resto, lo único que era diferente era una pintada al lado del número que ponía Consultorio Médico.

En la entrada un hombre con los brazos tatuados mascaba chicle. Al otro lado de la calle un niño tocaba la guitarra, mientras unos jóvenes bailaban al son de la música.

Júlia dejó la maleta en la entrada y estiró el brazo a modo de saludo.

El hombre de los tatuajes no se inmutó.

-Soy la doctora Torres- metió la mano en el bolsillo y sacó una tarjeta con sus datos, ofreciéndosela al hombre- No sé todavía como funcionáis aquí. ¡Esto está tan alejado de todo! Me siento como si estuviera ejerciendo medicina de frontera. No sé si me entiendes…

El hombre señaló hacia el interior del portal. Júlia se guardó la tarjeta y agarrando la maleta pasó al interior, dándole las gracias al que supuso era el portero del edificio.

Una vez en el interior, pudo ver varias puertas, todas ellas abiertas de par en par. En algunos umbrales no había puerta, sino unas cortinillas que no dejaban ver el interior.

Un hombre pelirrojo al fondo del pasillo trataba de abrir con un destornillador la caja de comandos del ascensor.

-Perdona- dijo Júlia, dejando la maleta en la entrada- Soy la nueva doctora y estoy destinaba a vuestro barrio. ¿Me puedes indicar dónde está la consulta?

El hombre siguió realizando su tarea sin dignarse siquiera a dirigirle una mirada. Gruñó y ladeó la cabeza.

-Donde pone consulta- dijo entre dientes, mientras doblaba el panel, intentando que uno de los tornillos oxidados cediera.

Júlia miró a su alrededor, y se fijó que en una de las puertas donde antes había estado el número, alguien había pintando con un spray la palabra Consulta.

-Muchas gracias- repuso Júlia, negándose a ser tan grosera como el hombre que tenía enfrente- ¿Eres el de mantenimiento? ¿Cómo te llamas? Quizás necesite algo, ahora que me mudo aquí… ¿Vives por aquí, o tienes número de teléfono móvil?

El hombre gruñó de nuevo y dejó el destornillador y el panel que había arrancado en el suelo. Golpeó con las manos el pantalón y se puso de pie.

Al girarse, Júlia pudo ver a un hombre de ojos pequeños y juntos,  de mandíbula prominente y cuadrada. Su frente era muy ancha y protuberante, y eso hacía que el escaso pelo pelirrojo apenas resaltara en su rostro.

Su boca estaba fruncida, y sus labios estrechos estaban tan apretados que solo se distinguía una línea rosácea.

-Si estás muy ocupado, podemos hablar luego. Como te he dicho voy a estar trabajando, o sea, viviendo aquí y yo…

-Yo estaba trabajando- interrumpió secamente el hombre, mirándola fijamente. Sus ojos eran verdes, pero al ser tan pequeños el color era apenas perceptible. En realidad no había nada destacable en él. Tampoco parecía que su carácter fuera muy amigable- En fin, ya que me has interrumpido te diré un par de cosas. Soy Ciriano, Ciri para los amigos. Si necesitas algo, hablas con el del bar. No conmigo. Y aunque viva aquí, y vayamos a ser vecinos- repuso arrugando la nariz- no voy a darte mi número de teléfono, doctora.

Mirándola de nuevo de arriba a abajo, se giró y se agachó, empezando a estirar los cables blancos del cuadro eléctrico del ascensor.

Júlia fue hasta su maleta, y delante de la consulta pulsó el timbre.

Tras unos segundos, volvió a pulsar. El timbre no sonaba. Iba a indicarle a Ciriano si podía echarle un vistazo, cuando pensándolo mejor golpeó la puerta con el puño.

Cuando iba a hacerlo por segunda vez, la puerta se abrió de par en par.

Una mujer de unos cincuenta años, de baja estatura la miró con ojos cansados.

Júlia estiró el brazo, cogió la mano de la mujer y la estrechó con firmeza.

-Buenos días- dijo con una amplia sonrisa, ante la mirada de estupor de la otra mujer- Soy la doctora Torres. Vengo trasladada del Hospital General y hoy empiezo aquí, en la consulta. …aunque supongo que ya os habrán informado de todo esto. Me han dicho que no hay otro doctor, pero sí una enfermera sénior, y dos auxiliares. ¿Supongo que eres… Rosa?




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