La Cubierta

Espacio profundo

Júlia pidió de carta y Rosa un sándwich y un café.

-Este sitio es increíble- dijo mirando a su alrededor con asombro- Está mucho mejor conservado que el resto de edificios de por aquí.

Rosa rió y movió la cabeza divertida.

-Sí. Es cosa de Cari, el dueño. Pero si dices eso, es porque no has entrado a la tienda del Señor Jamal- repuso en voz baja la enfermera- Ese hombre es la elegancia personificada. Tienes que ir y ver su colección de  vestidos… Todo hecho a mano, tiene una vista perfecta y unas manos divinas. Lástima que nosotras vayamos la mayor parte del tiempo de uniforme.

El camarero les trajo el pedido y lo sirvió en unas bandejas de madera. Todo estaba muy bien presentado, y Júlia suspiró de satisfacción cuando probó el té rojo que había pedido. Era exquisito.

-Pero, por qué el Señor Jamal y… el dueño de esto son tan diferentes al resto de “La Cubierta”. No lo entiendo.

Rosa que ya se había acabado el sandwich, dejó el vaso de café en la mesa.

-No sé cuánta historia de este barrio conoces, si antes de venir aquí te has informado un poco.

-Mi marido se crió aquí- repuso la doctora con voz melancólica, mirando hacia la barra, que bullía de gente- Siempre me habló del barrio, de sus antiguos amigos y de cómo le hizo ser quién era… es. Y él, él siempre dijo que algún día quería volver. Ya sabes, si esto mejoraba en algún momento. Si dejaban de haber bandas enfrentadas y por fin la gente podía vivir sin tener que preocuparse de todo. Él fue muy infeliz aquí. Y, sin embargo, deseaba regresar. No por la gente, sino por este lugar que representaba  algo muy valioso para él. Nunca… nunca comprendí por qué.

Rosa la miró sorprendida. Y apoyó su mano sobre la de Júlia, quien le devolvió el apretón.

-¿Cómo se llama tu marido?¿No ha venido contigo?

-Se llama Marcos Polo- contestó mirando de nuevo a la barra- Él… él ha desaparecido. Llevo esperándole dos años. Pensando que a la mañana siguiente me despertaré a su lado. La policía cree que se ha ido de casa voluntariamente. No hay indicios de ningún crimen, ni sospechas de que haya podido ser secuestrado. Así que yo… yo pensé que quizás estaba esperándole en el lugar equivocado. Y por eso he pedido el traslado aquí. Él me contó que había una banda que se hacía llamar “los Caucásicos” que se estableció en el barrio y se hizo dueña de todos los negocios que había. Cuando Marcos se fue, gran parte de la población había empezado a enfrentarse a ellos. Todo el dinero y los negocios los dirigían con mano de hierro, pero quienes hacían el trabajo sucio y pagaban las consecuencias eran los de aquí. Por eso Marcos se fue, sabía que en caso de quedarse acabaría como todos los demás. Llevando una vida de miseria o acabándola demasiado pronto.

Júlia cogió la taza de té y se calentó las manos mientras miraba cómo el líquido rojizo se agitaba levemente.

-Sí, le recuerdo. La familia Polo, ¿habían tenido la tienda de ultramarinos antes de que se la quitaran, no? Les pasó a muchos… Lo perdieron todo. Al final pudimos recuperar lo que era nuestro y los Caucásicos se fueron a otra zona. Pero hay cosas que están ahora peor que antes… Sé que no está bien que lo diga, porque generaron mucho sufrimiento en el barrio, y siempre estábamos por debajo de ellos- Rosa miró a su alrededor y suspiró- Sí, conocí a tu marido antes de que se fuera. Siempre hemos sido un barrio donde todos sabemos lo de todos. No tenemos secretos. ¿Cómo acabasteis juntos? Él siempre fue un chico muy tímido.

Júlia se acabó el té y dejó la taza vacía en la mesa. Se sentía mejor hablando de Marcos con alguien que entendía quién había sido. Quizás Antonio, ese chico que trataba de ayudar y escapar de La Cubierta se parecía a su marido.

-Nos conocimos en una piscina municipal. Era el monitor y yo participaba en las clases. Enseguida me fijé en él, y tras un mes empezamos a quedar sin que nadie lo supiera. Al poco tiempo ya estábamos viviendo juntos. Él es maravilloso. Por eso sé que volverá. Y aquí… quizás alguien le haya visto o sepa algo. La policía no ha hecho mucho por encontrarlo. Me dicen que sí, pero sé la verdad.  Han decidido que Marcos ha querido irse sin decirme nada. Como si yo fuera la culpable o algo… Espero encontrar respuestas, Rosa.

La enfermera llamó al camarero y pidió la cuenta.

-Hoy invito yo. ¿Te vienes o quieres quedarte?

Júlia miró a su alrededor y cogió la maleta.

-Aún tengo que encontrar dónde vivo- dijo riendo, cogiendo del brazo a Rosa, y enseñándole el móvil.

Ésta asintió y le dijo que la acompañaría, pues estaban cerca.

Salieron del bar, y fueron andando por la calle. Algunas farolas ya se habían encendido, y empezaba a atardecer. El cielo rosáceo contrastaba claramente contra el gris de las fachadas de los altos edificios.

Al avanzar, pasaron por delante de la tienda de ropa. Estaban las luces encendidas y varios maniquíes lucían espectaculares trajes de gran colorido.

-¿Alguien lleva esto por aquí?- preguntó asombrada Júlia.

-Bueno, Jaime va siempre muy bien vestido- repuso sonriendo Rosa- y sus lugartenientes también. Es una de las formas que tienen de destacar sobre el resto. Y además, te sorprendería ver la multitud de mujeres que compran aquí, a pesar de quién es el dueño.

Júlia miró entre los maniquíes el interior de la tienda, pero aunque veía parte de una banqueta y un espejo, no conseguía localizar al Señor Jamal.

Rosa había parecido al principio una mujer muy seria y fría. Pero ahora, cogidas del brazo y cuchicheando sobre los diferentes vestidos, Júlia sentía como si fueran amigas de toda la vida. La doctora había temido encontrarse totalmente aislada en el barrio, temerosa de no encajar como le había ocurrido en el Hospital General. Y todo había ido a peor cuando desapareció Marcos. La gente empezó a cuchichear a sus espaldas y todos sus amigos, sin decirle por qué, habían dejado de quedar con ella y, con el tiempo, dejaron de contestar a sus llamadas. Fue uno de los motivos por los que decidió ir al origen de todo. Al lugar donde había nacido Marcos.




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