La Cubierta

El Jefe

Cuando llegó, Rosa estaba atendiendo a un niño con tos y fiebre alta.

Júlia accedió a su despacho con la llave, y encendió el ordenador. Consultó las citas del día, y vio que solo tenía una a las doce horas.

Accedió a la base de datos y comprobó que los inventarios estaban correctos.

Revisó varias fichas de pacientes que habían acudido a consulta en las semanas anteriores, pero no detectó nada destacable.

Salió del despacho, pero el niño ya se había ido.

-¿Suele venir Jaime por aquí? Porque he visto que tengo una cita apuntada con él. Mi único paciente en todo el día. ¿Entiendo que el resto solo quiere ser atendido por la enfermera que conocen?- ante la falta de respuesta de Rosa, Júlia suspiró y miró alrededor- Sé que es difícil llegar a un puesto como éste y esperar que todos confíen en ti. Pero no puedo esperar a ganármelos. No tenemos ese lujo. Todos los casos debes derivármelos, excepto las funciones propias de enfermera…¿Recuerdas lo que te dije ayer? Para eso estoy aquí.

Rosa le pidió que la siguiera y le mostró varias fichas en su ordenador. La mayoría ya las había revisado en su despacho.

-Muy bien, doctora. Pero las citas de la una hasta el final  de la pausa del mediodía las atenderé yo. Dudo mucho que Jaime venga aquí por un tema estrictamente médico.

Júlia paseó por la sala algo inquieta, y miró a Rosa con una sonrisa. A continuación, se dirigió a su despacho y se preparó para la primera visita del día.

Los pacientes fueron entrando y transcurrió todo con bastante normalidad. Procuró ser asertiva, escuchar y hablar menos de lo habitual.

La mayoría mostró curiosidad ante la nueva doctora, y algunos fueron bastante inquisitivos en sus preguntas. En algún momento le pareció que era como un microscópico batracio.  Siendo observado, analizado y valorado.

 

Cuando dio la una, accedió al despacho un hombre alto y de tez morena. Llevaba la cabeza totalmente rapada, patillas y bigote finos y una barba larga  y gris perfectamente recortada.

Iba vestido con un traje azul con finas rayas blancas atravesándolo. El corte del cuello era abierto, y tenía todos los botones abrochados. La camisa era de un violeta claro, con cuello blanco. Y un pañuelo color carne junto a una corbata rosa con motas blancas completaban la imagen. Efectivamente, era imposible no fijarse en la elegancia imponente que exhibía.

Extendió la mano, cubierta de anillos de oro y brillantes y Júlia se la estrechó. Las palmas estaban húmedas y el apretón fue algo más fuerte de lo esperado.

-Doctora Torres, es un placer tenerla entre nosotros- dijo con voz clara- ¿El piso es de su entera satisfacción? Tuvimos algunos problemas para encontrar una ubicación cercana al ambulatorio, pero finalmente pudimos arreglarlo. Estoy seguro que será muy feliz aquí.

Júlia carraspeó mientras se sentaba y abría de nuevo la ficha de Jaime. Nada importante se mostraba en la misma, al igual que en el resto.

-Si tiene alguna consulta médica, me gustaría escucharla. Estoy aquí como doctora. Mi trabajo consiste en curar y salvar vidas. Nadie me va a apartar de los votos que hice cuando me puse este uniforme blanco. Estoy segura que lo comprende.

Jaime sonrió y se sentó en la silla que estaba enfrente. Colocó los codos encima de la mesa y cerró las manos como si fuera a recitar una oración.

-Se habrá fijado que el piso es bastante amplio, doctora. No crea que nos sobra el espacio. Esos domicilios están reservados para las familias. Pero usted está casada con nuestro paisano Marcos Polo del Silo- al notar la mirada de estupefacción de Júlia continuó satisfecho, estirando el brazo y cogiendo uno de los bolígrafos situados sobre la mesa- Desgraciadamente no ha podido venir con usted. Pero seguro que pronto tendremos noticias al respecto, ¿no cree?

Júlia se puso en pie, lívida y con los puños apretados.

-Por favor, doctora- repuso tranquilamente Jaime, mesándose la barba- Relájase, ¡aquí estamos entre amigos!. Solo he venido a darle mi más cálida bienvenida. Estoy a su entera disposición para lo que necesite. Cualquier cosa, dígamela y la tendrá.

Júlia se dejó caer y se sentó pesadamente sobre la silla.

-Antonio tiene interés en la medicina. Me gustaría que usted no se opusiera a que el chico pase tiempo con nosotras aquí en la consulta.

Jaime apoyó el bolígrafo de nuevo en la mesa y sonrió.

-Está claro que no me conoce en absoluto, doctora. Pero no se preocupe, el tiempo hará que nos convirtamos en buenos amigos. Antonio es un joven que todavía está madurando. Es importante que cuente con buenos modelos en su vida. Y usted, en el poco tiempo que lleva entre nosotros ha causado una gran sensación. Antonio tiene que aprender mucho todavía, y por supuesto que tiene mi permiso para hacerlo.

Jaime estiró la mano y Júlia se la agarró con fuerza.

-¿Por qué ha tenido que decir lo de mi marido?- preguntó sin soltarle la mano, estirando el brazo y empujándole ligeramente en su dirección- ¿Qué es lo que sabe?

-Oh, por favor. ¡Doctora! Si la policía ha dicho que desapareció por voluntad propia, seguro que aparece pronto, ¿no cree?. Una mujer tan valiente, inteligente y capaz… Dudo que un vecino criado aquí sea un necio tan grande como para no volver a su lado.

Su mano pegajosa resultó insoportable y Júlia le soltó sabiendo que había cometido un error con su pregunta.

Estaba claro que de Jaime no podía esperar respuestas honestas.

El hombre estiró las arrugas del traje y con una última mirada, salió del despacho cerrando la puerta tras de sí.

Júlia miró el reloj. Nerviosa, se alzó y sacó el móvil. Dejó un mensaje a la enfermera indicando que salía unos minutos y se dirigió al bar.




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