La Cubierta

Familia

Cuando sonó la alarma, se despertó y bostezando fue al cuarto de baño. Se limpió la cara y los brazos y se peinó con una coleta.

Al salir, se puso un vestido limpio con estampado de flores amarillas y cogió la bata de la entrada. Se volvió a poner los mismos zapatos negros de tacón bajo y bajó por las escaleras.

Al llegar a abajo, vio que Ciriano había abierto el ascensor y estaba tocando el panel de mandos.

Júlia saludó y el hombre respondió con un gruñido.

Varios chavales pasaron corriendo por la calle, gritando consignas y levantando los brazos. Júlia les ignoró y tras caminar unos minutos y cruzarse con algún vecino entró en la consulta y abrió su despacho con llave. Sentándose en la silla repasó las citas y vio que Rosa no le había dejado ninguna anotación especial, ni tenía mensajes o llamadas.

Suspirando, buscó ingresos nuevos o fichas anteriores a las que había revisado anteriormente. Quería ver si alguien con algún rasgo parecido a Marcos había pasado por la consulta. Sospechaba que las fichas habían pasado algún tipo de censura, pero tenía que comprobar toda la información que tuviera a su alcance.

Intentó estar centrada, pero pronto su cita de la tarde entró al despacho obligándola a cerrar la base de datos. Aunque la puerta estaba cerrada, nadie se molestaba en solicitar permiso antes de entrar. Algo contrariada, pero intentando que no se transmitiera en su rostro, sonrió y se levantó para saludar y conducir al hombre a la camilla para iniciar las pruebas.

La tarde transcurrió rápida, y cuando acabó la tercera cita todavía faltaba una hora para el cierre.

Volvió a abrir la base de datos y continuó buscando indicios de la presencia de Marcos en el barrio.

Unos golpes sonaron en la puerta.

-Adelante- indicó de forma automática, mientras cerraba la información del ordenador y levantaba la vista.

Un chico delgado y muy alto, entró en el despacho. De pelo corto y muy rizado, su tez era muy oscura, resaltando claramente sus grandes ojos y unos labios anchos y carnosos.

Sus movimientos eran algo torpes, como si no estuviera seguro de su cuerpo. Su brazo era muy largo, y sus manos finas y estrechas.

-Hola, soy Antonio. ¿Rosa te ha hablado de mí?

Júlia asintió mientras señalaba la silla que estaba enfrente. El joven que tendría sobre unos dieciocho años se sentó rápidamente.

-Mi padre me ha dicho que habló contigo- dijo directamente, mientras su vista recorría el despacho- Estoy estudiando para las pruebas de enfermería. Si apruebo, podré ir a la Universidad, me quedaría allí en una residencia de estudiantes. Pienso volver en vacaciones y cuando acabe mis estudios trabajaré aquí.

-¿Rosa te está ayudando con los estudios?

El joven negó con la cabeza.

-No… Yo vengo a echar una mano. Los fines de semana, a mediodía.. cuando ella no estaba atendía yo la consulta.  Ya me ha dicho que eso ahora dependería de ti.

Júlia apoyó la espalda en el respaldo y miró a la cara al joven. Éste mantenía la vista agachada, y no paraba de mover la pierna en un aparente tic nervioso.

-Tal y como le comenté a Rosa estarás a prueba. Revisaré las funciones diarias de las que se encarga y te indicaré en cuáles puedes estar presente y en cuáles no. Siempre que al paciente le parezca bien, y en todo momento bajo la supervisión mía o de ella. Estos términos no son negociables, Antonio- añadió al ver cómo levantaba la vista sorprendido- Tenemos protocolos estrictos que son muy importantes y deben cumplirse por todos nosotros, sin excepción.

-¡Pero la consulta estará cerrada!- gritó indignado- ¿Prefieres que la gente esté sin atender a que yo lo haga?

Júlia se levantó lentamente de la silla. Y miró hacia abajo al joven que temblaba indignado.

-Soy la doctora Torres, Antonio. Yo decido cómo llevar de la manera más eficiente esta consulta. Y no habrá más oportunidades. A la siguiente falta que cometas, e incluyo las que se refieren al respeto hacia los demás, será la última que hagas en este consultorio. ¿Ha quedado claro?

Antonio cabeceó afirmativamente y se levantó. Le sacaba más de una cabeza a la doctora, pero su postura corporal se asemejaba a la de un niño reprendido.

Júlia cogió un folio de la mesa y se lo entregó.

-Es el horario de lo que queda de la semana. He marcado en rojo los días y horas a las que puedes venir. Si realmente trabajas como Rosa me ha dicho, estoy segura de que emplearás bien el tiempo que te ofrecemos. Estar aquí no es un derecho, Antonio. Es un privilegio.

El joven apretó el folio y salió por la puerta, dejándola entreabierta.

La doctora miró la hora y apagó el ordenador.

Revisó que las puertas quedaran cerradas y se dirigió al bar para cenar allí.

No tenía ganas de regresar a la soledad del enorme piso vacío. Aunque estaba amueblado, resultaba poco familiar y frío. La vivienda le transmitía una sensación ominosa y aunque sabía que no había nada lógico que respaldara esa sensación desagradable, no conseguía apartarla de su mente en cuanto cruzaba el umbral. Así que se dirigió a “Espacio Profundo”.

 

Cuando entró al bar estaba tan animado como de costumbre.

Cari el dueño rellenaba copas y con una sonrisa agasajaba a todos los que se encontraban en el interior.

Júlia se fijó que había mucho movimiento sobretodo de gente bajando y subiendo a la planta de arriba.

La doctora sabía que había unas escaleras, pero durante el día no parecía que hubiera mucho uso de las mismas. Sin embargo, no podía evitar que cada vez que había un movimiento en esa dirección sus ojos se dirigieran allí.

-No tenemos mesa libre- le indicó Cari, haciendo un gesto amplio con la mano- pero aquí en la barra tengo un par de asientos libres.

Júlia le siguió hasta la barra metálica y se sentó en una de las sillas tapizadas en gris.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.