La Cubierta

Celebración

Júlia exhausta dormitaba en su despacho cuando unos golpes en la puerta la despertaron.

-Buenas tardes, doctora- dijo Jamal sonriendo- Enhorabuena por su brillante intervención. No se habla de otra cosa en el barrio. Pero sé que las palabras no alimentan, así que le he traído algo caliente.

Sacó de la bolsa unos platos preparados de Espacio Profundo. El olor a especias y limón era especialmente agradable.

Júlia sonrió y le agradeció el detalle a Jamal, comieron juntos de nuevo y el sastre le estuvo explicando el último libro que había leído con detalle y profusión.

-Hay un personaje que me recuerda a usted- dijo con un brillo especial en los ojos- Es un joven médico que se encuentra en el Salvaje Oeste. Busca a su amada que fue años atrás secuestrada por los indios, y durante su viaje ayuda a los colonos. Excesivamente sentimental, con un cierto complejo heroico y mucha ingenuidad. En el libro, se muestra demasiado preocupado por agradar a los demás.

Júlia cogió el último trozo de pollo con el tenedor y lo masticó lentamente.

-¿Así es cómo me ve?- preguntó con curiosidad. No sabiendo si sentirse indignada o halagada con la descripción.

-¡Oh, querida!- repuso Jamal limpiándose la comisura de los labios- Puedo dejarle el libro para que juzgue por usted misma.

Júlia asintió satisfecha, pero decidió que no podía dejar  pasar el reto sin respuesta. Intuía que era el camino correcto para transitar junto al misterioso hombre.

-A cambio yo le dejaré otro libro- indicó la doctora de buen humor- ¿Le gusta Cervantes? Es uno de los autores que mejor analiza el alma y la psique humana. Cuando usted dice que un personajes es sentimental, yo considero que es sabio. Pues el pensamiento y el sentimiento son dos caras de una misma moneda, no puede existir el uno sin el otro.

El sastre estiró sus mangas cubriendo parte de sus manos, y las dejó sobre su regazo.

-Intrigante teoría- indicó con una amplia sonrisa- ¿Reprimir los sentimientos es entonces algo ilógico?

-Digamos que si yo deseo algo, pero no puedo obtenerlo no he de negar que lo quiero, ni tratar de eliminar mi anhelo. Sino controlarlo hasta que pueda quedar resuelto.

El hombre agitó la cabeza y soltó una carcajada. Júlia deseó volver a hacerle reír. Era un sonido limpio, nacido en un lugar honesto y hermoso.

-¿Y si no puede quedar resuelto? ¿Qué hacemos entonces? Olvidarlo o dejar que nos torture. O quizás la respuesta es intentar desear algo diferente y conformarnos con ello.

-Vaya, es usted todo un romántico- dijo Júlia mientras empezaba a recoger la comida- Estoy segura que la obra de Cervantes le va a entusiasmar.

Jamar soltó una risita y le ayudó a recoger.

-Hay todavía esperanza para usted, querida- dijo con voz suave, llevando su mano a los cabellos largos y apartándolos de su rostro.

Júlia le miró fijamente, notando como los labios se alzaban ligeramente en una mueca satisfecha.

-Con respecto a la otra noche, en la sastrería… usted sabía que yo podía ayudar y por eso me invitó. Sabe que Jaime le está observando.

Jamar se colocó frente a ella de pie, era algo más alto y su tamaño parecía por momentos inconmensurable. No era algo únicamente físico.

Júlia no había conocido a ninguna persona con el talento para parecer familiar e inofensivo en un momento, y peligroso y misterioso al siguiente.  Hasta este preciso instante.

-Y sabe que a mí… que él me ha obligado a ayudarle como hace con todos los demás. Y yo… quiero pedirle perdón, Jamal- ahora que había empezado a confesar, no podía parar. Los ojos azules le miraban serenos, como un viento tibio de verano- si supiera los días y noches que he pasado luchando contra mi conciencia. Pero quiero que sepa que la primera parte de la conversación de esa noche ha quedado entre usted, yo y las paredes de su negocio. Jaime no sabe nada.

El hombre volvió a agitar la cabeza, y puso sus manos sobre los hombros de Júlia. Pesadas y cálidas, hicieron palpable la conexión que les unía a ambos en ese momento.

-No tengo nada que perdonar. Le estoy muy agradecido, doctora…

-Júlia- interrumpió bruscamente- por favor, llámame Júlia.

El hombre le dio un ligero apretón en los hombros y bajó los brazos.

-Supongo que habrás intuido que no soy el hombre más popular del barrio. Compran en mi tienda, en parte por curiosidad y en parte porque mis diseños les hace sentir especiales. Hay pocas cosas que den tanta satisfacción como ponerse un traje hecho a medida. Es un guante que acaricia, no una prisión que somete. No ejerce fuerza contra el cuerpo, sino que se adapta al mismo. Le aseguro que la sensación que aporta un tejido seleccionado, bien cortado y correctamente ajustado es incomparable a la ropa hecha de cualquier forma, sin arte ni pasión.

Júlia se apoyó en la mesa. El estar de pie empezaba a agotarla. Uno de los tres hombres todavía estaba en observación en la consulta y los turnos habían sido muy exigentes.

-Además es estéticamente favorecedor. Yo asesoro a mis clientes. Se puede decir que incremento sus opciones de felicidad.

-¿Es el casamentero del barrio?- preguntó divertida, mientras intentaba no bostezar. La comida había sido excelente, y la conversación tan maravillosa como siempre.

-No, querida Júlia- respondió Jamar- Sentirte bien contigo mismo ayuda a ser feliz. No depende de los demás… Estás agotada. ¡Y yo aburriéndote con mi continua verborrea!

Hizo un gesto con la mano, y volvió a apartar sus cabellos.

-No olvides que te prometí una visita guiada a mi tienda. ¿Quizás el domingo por la tarde o por la noche, en el caso de que tu paciente ya se haya recuperado para entonces?.

Júlia se incorporó, poniéndose en pie y Jamar puso de nuevo sus manos en sus hombros, se inclinó hacia ella y le susurró al oído.

-Hablaremos en mi tienda, Júlia. Es el único sitio seguro.




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