La Cubierta

Los vigilantes

La semana pasó tan tranquila que Júlia no sabía qué hacer con su tiempo. Tras los acontecimientos recientes parecía que una escalada en la violencia iba a desencadenar en una nueva guerra. Y sin embargo, la calma y la normalidad era lo que imperaba en estos días tediosos.

Ninguna emergencia, y el trabajo se redujo a meras consultas. Júlia sabía que debía alegrarse, pero sentía una desazón que no la abandonaba.

Era como si ella y toda la Cubierta estuvieran en un proceso de hibernación. Esperando que algo inesperado les despertara abruptamente.

Cuando llegó el fin de semana no sabía qué hacer. Salir del barrio no la motivaba en absoluta, y hacía días que había dejado de volver a mirar en los archivos si Marcos o alguien parecido a él había llegado a pisar su antigua zona.

Incluso Jamar, que ahora estaba en un piso cerca de la zona incendiada apenas había tenido tiempo para ella debido a la apertura de su nueva tienda.

Suspirando Júlia empezó a escribir a Rosa, y ver si podía quedar cuando el timbre de su casa sonó.

Como iba en pijama buscó un batín y se lo colocó por encima, atándolo con un cinturón. Al mirar por la mirilla vio a Jamal, sonriente y con un sombrero de ala corta de color mostaza.

Júlia miró hacia abajo, y vio sus pantuflas rosas con forma de animal. Maldiciendo por lo bajo abrió la puerta.

El hombre amplió la sonrisa y se disculpó por presentarse sin avisar, con la excusa de que quería que fuera una sorpresa.

Júlia abrió la puerta y le dejó pasar. Llevaba una chaqueta de pana del mismo color que el sombrero. Debajo un chaleco de color tierra abrochado excepto en su último botón y una fina camisa blanca de botones dorados.

Al quitarse el sombrero para dejarlo en la percha, sus cabellos se despeinaron y al girarse Júlia no pudo más que admirar el movimiento casi hipnótico de su cuerpo.

Era un vórtice que lo absorbía todo. Jamal había dejado de sonreír y juntó las manos como en una súplica.

-Ah. Te acompaño al comedor y estaré en unos instantes contigo, permíteme que me cambie Jamal. Tú vas tan elegante y yo con este ridículo pijama rosa.

Nerviosa dejó a Jamal sentado en el sofá y rápidamente fue a su habitación rebuscando ropa cómoda y elegante para encontrar que no tenía nada que se ajustara a esos parámetros.

Maldiciendo por lo bajo, miró desesperada en el armario y finalmente se decidió por una camisa larga de color beis y unos pantalones rosas estampados.

Al fin y al cabo no era culpa suya que Jamal hubiera aparecido sin avisar en su piso.

Cuando llegó al comedor vio que el hombre estaba mirando el móvil y se había quitado la chaqueta. Al verla entrar, dejó el aparato encima de la mesita y sonrió de nuevo.

-Cuando abra la tienda tengo dos piezas que te entusiasmarán- dijo lentamente mientras apoyaba la espalda en el sofá- Una bata roja de un satén tan fino que es como una suave caricia, y la otra pieza… bueno, eso será una sorpresa, querida.

Júlia se sentó junto a Jamal intentando estar situada ni muy lejos ni muy cerca.

Giró la cabeza y se lamió los labios.

-¿Quieres té o cerveza?- preguntó notando la sequedad de su garganta.

El hombre movió la mano y la colocó en el espacio situado entre los dos.

-Té está bien.

Júlia asintió y fue a preparar la bebida esperando relajarse sin conseguirlo. Intentaba centrarse, pero le costaba cuando su mente imaginaba cientos de posibles escenarios. Sentía que estaba tan perdida como un brújula junto a un imán.

Suspirando se obligó a respirar profundamente y cogiendo la bandeja volvió a salir al comedor.

Jamal seguía exactamente tal y como le había dejado. Relajado y casi medio tumbado en el sofá. Una punzada de envidia recorrió su cuerpo.

Sirvió el té y aunque se escaldó la lengua se obligó a beber un buen trago.

El silencio se alargó y Júlia sintió que las palabras brotaban a trompicones de su boca.

-¿A qué has venido hoy sin avisar, Jamal?- se mordió los labios al oír lo brusca que sonaba, aún así continuó hablando- Tengo la impresión de que quieres algo, pero todavía no has dicho nada.

El hombre sopló sobre la taza y dejó reposar el líquido, alzando los ojos y sonriendo ligeramente.

-Te dije que hablaríamos en privado, ¿recuerdas?.

Dejando la taza sobre la mesa de cristal y lamiendo los labios, continuó.

-No creas que la verdad es única, Júlia. Tiene tantas aristas que cada vez que la miras, cambia. Y has llegado en un momento en el que todo está en el aire. Puede ocurrir cualquier cosa.

Alargó la mano que tenía apoyada en el sofá y cogió la de la mujer, dando un pequeño apretón. Júlia absorta devolvió el gesto.

-Yo no creo en la suerte- dijo sonriendo de nuevo- Y ahora estamos al borde de un precipicio, querida. No habrá marcha atrás y tendremos que asumir las consecuencias. Yo estoy dispuesto a saltar. Y el Jefe también lo está.

Júlia movió la cabeza negando y se acercó más al hombre.

-No entiendo lo que me quieres decir, Jamal. ¿Hacer qué? ¿Esto tiene que ver con un ataque de los Caucasianos a La Cubierta?

-No tenemos forma de escapar, querida. Nadie se da cuenta de lo que va a significar una guerra abierta de nuevo. No, pronto hablaré con el Jefe de un asunto que requiere sutileza. He de confesar que en parte por eso estoy aquí.

Jamal cogió la otra mano y miró a los ojos a Júlia.

-Sé que tu mente está llena de sospechas, y no te culpo. Pero todos vamos a tener que arriesgarnos si queremos conseguir salir de este lugar.

-¿Salir de aquí?

-La Cubierta está perdida- dijo con calma Jamal- El Jefe ha pactado con los Domingos y planea atacar a los Caucasianos para acabar con ellos de una vez por todas. ¿Lo entiendes ahora?

Júlia miró estupefacta a Jamal. Ni siquiera había sospechado en ningún momento que hubiera alguien más implicado.




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