La Cubierta

Secuestro

Júlia se despertó notando que un peso la aprisionaba contra la pared. Gimiendo intentó alzar un brazo pero no pudo.

Al abrir los ojos vio que Jamal estaba casi completamente encima suyo.

La cama era tan diminuta que se habían quedado en la posición en la que se habían dormido.

Al moverse, el hombre gruñó intentando agarrarla más fuertemente.

Júlia consiguió mover una mano y comenzó a acariciar el rostro de Jamal haciendo especial hincapié en las orejas.

Unas manos grandes cogieron las suyas y una sonrisa apareció perfilada débilmente.

Júlia acercó el rostro y simplemente apoyó sus labios brevemente, besando la áspera mejilla.

Le dolía el cuello, y tenía el cuerpo entumecido pero era un buen despertar.

En el cuarto de baño abrió el agua caliente de la pica y utilizando un par de toallas se limpió lo mejor que pudo.

Luego quitó las sábanas sucias de la cama plegable, y se sentó en el colchón.

Cuando Jamal apareció llevaba una caja plateada en la mano.

Se la entregó y Júlia acarició la tapa donde aparecía el nombre de la nueva tienda. Jamal sastre.

Abrió la caja y acarició la tela gris vibrante extrayéndola a continuación y dejando ver poco a poco el deslumbrante vestido. Con exuberantes hombreras y pronunciado escote del que brotaban unas flores rosas cosidas a mano. Las hombreras puntiagudas dejaban paso a una tela que iba oscureciéndose hasta volver a abrirse delicadamente a la altura de las rodillas. El gris pasaba a ser casi negro en la parte inferior, mezclando texturas, tonos y colores.

-¿Te gusta?

Júlia dejó el vestido de noche en la caja y asintió, sin saber qué decir. Su corazón se había hinchado y ocupaba todo su pecho.

El hombre extendió la mano. Los tatuajes parecían brillar y Júlia acarició su brazo mientras él la rodeaba con su cuerpo y la abrazaba fuertemente.

La mujer empezó a sollozar ligeramente y él susurró palabras reconfortantes y de alivio.

-¿Qué vamos a hacer? Estoy asustada…

Júlia no estaba acostumbrada a quedarse sin palabras. Su cuerpo se estremeció y se agarró fuertemente al cuerpo cálido que estaba junto a ella. Estuvieron quietos durante unos minutos, hasta que se separaron y él acarició sus mejillas con el pulgar y sonrió. Cogiéndola de la mano fueron juntos hasta la tienda. El hombre abrió  una de las puertas del mueble y de una pequeña nevera sacó un par de cafés instantáneos.

-Me temo que no estoy a tu altura, querida. Pésimo café, nada de comer y por poco mueres aplastada en la cama.

Júlia sonrió ampliamente, mientras se bebía el azucarado brebaje. Todavía sonriendo la mujer se vistió con la ropa arrugada de ayer y se puso la chaqueta de cuero. Cogió el regalo de Jamal y se quedó en la puerta por unos instantes. El sastre abrió la persiana y giró el cartel a abierto.

-Hablaré con el Jefe- dijo Jamal cogiéndola de las manos y dándole un apretón- Saldremos de aquí, te lo prometo.

Júlia fue a su casa, y cuando iba a entrar por la puerta un joven alto y con una sudadera con capucha que le cubría el rostro se colocó detrás de ella. Al girarse, la mujer vio que era Antonio y entraron juntos al piso.

-¿Dónde estabas?- preguntó el joven, pálido y tembloroso mientras se bajaba la holgada capucha- No me he atrevido a llamarte… ¡He pasado toda la noche esperándote!

La doctora le sentó en el sofá del comedor y preparó unas infusiones.

Cuando volvió al comedor, el joven estaba algo más calmado.  Antes de que ella pudiera hablar Antonio bajó la vista.

-Bueno, ya da igual- dijo Antonio ignorando la infusión- Tengo que quedarme aquí. Espero que nadie me haya reconocido…

Los pantalones le iban enormes, y se bajaban mostrando unos calzoncillos con los colores de un equipo de fútbol. La sudadera era tan ancha que resultaba difícil discernir su delgada figura.

-Es inminente- siguió diciendo en voz baja, como si temiera que le estuvieran escuchando- Mi padre está reuniendo a todos, y ya ha saboteado las instalaciones para evitar que puedan controlar fácilmente la Cubierta. Si esperan  tomarla intacta están muy equivocados. Mi padre es un hombre de recursos, doctora. Pero ya es hora de que tome mis propias decisiones.

Júlia sorbió el té caliente y miró al joven dándose cuenta lo cambiado que estaba. Desde su primer encuentro había madurado, quizás debido a que estaba sometido a un peso demasiado grande para su edad.

Colocó su mano en el brazo del joven y le enseñó la casa y la habitación donde iba a estar.

Levantó la cama, y le mostró el amplio espacio vacío de almacenamiento. Antonio cabeceó afirmativamente.

La mujer fue al cuarto de baño que estaba junto al dormitorio y se duchó, frotándose y limpiándose a fondo.

Satisfecha, se peinó y se pintó.

Y en un arrebato se probó el vestido de Jamal. Era tan maravilloso como parecía. Quizás más, visto con la luz natural que entraba desde las amplias ventanas. Se puso unos zapatos altos de tacón negros y miró su reflejo como el de una extraña que duplicaba sus movimientos.

Empezó a reír sin poder evitarlo, acariciando la suave tela vaporosa y siguiendo con la vista el pronunciado escote que estaba pensado para ser lucido sin sujetador.

Se sentía más libre y sensual que nunca. Se mordió el labio, para evitar volver a reír.

Pensó en Antonio y en su madurez adquirida, y ella sintió que cuanta más presión tenía encima, más errático era su comportamiento. Eso o estaba más enamorada de lo que creía.

Salió a coger el móvil para escribir a Jamal lo que Antonio le había dicho.

Antes de poder hacerlo, el timbre de la puerta sonó con insistencia. Júlia pasó por la habitación de Antonio y vio cómo éste la miraba con sus grandes ojos oscuros mientras se metía dentro de la cama y bajaba el somier.

La mujer cerró la puerta del cuarto y se sintió totalmente ridícula con el traje de noche.




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