ANDREA
La música resuena en el local repleto de gente. Las escaleras parecen una pasarela de cuerpos sudorosos que se restriegan sin pudor. Las chicas tienen el maquillaje corrido y los chicos han perdido el foco, pero están todos tan absortos en el otro que son incapaces de percatarse de que el resto del mundo está viendo cómo se follan con ropa. Nada fuera de lo común, quien viene aquí sabe que puede encontrarse una orgía en el baño o en mitad de la pista de baile.
Si me preguntan, no diría que esté acostumbrada, pero cada vez miras menos, prestas menos atención. Y es que, de eso va este garito. El dueño era compañero de clase de mi amiga y desde pequeño era fiel defensor de la libertad de expresión y acción. Por eso, no es de extrañar que el local de moda más liberal le pertenezca.
—Mel, tenemos que irnos.
—Shhh, relájate —Se apoya en mí para intentar estabilizarse— Solo son las once.
—Dos cosas, guapa. Primero, sabes que relajarme no es lo mío y segundo, son las dos y coges un vuelo en cuatro horas. Así que, empieza a mover esos bonitos tacones caros hasta el coche antes de que tu hermano te desherede.
Sus ojos se abren como platos. Sabe que tengo razón, si no llegamos a casa antes de que Kevin se de cuenta de que ha salido de fiesta un día antes de la reunión anual de su empresa, tiene autoridad suficiente para vetarla de la junta directiva. Por eso, decide hacerme caso.
Nos despedimos de mi primo Adam, su mejor amigo, Dereck, y salimos del bar tan rápido como podemos en las condiciones que estamos.
***
Ha sido una odisea llevarla a su habitación sin hacer ruido. Si su hermano la pillara llegando así a estas horas, sabiendo que mañana tienen una reunión muy importante, creo que su implicación en los negocios familiares no sería muy duradera.
—Te quiero, eres un sol —murmura mientras se acurruca en la cama—. No te mereces lo que te hizo.
Sus palabras logran que mi corazón se agite.Una punzada de dolor lo atraviesa sin piedad. Es como si mil cuchillos se clavaran en mi pecho, rasgando, destrozando todo a su paso.
Niego retrocediendo un par de pasos. No lo sabe, no puede saberlo. Nunca le he dicho nada.
—Venga, duérmete ya, pesada —agito la cabeza volviendo al presente.
La veo colocarse en posición fetal y besar la almohada antes de salir de la habitación.
Una fuerte punzada de dolor me obliga a ralentizar mis pasos que buscan la salida desesperadamente.
—Basta —susurro con una mueca afligida, intentando lanzar mis recuerdos tan lejos como puedo.
Sigo apoyada en la pared, con los ojos cerrados y el corazón abierto, cuando escucho su voz.
—Como ladrona te morirías de hambre.
Volteo rápidamente con un pequeño salto.
Ahí está, apoyado en la barandilla de las escaleras con una sonrisa ladeada y un aire de arrogancia propio de él. Su pelo luce completamente arreglado, excepto por un par de mechones que le caen a ambos lados de la cara; su tez de porcelana resalta la rojez de sus labios y ojos adormilados, mas no deja de lucir imponente.
—Idiota, me has asustado. —Llevo la mano al pecho intentando calmar mi ritmo cardíaco.
—Son las tres de la mañana. Debería estar despertándose, no comenzando a dormir.
Me acerco a él, apoyo mis manos en sus hombros.
—No seas muy duro con ella, se está esforzando.
Asiente de acuerdo.
—Espero que su excusa sea mejor que esa. —Ríe negando con un movimiento lento acompañado por la caricia de sus yemas sobre mis mejillas.
Su contacto me hace temblar. Cada vez me es más difícil obviar los sentimientos que llevan meses arraigados en mi corazón destrozado. Kevin es todo lo que cualquier persona en su sano juicio querría: atento, cariñoso, gracioso y preocupado.
—Vamos, te acompaño a casa.
—No hace falta, vivimos a dos minutos, literalmente.
—A dos minutos, de noche, sola —repone no muy convencido.
—Estaré bien. No te preocupes.
Sus ojos están clavados en los míos. Cualquiera diría que es capaz de ver partes de mí que ni siquiera yo sé que existen.
—Andrea...
La distancia que nos separa es despreciable. Siento su respiración cálida sobre mis labios húmedos ligeramente entreabiertos. La tensión del ambiente se vuelve insoportable y mi corazón comienza a latir con una rapidez vertiginosa.
Casi puedo sentir sus labios sobre los míos. Casi puedo saborearlo, solo necesito avanzar un par de centímetros y nuestros cuerpos sedientos harán el resto.
«No lo hagas»
Escucho su voz resonando en mi mente justo antes de que el dolor de cabeza se vuelva insoportable.
—Será mejor que vuelva a casa —rompo el momento retrocediendo lentamente bajo su mirada confusa—. Espero que todo salga bien.
—Drea —cierro los ojos cuando escucho el odioso diminutivo—, ten cuidado.
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Editado: 29.10.2024