La Dama Negra

Capítulo 8

ALEX (Hache) 

Sigo dándole vueltas a lo sucedido ayer. Por muy inocente que parezca, no es ninguna santa, aunque eso ya lo teníamos más que claro. 

Conocemos sus mayores puntos débiles: su mejor amiga Melissa y el hermano de esta, Kevin, ambos empresarios con un gran poder adquisitivo. Sabemos que le ofertaron un gran puesto en la directiva de la empresa familiar que lidera, pero Andrea se negó en rotundo. Lo que todavía no entiendo es por qué. Sé que su padre tiene tanto dinero como para vivir tres o cuatro vidas seguidas, mas en los dos meses y medio que pasamos observando sus movimientos, el único lujo del que hizo uso fue el Audi que ahora conduzco yo. 

Fue bastante sencillo ganárselo a su primo. Tras un par de días de vigilancia nos dimos cuenta de que ese mocoso no es más que un niño pijo con complejo de macarra que llevaba semanas alardeado de un coche que ni siquiera era suyo. Creo que ha visto demasiadas películas adolescentes en las que los malos salen bien parados, pero la vida real no es así. 

No intentamos ganarnos su confianza, ni ir por las buenas, con él la táctica fue más directa. La provocación era la clave, herir su frágil ego en mitad de una fiesta con cientos de personas de testigos fue todo lo que necesitamos para ganarnos su atención. No seré demasiado explícito en detalles innecesarios, así que resumiré la patética historia en que lo convencimos para jugarse el coche en una carrera que jamás podría haber ganado. Dan es invencible en el asfalto, dato que el niñato no tenía cuando aceptó la apuesta. 

Sabíamos que el Audi era una edición personalizada que su padre había mandado a hacer para su cumpleaños. Esa fue la pista que nos aseguraba que seguían en contacto. Así que, aunque en un principio no entraba en nuestros planes meterla en esta guerra, finalmente pasó a convertirse en la pieza clave del rompecabezas. Atacar a donde más duele significaba atacarla a ella. 

Pasamos más tiempo del que nos habría gustado siguiéndola, atentos a cualquier otro tipo de acercamiento con su padre, pero nunca hubo tal cosa. Sin embargo, aprendimos a reconocer las señales de peligro que la perseguían. Tenía a tres personas escoltándola día y noche sin que ella lo supiera, a un equipo de seguridad que monitoreaba sus acciones a menos de una calle de distancia y una sombre invisible que la perseguía a todos lados. Antonio Avellaneda siempre estaba cerca, pero nunca lo suficiente como para que ella lo notara. 

Conocíamos al monstruo que se hacía llamar su padre, pero de ella no teníamos más información que el vínculo de sangre que los unía y la exagerada protección que tenía.

La provocación había funcionado con su primo, ¿por qué no lo haría con ella? Necesitábamos comprobar cuán instruida estaba en este tipo de situaciones y provocarla con su coche, supuestamente robado y calcinado, era perfecto. Cuando preguntó por las iniciales grabadas en el volante —sus iniciales— supe que la jugada estaba funcionando. Sin embargo, la ausencia de comentarios sarcásticos, enfados o cualquier emoción fue lo más sorprendente.

La habíamos subestimado.

Sus repentinos ataques de impulsividad te harían pensar que es una persona que actúa y luego piensa, mas sabe qué decir, cómo hacerlo y cuándo permitirse perder el control de forma controlada. Es sumamente inteligente, lo demostró con su no huida; a pesar de tener las condiciones básicas para salir corriendo, las posibilidades que tenía de que lo consiguiera eran escasas. Yo confié en que fuera más lista de lo que Dan y Lorenzo pensaban; gracias a eso gané cuatrocientos euros y la satisfacción de demostrar que, una vez más, tenía razón.

He sido el que más tiempo ha pasado vigilándola, soy el que mejor la conoce y a pesar de eso, siento que no sé quién es en absoluto.

No sé por qué tiene ataques de pánico y pesadillas que oscurecen la piel que rodea sus ojos, ni qué es lo que la ha convertido en la persona que es ahora. Tampoco sé quién hizo que la luz de sus ojos desapareciera, cuándo descubrió que su padre hacía negocios con la vida de otras personas, ni cómo lograron romperle el alma en tantos pedazos. No sé por qué se empeña en esconderse detrás de una sonrisa que no ilumina su mirada. 

Teníamos todo planeado para cualquier imprevisto: que se escapara, que sus amigos descubrieran que los mensajes que anunciaban su marcha indefinida eran falsos, que lograra pedir ayuda y su padre mandara equipos a buscarla, incluso que nos dijera todo por miedo y el secuestro no durara más que unas horas. Todo; excepto su personalidad. La vigilancia no había servido de demasiado, pues no llegamos a interactuar con ella. 

Ganarnos su confianza está siendo más difícil de lo que pensábamos.

Todos hemos seguido nuestro rol: Daniel es algo así como la pieza más débil, el lobo vestido de oveja que se acerca a ella sin que lo vea venir, Lorenzo se encarga de obtener toda la información posible de Antonio Avellaneda —su padre— siguiendo a todos aquellos que tienen contacto con él y, por último, mi misión es centrarme en el círculo cercano de Andrea, en sus punto débiles, en busca cualquier pista que nos pudiera haber pasado. 

—Hermano, ¿has escuchado algo de lo que te he dicho?

Lo miro con desgana, lleva más de veinte minutos contándome lo genial que es su plan para hacer que hable y se abra a él. Sinceramente, me da igual cómo lo haga solo necesitamos que lo logre cuanto antes.




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