La Dama Negra

Capítulo 10

DAN

—¿Has descubierto algo? 

—¡Hombre de poca fe! —me quejo alzando la cerveza en un gesto triunfante—. Te dije que la película funcionaría y lo ha hecho.

—¿Y bien? —dice perdiendo la poca paciencia que le caracteriza en estas situaciones—. No esperarás una medallita para colgarla en tu chaqueta, ¿no? O mejor, un certificado de buen secuestrador.

—Ja. Ja. Por lo que he podido descubrir, su relación con papaito no es la mejor del mundo, aunque eso ya lo sabíamos.

Asiente pensativo, somo si tratara de unir las piezas de un rompecabezas sin sentido.

—Dime algo que no sepa.

—Pues cállate y déjame terminar. Por lo que pude entender, él no se preocupa por ella como un verdadero padre haría. Además por cómo se le quebró la voz diría, casi a ciencia cierta, que lo echa de menos. Pero no como si llevara tres semanas sin verlo, más bien meses incluso años. Creo que han perdido el contacto.

—¿Por qué regalarle un coche de alta gama si es como dices? ¿Qué sentido tendría gastar esa cantidad de dinero en alguien que no te importa?

—No lo sé. ¿Un intento fallido de recuperar el tiempo perdido? ¿Y si no es él quién la mantiene alejada? ¿Y si fuera ella quien puso tierra de por medio?

—Antes no me habría parecido viable,  pero puede ser una opción. La pelirroja no es la niña consentida que creíamos —piensa en voz alta—. Independientemente de su relación,  estoy seguro de que tienen algún código de emergencia, una forma de ponerse en contacto en caso de peligro real inminente. Si realmente le diera igual su vida, no habría hecho todo lo que hizo para alejarla de todo.

—Veré que puedo sacarle. ¿A ti cómo te ha ido? ¿Algo nuevo? ¿Sospechan de su desaparición?

—Eso es lo extraño, es como... Como si se alegraran de que ya no esté. Algo me dice que la ausencia de Andrea no les causa conflicto alguno. La pregunta es, ¿por qué?

—Ese es asunto tuyo, estoy seguro de que esa rubita no podrá resistirse demasiado a tus encantos.

Asiente chocando nuestros botellines. Claro que esto no evita que me fije en la fina línea en la que se han convertido sus labios.

—Joder... ya te la has tirado. ¡Wow! Has necesitado menos tiempo del que pensaba.  Sabía que no se te resistiría, pero estoy seguro de que debe ser tu récord personal o algo así.

—Dan...

No necesito que me lo confirme. Lo sé, lo conozco demasiado. La gélida advertencia de su voz es suficiente.

—Vale, vale. —Levanto las manos en señal de rendición—. Ten cuidado, parece una buena chica.

No me importa ella, me importa él. Me preocupa que las cosas puedan ir a más. Que la historia ficticia de amor se convierta en algo duradero y real que le nuble el juicio y lo distraiga del verdadero objetivo de todo esto.

—Supongo que es. 

Temo que el plan se nos vaya de las manos. Tengo la sensación de que esto acabará haciéndose tan grande que nos explotará en la cara a todos, cuando el verdadero objetivo es «Diablo», el padre de la joven que tenemos retenida.

Por un lado estoy feliz, todo está saliendo más o menos según lo previsto.  Me he ganado su confianza y la información, aunque poco a poco, comienza a fluir. Por otra parte, siento que haga lo que haga lo estoy haciendo mal. Si comparto la información traiciono a Andrea y si no lo hago, traiciono a mi hermano, me traiciono a mí.

Andrea. Ese es el problema. He comenzado a verla como una persona, no como un medio para nuestro fin. Antes era una imagen distorsionada de la realidad, ahora es palpable. Conozco los matices del color de sus ojos, el brillo de su piel cuando descansa bien y he sido testigo de los grito atronadores producto de sus terrores nocturnos.

«No es Andrea, es un daño colateral»apunta mi voz interior.

—Es solo un medio para un fin —recuerdo. No sé si para él o para mí mente enredada.

***

ANDREA

Tres semanas y no he logrado salir de aquí, pero tampoco ha venido a por mí. Mi padre. Mi protector. Mi ángel de la guarda. Así solía llamarse a sí mismo y me lo había repetido como un mantra, tanto que terminé creyéndolo. Desde pequeña pensé que él era todo eso y más. Era mi amigo, mi leal compañero de batallas de almohadas contra mamá, la mano que me ayudaba a levantarme cuando caía y la voz que me recordaba que no estaba sola. Nunca imaginé que sería el culpable de su muerte, la persona que me mintió durante toda mi vida, la sombra que traía desgracia a la familia y un grito de peligro constante. Eso era él, el peligro personificado. Todo aquello que tocaba terminaba convirtiéndose en cenizas, en unas tan finas y despreciables que con un simple manotazo podías deshacerte de ellas. 

No sé por qué me sorprende, quizás aún tenga una pequeña esperanza de que las cosas cambien. Quizás aún espero que se disculpe, que de la cara. Puede que siga siendo la niña asustada, desprotegida y rota que dejaron aquella noche sola en casa. Tal vez solo quiero que deje todo de lado para ser y actuar como mi padre. Porque es lo único que necesito, a mi padre. No al hombre frío y calculador devorado por las ansias de poder sino al cálido y protector ángel que curó todas mis heridas. A esa voz aterciopelada que hacía eco en mi mente dibujando decenas de escenarios  ficticios mientras me quedaba dormida. A mi padre. Solo a él.




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