La Dama Negra

Capítulo 12

ANDREA

No he visto a Hache desde anoche. Una vez el sonido de los golpes amainó, solo se escuchó el estruendo de la puerta principal cerrándose con fuerza. Solo eso. Después el silencio fue tan grande, tan ensordecedor que tuve que arroparme bajo tres mantas para intentar calmar mis temblores. El silencio era pesado, frío. Como la calma que reina antes de una gran explosión y algo me decía que yo sería la que recibiría el impacto. Claro que no solo eso era lo que me había mantenido en vela toda la noche. La absurda idea de que el moreno estaba herido en su habitación no había logrado salir de mi mente. Incluso me acerqué a la puerta para intentar escuchar algún quejido o maldición salir de sus labios. El silencio siguió rodeándome. Fue un abrazo asfixiantes que solo desapareció con el golpeteo rítmico de unos nudillos contra la madera. 

Una pequeña chispa cálida amenazó con prenderse en mi interior. Casi parecía una necesidad imperiosa. Tenía que verlo. Me repetía que comprobar la complejidad de sus heridas me daría una idea de las posibilidades que tendría de escapar. Sabía que no era sincera conmigo misma. No tenía que verlo, quería hacerlo y eso me dejaba en un punto bastante confuso. Supongo que las noches teniendo pesadillas en las que simplemente me apetece tener su compañía silenciosa son más reconfortantes de lo que me había atrevido a aceptar hasta ahora. 

Con el paso de los días, he aprendido a leer sus silencios y a mantener conversaciones interminables con su mirada. Aunque su aura misteriosa sigue siendo demasiado oscura como para ver sus intenciones, creo que si juego bien mis cartas, él también podría ser una buena vía de escape. El único inconveniente es que cuando estoy a su lado la idea de escapar deja de ser tan tentadora. Su cuerpo llama al mío de formas que no soy capaz de explicar y su presencia consigue que una niebla espesa se apodere de mi mente.

—Vamos, Andrea, por favor. Déjame explicártelo.

Algo parecido a la decepción afloró en mi corteza cerebral cuando escuche la voz de Dan. El rubio hacía días que no se pasaba por mi habitación, ni siquiera me traía el desayuno o me controlaba desde un punto visible. Sabía que estaba a mi alrededor, podía notar su presencia, pero no se dejaba ver. Era como si la persona que pensaba que había conocido no fuera más que un fantasma, la sombra iluminada de un monstruo que observaba desde las tinieblas. 

—No hay nada que explicar —digo sin muchas ganas de discutir. Ni siquiera me molesto en levantarme de la cama. Tiro una almohada sobre mis ojos giro en dirección contraria a la puerta. 

Estoy cansada de estar aquí. Mi mente no logra despejarse del todo y cuando pienso que todo va a mejor, que la vida me sonríe y estoy avanzando en la dirección adecuada, pasa algo que se encarga de recordarme lo miserable y débil que soy. Lo mucho que me merezco estar viviendo esto. No soy como ella, nunca lo seré. 

—No voy a moverme de aquí hasta que abras. Si tengo que dormir junto a la puerta, lo haré. Necesito que me escuches, es importante.

—¡Yo también soy importante! —Lanzo la almohada contra la puerta—. Mi vida es importante y tú decidiste que era una buena idea reírte abiertamente de mi asesinato. No creo que haya nada que puedas decir para arreglarlo.

—Supongo que no me darás las cinco estrellas en la app esa de mafiosos secuestradores que me dijiste, ¿no? —su intento de hacerme sonreír da sus frutos, claro que no lo sabe. Dicho por él suena incluso más estúpido que por mí. Ni siquiera sé cuándo me pareció buena idea decirlo lo de la app. Fue un pensamiento tonto que tuve un un momento más tonto aún. — Vamos, Andrea. Lo siento si te dolió la broma, pero me parece increíble que a día de hoy pienses que seríamos, que sería —disminuye el tono de su voz—, capaz de hacerte algo malo.

La preocupación y desesperación de su voz me sorprende. Pensaba que no se había acercado a mí desde lo sucedido porque le era tan indiferente lo que sucediera conmigo que no quería perder tiempo en intentar pedirme perdón. No obstante, su actitud demuestra lo contrario. Quizás haya logrado mi cometido. Puede que comience a importante más de lo que debería. 

—No pude tomarme en serio tu pregunta porque el simple hecho de imaginar tu cuerpo sin vida hace que quiera arrancarle la cabeza al culpable. Despedazarlo y darle su cuerpo a los cerdos sería lo más amable que haría por él. —No puedo decir nada, su confesión me ha cogido desprevenida—. Entiendo que estés asustada, confundida y dolida con todo lo que está pasando, pero aunque he intentado distanciarme de ti, darte tu espacio y salir, en lo posible, de tu vida, no puedo.

Me acerco poco a poco a la puerta hasta quedar totalmente apoyada sobre esta. Escucho su respiración forzosa y las maldiciones que masculla en voz baja. 

—No puedo, joder —susurra enfadado consigo mismo. 

Abro la puerta lentamente y observo el rostro del rubio. Está sentado en el suelo, apoyado contra la pared de la parte contraria del pasillo. Su pelo revuelto demuestra que se ha pasado las manos por ahí en repetidas ocasiones, es como un tic nervioso del que me he percatado con el paso de los días, las semanas.  Mantiene la cabeza agachada hasta que escucha mis pasos  y sus ojos cristalinos buscan los míos. Siento que algo en mí se rompe cuando noto que los sentimientos están a punto de desbordarle. Sin apartar la mirada, me siento frente a él. El silencio tenso pesa sobre nosotros. 




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