ALEX (HACHE)
Aún recuerdo la primera vez que la vi. Un elegante vestido rojo abrazaba las curvas de su cuerpo, como si hubiera sido confeccionado especialmente para ella. No me extrañaría que los mismísimos ángeles hubiesen tejido aquella prenda a mano. Su pelo recogido le daba un aspecto serio y formal, pero los dos tirabuzones que le caían a ambos lados de la cara, añadían un toque jovial que la acercaban más a la realidad. No sé en qué momento pasó, ni cuándo dejó de ser un simple sujeto de estudio, simplemente sucedió. Vigilarla se convirtió en mi pasatiempo favorito. Sé lo jodido que suena, pero me fue imposible no caer en las cautivadoras redes de su sonrisa cegadora. Puede que fuera enfermizo, incluso más de lo que estaré dispuesto a admitir jamás.
Sus labios rosados palpitan ansiosos mientras su respiración entrecortada choca con la mía. Debería centrarme en eso y no en el terror que sus ojos irradiaban minutos atrás, mas no soy capaz de sacar esa imagen de mi cabeza. Una necesidad imperiosa de averiguar qué ha podido destrozar su alma, me invade. «Es solo un medio para un fin», me recuerdo. En cuanto las palabras pasan por mi mente las desecho. Aunque hay un plan que tenemos que seguir, quizás Dan no haya sido el más indicado para acercarse a ella. Él nunca la comprenderá. Él no la conoce como yo.
Mi mano busca su mejilla sin que pueda evitarlo. Su cara descansa sobre mi palma y sus párpados dejan de luchar por mantener una batalla campal con mi oscuridad.
—¿Qué te aterra tanto? —indago tratando de encontrar respuestas en la gran página en blanco que tengo delante.
No es capaz de articular palabra, sus ojos siguen cerrados y su respiración se vuelve más irregular. Dolor. Es lo único que su cuerpo me responde, lo que sus párpados esconden.
—¿Qué puede doler tanto como para que no lo dejes ir?
Sé perfectamente que la muerte de su madre podría ser la causa de sus pesadillas, de la inestabilidad emocional que experimenta por las noches y de la debilidad que se apodera de su cuerpo cuando no descansa lo suficiente. Sin embargo, algo me dice que hay más, que su terror nocturno no radica en eso.
—Confía en mí.
—¿Por qué debería?
La fría realidad se presenta ante mí, sus ojos me escrutan con cautela buscando una respuesta que no puedo darle.
—No deberías —confieso.
Su mirada desconfiada penetra en mi alma, recorriendo cada centímetro del oscuro y húmedo lugar abandonado.
—Entonces, ¿por qué lo hago?
Sus palabras parecen sorprenderle tanto como a mí. Pequeñas hogueras chispan en mi interior, calentando rincones que hacía años que no veían la luz del sol. La oscuridad se retrae aterrada y las sombras gritan furiosas. La sinceridad y espontaneidad con la que han salido de su boca hace que la crea inmediatamente. La esperanza de poder obtener información aflora en mi interior, recordándome mi cometido.
—¿Quién te ha hecho esto?
ANDREA
Sus palabras me golpean con brutalidad. Lo sabe, sabe que estoy rota.
Me gustaría poder negar lo evidente. Quiero poder seguir fingiendo que todo va bien y que no me duele lo que voy a decir. Tengo que mantener la calma y hacer como si nada hubiera pasado, como si mis recuerdos no me arrasaran y mis emociones no me asfixiaran. No puedo. Hay algo en él que me anima a contarle todo. Será su magnetismo, la sombría aura que lo rodea o el dolor que también veo en sus ojos.
Una voz me grita que no confíe en él ni en sus palabras, me recuerda que es un asesino a sangre fría, que todos en esta casa lo son. Pero necesito hacerle ver que no estoy tan a su merced como cree. Puede que mi momento de debilidad sea el perfecto para sacarme información que llevo años guardando bajo llave, pero qué pasaría si le doy esa información de forma consciente. Si decido compartirlo con él. El poder que le daría desaparecería en cuestión de segundos, sería yo quien tendría el poder. Soy yo quien decir contar mi verdad, en lugar de ser él quien consigue obtenerla.
Sé que es la mejor arma que podría darle para acabar conmigo, la bala que perforaría mi corazón sin posibilidad de reanimación. Si dejo de luchar contra las palabras que han comenzado a buscar su camino fuera de mí, si confío en la preocupación sincera que leo en él, quedaré totalmente expuesta. Si creo en mi sexto sentido y decido tomar el control, estaría clavando las garras de mi pasado directamente sobre la piel expuesta.
Como aquella noche cuando sus manos desgarraron mi confianza y su masculinidad destruyó lo poco que quedaba de mí.
Aún duele recordarlo.
ALEX
Su cuerpo dice más de lo que sus palabras logran transmitir. Es la tensión en cada minúsculo músculo, el movimiento nervioso de sus dedos aferrados a la parte baja de su camiseta o la batalla de sentimientos, la dictadura aterradora en la que el miedo y el dolor lideran sin piedad, destrozando lo poco que queda en pie.
—¿Qué pasó exactamente? —sigo presionando con un susurro, elevando su mentón.
Casi por puro instinto la atraigo hacia mi. Mis brazos rodean, cuidadosamente, su cuerpo con firmeza. Algo me dice que lo que necesita es compartir el peso de la carga que la atormenta. Posiblemente, a ojos de cualquier ser humano cuerdo, presionarla en este momento no es lo más ético no moral, claro que la cordura me abandonó hace tiempo. Sobre todo cuando estoy cerca de ella.
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Editado: 29.10.2024