ALEX
No podía decir que ver el cuerpo sin vida de Lorenzo me causara pena alguna. Es más, una parte de mí —egoísta y cobarde—, se alegraba de no tener que cargar con otra muerte. Las gotas de aquel líquido carmesí viscoso habían pintado gran parte de la habitación de la pelirroja que miraba impasible cómo la vitalidad desaparecía, poco a poco, de los ojos del desecho humano que intentó forzarla.
Cuando el primer disparo sonó, una pequeña parte de mí seguía confiando en que no lo hubiera hecho. Cuando el segundo y tercer disparo lo siguieron, me dije que estaba más que orgulloso. No fue hasta que llegué a la habitación y vi que había descargado el cargador sobre su entrepierna, que me di cuenta de que me podía enamorar de esta chica.
—Andrea... —La voz de Dan me hizo ver que la preocupación sincera que siempre se negó a aceptar que sentía por ella, estaba ahí. La calidez de ese sentimiento pululaba de un sitio a otro, revoloteando en sus iris.
No me molestaba eso, me irritaba estar molesto.
Mientras el rubio se desvivía por acercarse a ella y ayudarla a arreglar el desastre, por decirle que todo iba a ir bien y que ella no era una asesina, yo aplaudía su valentía en silencio.
DAN
No entiendo cómo ha sido capaz de dejarla hacer esto. Él mejor que nadie sabe lo que una muerte trae a tu vida. Sabe que matar a alguien es una carga de la que nunca te libras; un fantasma del pasado que te acompañará en el futuro. Deberíamos haberlo matado nosotros, al fin y al cabo, un cadáver más no cambiaría demasiado. No obstante, es el primer asesinato de Andrea y apretar el gatillo es el primer paso para convertirse en la sombra de su padre.
Podríamos haberla desarmado en cuestión de segundos. Podríamos haber evitado todo esto. Tendría que haber intentado persuadirla. Quizás si le hubiera contado qué sentí tras mi primera muerte o si le hubiese confesado que nunca he olvidado los ojos de ese hombre que lloraba y suplicaba por su vida, podría haberla convencido. Quizás hubiera cambiado de opinión.
Cuando me miró, supe que algo había cambiado en ella. No era tangible, no como su ropa salpicada de muerte que ahora conjuntaba con sus ojos inexpresivos. Era algo más profundo, una ligera oscuridad que ahora dejaba pecas oscuras en sus iris claros. Era el ambiente denso que la rodeaba o quizás tenía algo que ver el olor a muerte que flotaba en el aire.
—Dame el arma —susurré restando metros a la distancia que nos separaba.
Bajó la mirada hacia la pistola y de nuevo sus ojos volvieron a mí. Un destello de desconcierto hizo acto de presencia y el arrepentimiento comenzó a aflorar, pero una simple frase logró tajarlo de raíz.
—Hay que tirar la basura y limpiar todo esto.
Una parte de mí comprendía por lo que estaba pasando. Ya no había posibilidad de arrepentimiento, la decisión estaba tomada y lo peor que podía hacer era dudar de sus actos. Así que, la mejor forma de afrontar la nueva situación en la que se encontraba era dejar de lado sus sentimientos. Debía desterrarlos y seguir adelante. Por experiencia sé que no es la mejor opción.
La pelirroja comenzó caminar a paso lento hacia la cocina cuando las palabras de mi hermano la paralizaron por completo.
—Es tu basura, tú la limpias.
Ambos lo miramos como si acabaran de salirle dos cabezas. No estaba buscando escabullirse, o puede que sí. En realidad lo que necesitaba era poner distancia entre ella y el cuerpo que yacía inerte en el suelo. Es lo que todos habríamos necesitado en su situación.
—Tranquila, no tienes por qué hacerlo.
—En realidad, sí que tiene. Si puedes tomar decisiones como apretar el gatillo, puedes hacerte cargo de las consecuencias.
Es irritante la frialdad y distancia con la que trata el asunto. Me sorprende que sea el mismo que hace una hora estaba desquiciado por encontrarla. Eso no es lo que más llama la atención, no es la condescendencia con la que parece decir las cosas sino el atisbo de desafío que unta en cada sílaba.
—Cállate la puta boca —advierto entre dientes.
La chispa de los ojos de Andrea se encienden más candentes mientras él desparece hacia su habitación con una sonrisa de suficiencia. Cualquiera diría que está disfrutando con tremendo espectáculo, claro que él no es quien tiene que hacerse cargo de deshacerse de un puto cadáver. Siempre lo he odiado.
No voy a intentar comprender sus acciones de mierda, prefiero centrarme en lo realmente importante: el plan. Un plan que creíamos que funcionaba, un plan que hasta el momento lo ha hecho. Yo soy el bueno, él el malo. Quizás eso sea lo que está pasando, puede que simplemente se esté ciñendo al plan. Parecía tan real su reacción como la preocupación que mostré por ella. Lo que me lleva a plantearme si somos mejores actores de lo que pensábamos o si la actuación terminó hace tiempo.
—Yo te ayudaré —digo devolviéndole toda la atención a ella.
Asiente en silencio mientras las llamas siguen chispeando en sus ojos por las palabras del moreno y el rubor desaparece de sus mejillas cuando vuelve la vista al cuerpo sin vida.
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Editado: 29.10.2024