La Dama Negra

Capítulo 24

ANDREA

La pregunta abandona mis labios sin permiso. Es una duda real, porque cuando se trata de ellos, nada es lo que parece. Llevo tantas semanas intentando distinguir la realidad del teatrito que sé que han estado interpretando que ya no sé a qué me enfrento. Miento, a veces lo tengo tan claro que tiemblo. Ahora solo puedo aplaudirme. Felicitarme por la incrédula expresión que se extiende por su semblante. 

En cuanto procesa el significado de la cuestión, una sonrisa perezosa tira de la comisura de sus labios. La oscuridad de la habitación se vuelve ligeramente más asfixiante. Sus músculos dejan de ser un bálsamo escurriéndose alrededor de mi cuerpo para convertirse en una jaula de hierro tan impenetrable como imposibles son las opciones que tengo que salir de su agarre sin morir en el intento. 

—¿Sabes siquiera lo que eso significa? —inquiere intentando buscar mi mirada. 

Esta vez soy yo la que no puede evitar esbozar una sonrisa. La derrota cae sobre mí como un balde de agua congelada. Lo sé mejor que nadie. Llevo años siendo eso, un medio para mil fines. Solo soy un peón en una partida de ajedrez a la que jamás accedí a jugar. Es tan triste que tu existencia se vea reducida a tus lazos sanguíneos que no puedo siquiera contemplar la magnitud de la situación sin romperme en mil pedazos, por eso no lo hago. 

—¿Lo sabes tú, Hache? —Mis dedos acarician su mandíbula sin prisa. Quizás la electricidad que me sacude cada vez que estamos cerca sea suficiente para ahuyentar a los fantasmas del pasado—. ¿Sabes quién soy? 

Sus ojos se encienden como dos luceros. 

—Depende. ¿Hablamos de ti, de la asesina que escondes o de tu parentesco con el abogado corrupto más poderoso del hemisferio norte? 

Lo sabe. Lo sabe todo. ¿Cómo la conoce? ¿Cómo sabe que mi sed de sangre se personifica en las noches más oscuras? La curiosidad no es lo que me incita a preguntar, es el dolor. Esa sensación de quemazón ardiente que se extiende por la caja toráxica hasta establecerse en las paredes arteriales, para que cada latido lo guie como un trombo infeccioso. Pensar que yo era la protagonista de esta historia era una puta pesadilla que había comenzado a gustarme. Un espejismo de lo que podría haber sido y jamás fue. 

—¿Qué quieres? 

Su pulgar acaricia mi labio inferior con delicadeza. Sus ojos ya no están en los míos sino en mis labios húmedos, palpitantes, ansiosos. Me sorprende su capacidad para hacerme sentir tantas cosas tan diferentes. Su capacidad de persuasión es casi tan buena como la mía y sus hoyuelos tan encantadores como matadores. Puede que mi mente esté congelada, que su voz resuene en el fondo de mi subconsciente gritándome cosas que no logro escuchar y que la conmoción siga nublando todo a mi alrededor, pero mi cuerpo responde a su contacto como buen traidor desertor. 

—Ya sabes lo que quiero, ¿no es así? Una parte de ti lo ha sabido siempre, por qué sino te habríamos mantenido tanto tiempo con vida. 

Sangre. Dolor. Muerte. Quiere arrancar los problemas de raíz y el mínimo común multiplo es mi padre, o el hombre que hace años actuó como tal. ¿Sorprendida? Al contrario. Decepcionada por la falta de originalidad. Antonio. Siempre era por él. Por protegerlo a él murió mamá. Por ser su hija fui retenida en contra de mi voluntad en varias ocasiones. Por su trabajo de mierda la vida de miles de personas se había destrozado por completo. Decenas de niños habían quedado huérfanos, cientos de mujeres habían enviudado, miles de delincuentes habían quedado impunes. Y esta era mi penitencia. Una que no merecía. La naturaleza retorcida de sus actos nunca tuvo nada que ver conmigo. A pesar de todo, no pude desligarme de las consecuencias de sus actos. Ni abandonar nuestra casa, ni rechazar su dinero o protección ni obviar su existencia fue suficiente para que me sacara del radar. Para sus enemigos siempre fui un objetivo claro, la única familia que quedaba en pie tras la muerte de su mujer. Lo que no sabían era que mi padre falleció con ella y en su lugar nació el cínico bloque de hielo que ahora se hace llamar de la misma forma. Yo era hija de Toni. Fui amada y venerada. Y los mismos brazos que me arroparon años atrás ahora serían capaces de derramar mi sangre si con ello se asegura seguir en el poder.

—¿Qué quieres de mí? 

Eso era lo importante. Qué pintaba yo en esa partida. Jugaba con negras y ellos claramente habían comenzado con las blancas. Si conocían la existencia de Debra, llevaban siguiéndome más tiempo del que estarán dispuestos a admitir. Lo que me lleva a preguntarme: ¿por qué? ¿Por qué hacerlo así en lugar de exigir respuestas que no saben que posiblemente no tenga? 

—Es una pregunta muy amplia, avellana, y mis respuestas escasean. Sé más concreta. 

—¿Vas a matarme? 

—No entra en mis planes cercanos —concede condescendiente. 

La sinceridad me ayuda a respirar mejor. Eso y la certeza de que no moriré esta noche en sus manos. 

—¿Qué quieres de mí, de Andrea? No me interesa mi padre, ni que sepas que mis noches pueden ser más oscuras que tus ojos. Quiero saber qué pinto yo en todo esto, Hache. Necesito escuchar que por una vez en la vida mi realidad no se reduce a mi parentesco con Antonio. 

Mi corazón se contrae encondiéndose en la parte posterior del pecho y deja espacio para que los pulmones puedan expandirse en busca de la bocanada de aire que les falta. Es como si el mundo dependiera de este momento y nada más importara. Quiero ser la protagonista. Suena enfermizo, puede que lo sea, pero quiero ser la razón por la que me secuestran. Porque si tengo que morir quiero hacerlo por mí, no por él. Ese hombre no merece mi último aliento. 

—¿Y si fuera así? Si te dijera que no queremos nada de ti. Si tú, por ti misma, no significaras nada para nosotros, pero tus lazos de sangre lo fueran todo, ¿qué pasaría? 




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