ALEX
—Diría que es un placer, pero para qué mentir.
Dejo mi peso caer sobre la pared oscura que hay tras el foco que le apunta directamente a la cara. Dan decía ser capaz de manejar la situación, veamos si es cierto que la dulce Andrea no ha logrado abrir boquetes en sus muros de piedra. Porque sí, puede que sepamos que Debra estaba escondida entre capas y capas de traumas y heridas, pero él no ha sido capaz de separarlas.
—¿Te has quedado sin palabras, ricitos de oro? Porque yo te veía muy valiente rememorando la trágica historia de la muerte de mi madre. Quizás quieras repetírmela a mí, ya que Andrea no ha tenido la oportunidad de abrirte en canal.
Su expresión es completamente diferente. Es imposible no darte cuenta del cambio de conciencia. La calidez escondida de su sonrisa ha desaparecido por completo y la confianza con la que habla ha aumentado considerablemente. Es como si estuviéramos ante una persona completamente diferente. Su espalda ahora recta hace que parezca más alta —aunque sigue atada a la silla—, las muñecas ya no luchan por encontrar salida a la cárcel que las cuerdas han creado y su mirada se ha vuelto más oscura. Sus pupilas dilatadas con la sola idea de poder matarnos por mencionar a su madre muerta.
El rubio ríe y responde con suficiencia.
—¿Crees que te tengo miedo? —se acerca tanto a ella que estoy seguro que está sintiendo su respiración en la piel—. Déjame ponerte en situación, Debra: estás indefensa, atada a una silla y la droga sigue en tu sistema, así que ni estando libre tendrías posibilidades de tocarme un solo pelo.
—Si estás tan seguro de ello, ¿por qué no me desatas?
—Porque no me da la puta gana. Aquí no tienes poder, no eres la Dama Negra. Si quiero dejarte aquí hasta que te pudras, puedo hacerlo y lo haré solo porque puedo, porque tú no eres nadie.
—Para no ser nadie se han tomado muchas molestias para tener una charla conmigo —su vista se clava en mí. No sé cómo lo hace, no es capaz de verme con la luz cegándola. Una sonrisa tira de mis labios copiando con mímica la suya.
—¿Y quién dice que nos intereses una mierda?
La temperatura de la habitación desciende un par de grados con la pregunta. Mierda, Dan. Está pensando con la punta del nabo. No se puede tratar con ella así, no va a conseguir nada. Aparta la mirada de las sombras, paseándola por el sótano antes de volver al rubio que tiembla de ira frente a ella.
—Les intereso más de lo que nunca estarán dispuestos a aceptar. —Su discurso parece un mantra, las palabras salen de su boca sin pensarlas demasiado—. Vamos, entiendo que creas que con Andrea tus tácticas de mierda funcionen, pero me parece insultante que pienses que eso funcionará conmigo.
—¿Con Andrea? ¿Y tú quién eres?
Sus ojos se encienden cuando Dan hace la pregunta. Está ansiosa por ver el mundo arder, por prenderle fuego hasta que las cenizas encharquen sus pulmones y su existencia sea un susurro en el viento.
—Creo que la pregunta correcta sería: ¿qué eres? —Sonríe con malicia—. Alex, ¿a ti también tengo que explicártelo o tu única neurona está en funcionamiento? ¿Quién soy? ¿Qué soy? —me reta sin disimulo, logrando que mi sangre entre en ebullición mientras intento mantener la calma.
—Una asesina —afirmo con normalidad.
—¡Exacto! —alza la voz—. Bien, vamos avanzando, al menos uno de los dos piensa. Y ahora explícale a ricitos de oro lo que podría pasarle si no me suelta en la próxima media hora.
La frialdad de su voz hace que los ojos de Dan busquen mi sombra en la oscuridad de inmediato, pero a diferencia de ella, no es capaz de encontrarme.
—Si no cierras la puta boca, el único cadáver que encontraremos en treinta minutos será el tuyo —escupe tan enfadado que me sorprende.
La venda está cayendo. A pesar de que nunca compartí todos los sangrientos detalles, siempre supo de la existencia de la Dama Negra. Aunque tenía mis sospechas de que nunca asumió que un monstruo así se escondiera detrás de su rostro angelical. La idealizada visión de Andrea Avellaneda que tenía se ha visto manchada por la oscuridad de su otra cara y no sé cuánto puede estar afectando esto a sus ideas preconcebidas. El desconocimiento del adversario es un error de novato, algo que él jamás admitirá aun cuando está claro que la situación lo está superando.
—Ni se te ocurra volver a hablarme así —advierte muy seria.
—¿O qué?
—O puede que mañana Andrea no despierte. Sería una pena que en un descuido acabara con su vida.
Ríe cuando ve el odio y desprecio que despierta en la mirada cristalina del rubio. Mis músculos se tensan antes de descartar la posibilidad. Eso no sucederá, sé a lo que está jugando. Lo que no evita que el simple pensamiento altere momentáneamente mi calma.
Da un par de pasos hacia ella y cuando sus caras de encuentran a unos milímetros, susurra:
—¿De verdad piensas que me importa lo que le pase? A lo mejor la mato antes de que tú tengas la oportunidad.
—Te quedan veinte minutos, Daniel.
—Dinos dónde está —obvia su advertencia retirándose un par de pasos para dejarse caer en la pared de mi lado. Busca las sombras para calmarse y poner una distancia bastante necesaria entre ellos. Aún sentada y maniatada, está al mando de la situación. Es acojonante.
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Editado: 29.10.2024