Detesto los aeropuertos.
Y el aeropuerto de Malava es mil veces peor.
Cientos y cientos de cabezas nadando en este mar que, midiendo bastantes metros de largo, no es suficiente; todos moviéndose con prisa para pesar maletas, chequearse, ir a las puertas de embargue, los familiares que despiden gente... Uhg, no puedo con esto. Hay mucho ruido, mucho movimiento, y de por si somos un grupo considerablemente grande.
Dieciséis personas. ¿No pudieron reducir un poquito la lista para estas vacaciones? No, no pudieron, porque ambos novios no serían capaces de dejar a alguien más por fuera. Ya fue bastante difícil invitar a tan pocos.
Para colmo: muero de hambre y sueño.
—Eres más ojeras que persona —comenta Jarek.
—No lo había notado —le respondo sarcásticamente.
Obvio que lo había notado. No dormí bien anoche, y dormir mal significa tener ojeras terroríficas. Con suerte, mientras pase el día se irán desvaneciendo.
Hace poco pasamos por fin al área de espera, llena de tiendas y, claro, gente. Por suerte, al llegar tan temprano, somos de los primeros en la puerta y conseguimos asientos, en los que estaremos la próxima hora y media. Mi hermana se va con Marcus y con Olivia a recorrer el aeropuerto por aburrimiento, el resto de nosotros, con algo de equipaje, nos quedamos donde estamos. En mi caso, tengo a Jarek al lado, dado que tuvo la gran idea de sentarse allí. Mi plan era estar sola y dormir, como lo está haciendo Karina justo ahora en la hilera de asientos de al lado.
—¿Oyes eso? tu papá te llama —le digo. Por supuesto, Harry no está llamando a nadie.
—¿Quieres que me vaya? —pregunta Jarek. Está vestido con pantalones color caqui y una camisa blanca de manga corta. Muy playero, al igual que todos. Sintiendo la vibra isleña antes de llegar a ella.
—Quiero dormir.
—Entonces no quieres que me vaya —afirma.
—No te estaba respondiendo, estaba comentando —le corrijo—. Si lo que quieres es que responda a tu pregunta: sí, quiero que te vayas —asiento—. Justo allá hay un asiento al lado de mis primos, son mayores que tú, pero seguro te caen bien —miento, dudo que les caiga bien.
—Lucen aburridos —opina.
—Lo son, subjetivamente hablando —concuerdo.
Katy y Karlos son... mellizos divertidos genéricos, supongo. Nunca me han tratado mal, pero creo que comprenden que no me interesa mucho saber qué han hecho con sus vacaciones de la universidad.
—Puedes dormir, yo no te lo estoy impidiendo —cierto, pero no del todo.
En lugar de pensar sobre por qué no lo quiero aquí, decido escapar.
—Iré al baño —me levanto del asiento y camino hacia el enorme pasillo que está entre las puertas y las tiendas... justo cuando Katy se levanta de su asiento.
Ella no duda en secuestrarme para ir juntas. Bueno, tampoco hubiese tenido opción, se vería demasiado mal estar yendo al mismo lugar y no ir juntas; además, debo admitir que las multitudes me asustan un poco, así que ir acompañada es mejor que ir sola.
—Primita, hace tanto que no hablamos —me dice ella. El baño está algo lejos—. El día de la fiesta estaba muy enfocada en Jessica y en conocer a la familia de Eddy, ni siquiera te presté atención —se disculpa.
—No te preocupes, de todas formas, sabes que no soy muy habladora —respondo.
—¿En serio? Porque te he visto hablar bastante con ese chico de rulos. Es el hermano de Eddy, ¿no? ¿Son novios o algo así? —pregunta, dándome codazos en el brazo.
El estómago se me revuelve.
—Sí, es el hermano de Eddy. No, no es mi novio.
—¿De verdad? Ahí hay algo, estoy segura —conspira.
—Lo único que hay es una tolerancia decente, nada más —le aseguro.
No alimento más el tema, por mucho que ella siga preguntando o bromeando. Entro al baño, hago pipí, salimos y, al llegar a nuestra puerta de nuevo, me encuentro con que, para mi beneficio, Jarek está hablando con su hermano en la otra hilera de asientos al lado de donde yo me senté: puedo dormir en paz.
Y eso hago. Tan pronto como me siento, y usando mi mochila como cojín, cierro los ojos y poco a poco alcanzo a quedarme dormida.
Ya dentro del avión, en una fila algo lenta para avanzar y buscar mi asiento, entro en desesperación.
¿Podrían por favor moverse más rápido?
Segundos que parecieron minutos después, estoy buscando con la vista mi asiento: el D06. Al encontrarlo, me alegro porque se trata del que da hacia la ventana. Me acomodo en este y ruego al cielo que no me toque al lado de nadie, cosa que es pedir demasiado. Ya todos los demás están acomodados, y puede que me toque con un completo extraño, que ojalá no sea de esas viejas que te hablan todo el viaje...
—Vaya, vaya, que grata casualidad —dice Jarek, mirándome de pie en el angosto pasillo del avión.
Maldita sea.
—Dudo mucho que sea una coincidencia —pongo mi codo en el apoyabrazos y miro hacia la ventana. Jarek se sienta junto a mí.
—¿Por qué lo dices? —pregunta. Algo en el tono con el que habla me hace pensar que sabe a qué me refiero.
—No lo sé, ¿por qué lo digo? —me hago la tonta.
Nadie responde, nadie dice más nada. Y si resulta ser así por las próximas dos horas, sería perfecto.
En los asientos que hay delante de mí hay demasiada cháchara. Están Britney y Daniel, quienes tienen un buen rato hablando, cosa que se me haría indiferente de no ser porque son muy ruidosos. Se ríen alto, se molestan... ¿se podrían callar?
—Yo me he aguantado a esos dos desde que soy niño —menciona Jarek minutos después del despegue, notando mi rostro de furia absoluta—. Por suerte, Kevin es más callado, qué triste que no haya venido.
—Y yo que pensaba que Marcus y Annabelle eran ruidosos —bufo.
Saco de mi mochila mi teléfono y mis audífonos. Mi plan principal era dormir, pero con este ruido no puedo hacerlo, así que optaré por desconectarme del entorno de otra forma. Pongo mi playlist favorita y cierro los ojos. Así paso unos minutos, en completa paz, hasta que, por su puesto, el universo vuelve a atacarme porque me odia y no quiere que esté feliz.