Abro los ojos poco a poco. Siempre, cuando es de mañana, duro unos minutos tirada en la cama preguntándome si de verdad vale la pena existir justo ahora, peleo con las ganas de seguir durmiendo, me resigno a que la vida no se trata solo de dormir y, entonces, decido levantarme. Estoy pasando por la resignación, con la mejilla pegada en el colchón, mirando hacia la pared donde está la repisa con mi ropa, envuelta todavía en mis sabanas...
Un minuto... ¿Qué hago en la cama?
Sobresaltada me siento de golpe y miro a mi alrededor. Perfecto, no hay chico semidesnudo a mi lado como en esas tontas películas, tampoco está saliendo del baño con una toalla amarrada al abdomen, cosa que sería bastante cliché. No hay nadie más que yo.
Suelto aire aliviada, por un segundo pensé que, en medio de la noche y por quién sabe qué razón, había terminado durmiendo al lado de Jarek.
De nuevo pienso... ¿qué rayos hago en la cama?
Mi lógica me dice que Jarek, en algún punto de la madrugada o mañana, decidió irse a algún lugar y tuvo compasión por la pobre Camille, así que la dejó cuidadosamente en la cama antes de marcharse. Sí, sí, qué tierno, qué bonito, qué adorable, pero sigo sin olvidar el olor de su vomito.
Asco.
Bostezo para terminar de pararme de la cama. Son las nueve y veinte.
¡Son las nueve y veinte! Se supone que a las diez daremos un tour por la ciudad, y yo ni me he bañado, ni vestido, ni he comido. ¡No he comido! Tengo demasiada hambre. Odio todo.
A la velocidad de la luz me doy una ducha y luego me visto con un jean de tiro alto, un crop top blanco y sandalias de este mismo color. Al verme al espejo, noto mis ojeras, producto de la no tan buena noche que pasé en el sillón. Duré un buen rato dando vueltas antes de quedarme dormida, y mi sueño estuvo tan pesado que despertar fue obra del reloj natural de mi cuerpo. Luzco horrible, en resumen.
Bueno, mi físico es lo menos importante. No he comido, y diez minutos antes de las diez todos debemos estar en la recepción reunidos. Mientras salgo corriendo fuera de la habitación, para bajar directo al restaurante, me pregunto si en cinco minutos lograré tomar algo decente que, por supuesto, me llevaré para comer en el camino.
—¡Cami! —me grita Jessica desde lejos. Ya estoy fuera del edificio, caminando hacia el restaurant. Me volteo y la veo caminando hacia mí, con Eddy a un lado. Tiene un vestido blanco estilo chaleco con un cinturón rojo, muy bonito.
—Buenos días —le digo a ambos cuando ya los tengo enfrente. Comenzamos a andar en dirección a... ¿a qué? El restaurant y la salida quedan en la misma dirección.
—¿Qué tal estuvo la fiesta anoche? —pregunta Eddy.
—Nada interesante, nos fuimos temprano —resumo.
—Oh, o sea que estabas con Jarek —afirma mi hermana, agudizando un poco la voz.
Ay, ¿para qué utilice una palabra en plural?
—Nos encontramos luego de un rato y ambos estábamos aburridos así que fuimos juntos a nuestras respectivas habitaciones. A penas lo vi el resto de la fiesta —miento y no miento. Estamos por pasar cerca del restaurante. ¿Será que entro? ¿Será que no?
—¿Crees que haya tomado? Hace una hora y media lo vi en el desayuno algo extraño —indaga Eddy.
Entre mentirle a mi cuñado y acusar a Jarek, prefiero permanecer neutral mientras mi estomago ruje.
Tomaré algo rápido. Y los alcanzaré en un minuto.
—Como dije, a penas lo vi en la fiesta —concluyo—. Con su permiso —digo antes de desviarme a la derecha para entrar al restaurante, donde hay gente comiendo, pero no llenan ni la mitad de las sillas. La hora fuerte donde todo mundo desayuna ya pasó.
Cinco minutos... no, cuatro minutos. Hago fila detrás de personas que están por pasar en la mesa donde se encuentran los acompañantes, que hoy son distintas frutas. Hay muchas: peras, manzanas, plátanos, uvas, sandía, duraznos, naranjas... Al estar por fin en la mesa tomo una manzana y un racimo de uvas antes de caminar hasta la salida y avanzar rápidamente al lobby del resort.
Al llegar allí, lugar con decoración colorida y diversos espacios con sofás y mesitas de café que ocupan los promotores del lugar para hablar con los recién llegados, busco con la mirada al tumulto de gente con el que vine a esta isla y los encuentro fácilmente. No es como que un grupo de más de quince personas se vaya a camuflar.
Todos están ahí, la única que falta soy yo. Hasta Jarek, que hoy tiene unos lentes oscuros para disimular su obvia resaca, llegó más temprano que yo. El chico luce unas bermudas purpura con una camisa blanca de mangas largas, la cual ha dejado medio desabotonada porque, obvio, estamos en la playa, arena, mar, calor, sensualidad veraniega, es vitalmente necesario. ¿En qué momento pudo entrar en su habitación? Ni idea. El resto está o sentado en los sillones, o parado, todos charlando entre sí.
Obviando los comentarios sobre haber llegado dos minutos tarde, Jessica toma el control de la situación, como le gusta. Nos explica lo que haremos, las dos paradas que habrá en sitios turísticos de la ciudad, que preferiblemente no nos separemos, que rento la parte de arriba del autobús, que esto, que lo otro. Yo estoy muy ocupada comiéndome mis uvas.
Siendo ya casi la hora de salida del autobús, que espera en el estacionamiento del resort, Jessica nos pide seguirla para que como pollitos vayamos allí. Ya fuera del lobby, en la extensa entrada al resort, caminamos por la vereda al estacionamiento del lugar, y es sencillo saber cuál será nuestra carroza el día de hoy: un autobús amarillo, de tamaño mediano, de dos pisos y el segundo sin techo es lo que nos aguarda para nuestro paseo.
Hay otro grupo de unas doce personas esperando a subir, y justo cuando llegamos el chofer abre la puerta, dado que son las diez en punto. El sol está especialmente potente hoy, mas olvidé traer lentes oscuros, por lo que tendré que aguantármelo. Mientras espero a que nos toque subir, observo a mi alrededor: el estacionamiento es muy gris, aparte de ser enorme y estar lleno de autos. El pavimento solo lo hace más disgustante a la vista, que arruina por completo el grato ambiente dentro del lobby.