Jarek trata de aguantarse la risa, pero no puede y suelta varias carcajadas antes de echarse hacia atrás y volver a su puesto.
—Tuviste que ver tu cara —dice aún entre risas—. Solo bromeaba, lo siento, no me golpees o algo —pide levantando las manos y poniéndose de nuevo los lentes.
Pero yo ni me estoy riendo, ni quiero golpearlo, ni nada por estilo. Solo quiero salir corriendo y no verlo en lo que resta de estas vacaciones, cosa que no puedo hacer porque, claro, estamos en un vehículo sin techo y las reglas me impiden levantarme mientras está en movimiento.
Lo que hago es arrugar la frente antes de voltearme hacia los árboles que todavía envuelven cada lado de la carretera y cruzarme de brazos.
Jarek es un idiota, el más grande idiota, un idiota sin remedio.
—Hey, no me digas que de verdad te enojaste —vuelve a golpearme el brazo, esta vez ni volteo a verle—. Cami, vamos, solo quería molestarte un poco —me toma del hombro, sacudiéndolo sin mucha fuerza para llamar mi atención.
No va a obtener nada de mí.
—Oye, lo siento, ¿bien? Ya no invadiré tu espacio así de nuevo —continúa disculpándose, pero yo no doy brazo a torcer.
No quiero verlo, ni escucharlo, ni mucho menos estar a su lado. ¡Ve más rápido, estúpido autobús, llega de una vez!
Luego de otro poco de insistencia, Jarek me deja en paz y cesa de hablar. ¡Gracias! Al fin haces algo útil.
Estoy enojada, muy enojada, pero ¿por qué?
No solo estoy enojada, por alguna razón también quiero llorar. No va a pasar, por supuesto, pero tengo unas enormes ganas de hacerlo. Dios, soy un revoltijo de sentimientos justo ahora, y no entiendo ninguno de ellos.
¡Todo es culpa de Jarek!
Por esto no puedo disfrutar el tour cuando comienza realmente. Un hombre sube a este piso para contarnos las cosas que vemos, como la entrada de la ciudad, con una escultura muy grande en forma de delfín, que es el animal más característico de la isla, unas letras que forman Liauna del otro lado de la carretera. Un poco más adelante, cuando ya estamos bien dentro de la ciudad, señala estructuras, sitios históricos, que si aquí ocurrió la batalla de no sé qué, que si allá comenzó a crecer la ciudad. No presto atención a nada, porque todo lo que hay dentro de mi cabeza es Jarek y su idiotez.
Luego de vueltas y vueltas, el autobús se detiene en un estacionamiento no muy lejos de la playa, que está más allá de un montón de negocios y restaurantes.
—Llegamos a la primera parada, la plaza Lila, lugar lleno de locales de comida y artículos artesanales que desde hace años ha sido espacio para emprendedores nativos de la isla. Hay baños, pueden dar un paseo corto por la playa y, si muestran si ticket de este bus, en el local número siete recibirán un cono de helado gratis —indica el hombre antes de dejarnos bajar.
Todos salimos del bus y nos agrupamos de nuevo en la vereda frente a este. Sin esperar ni un segundo me alejo lo más que pueda de Jarek y quedo al lado de mi hermana en el círculo de personas.
—Tenemos media hora para pasear por aquí, así que vayamos a comer un helado juntos y luego pueden ir a donde quieran, pero no se alejen demasiado —sugiere mi hermana.
Dicho eso, ella anuncia que tomará una foto, todos nos ordenamos para esta y, ya tomada, avanzamos hacia la plaza.
Es una plaza con forma interesante: se trata de una circunferencia que mientras más al centro te diriges, más bajas de nivel, y en cada nivel hay locales rodeándote, como si fuesen pasillos. Aunque hay dos zonas que te llevan directamente al centro de la plaza, donde hay un parque para niños, una a pocos metros de nosotros, y otra detrás del parque, que lleva hacia la arena y, por ende, hacia la playa.
Sin perder mucho tiempo, en grupo caminamos hasta el primer pasillo de negocios, para el que debemos subir dos escalones. Es Eddy quien señala el local correspondiente, con un siete en el techo de paja. Se ve rustico, pero parece que quiere verse así a propósito, ya que el refrigerador que mantiene fríos los helados tiene bordes de madera también. La mujer que atiende el lugar, al igual que otros que alcance a ver, tiene rasgos muy típicos de los nativos de la isla. Es muy bella, con una larga trenza con flores cayendo de su hombro.
Mi hermana es quien muestra el ticket del autobús, que le garantiza a la mujer, supongo una afiliada al resort, que debe darnos helados gratis. Unos simples, pero gratis, a fin de cuentas. Ni mis padres, ni los de Eddy ni Karina desean helados, por lo que es menos trabajo para la mujer.
Como siempre, soy la última en pedir y elijo un cono de pistacho. No hay donde sentarnos acá, sigue siendo un pasillo por el que debes transitar, así que avanzamos y avanzamos hasta salir de la circunferencia de locales y llegar a un sendero de madera que da hasta la arena de la playa y a otros locales más amplios. También hay mesas de picnic y bancos. Ahí nos sentamos lo que duren los helados.
—¿Estás bien, cariño? —me pregunta mi mamá, con quien apenas y he hablado desde que llegamos—. Pareciera que quisieras asesinar al helado —bromea.
Tiene razón, he estado perdida en mis pensamientos algunos segundos, y sin darme cuenta eso sucedió mientras observaba el helado, que ya se está empezando a derretir. Le doy unas lamidas antes de responder.
—Sí, estoy bien —lo dudará, por ello me ideo una excusa—. Olvidé mis lentes de sol, así que me duele un poco la cabeza, eso es todo —respondo.
—¿Quieres que te preste los míos? —pregunta Jarek, sentado en diagonal a mí al lado de Marcus.
¿Algo de ti? Justo ahora, no gracias. Idiota.
—No, gracias —omito lo primero que pienso y dejo lo moralmente adecuado.
Me termino el helado con rapidez para irme a caminar sola. Eso necesito, necesito alejarme del resto y pensar, o no hacerlo, porque si me pongo a pensar en todo lo que tengo dentro voy a terminar quemando algo.