Cinco en total. Esa es la cantidad exacta de chicos que alguna vez me hicieron sentir un interés ligeramente romántico. Dos de ellos en primera, dos en los últimos años de la escuela, y uno que se llama Jarek.
Dan y Héctor estudiaban conmigo, y cada uno me interesó en momentos distintos: el primero en cuarto grado y el segundo en sexto. Dan era mi amigo, solía compartir los dulces que su mamá le daba para acompañar su almuerzo conmigo. Me gustó un mes antes de que me diera cuenta de que no servía de nada sentir algo así por alguien a esa edad, y cuando tuvimos más edad ya no hablábamos. Héctor no era mi amigo, pero solíamos quedar juntos en trabajos escolares por nuestros apellidos. Me comenzó a gustar porque me defendió de un tonto cavernícola de la otra sección que me molestaba por haberle rechazado. Llegaron las vacaciones, cambié de escuela, no lo volví a ver.
Christian y Dave fueron más serios. A Christian lo veía de lejos, era de la sección B. Era muy guapo, tanto como puede serlo un chico de segundo de secundaria. Pasaron dos meses hasta que lo conocí por un evento escolar y... decepción absoluta. La historia con Dave fue la más reciente, hace año y medio. Era mi compañero de clases, y por él sentía algo ligeramente parecido a lo que siento por Jarek: me ponía nerviosa cuando estaba cerca, quería pasar tiempo con él... pero él solo me veía como amiga. Estaba enamorado de Kristen, que era de mi grupo de amigas. La ultima vez que lo vi fue en la ceremonia de graduación, y para entonces ya hace mucho que mis sentimientos se habían desvanecido.
Todos y cada uno de ellos tienen algo en común: cuando decidí que ya no me gustarían más, así fue. A la mañana siguiente los omití de mi cabeza y cualquier pensamiento romántico hacia ellos desapareció.
Jarek... ni siquiera voy a comentar qué pasa con él. Es obvio, ¿no?
Seguiré intentando hasta que se vaya de mi cabeza.
—Tu madre estaba algo preocupada por que no fuiste con nosotros al acuario —me comenta Félix.
Almorzamos lo mismo: guiso de carne con pure de papas y ensalada.
—No tenía muchas ganas de salir, ya se lo comenté —respondo, encogiéndome de hombros.
Sí... eso tiene una razón de ser.
Ayer, luego de volver, Jarek se fue con Triz como era obvio que haría, y yo pensé que, como todo en la vida, me daría lo mismo. Nada más alejado de la verdad.
Cuando recibí un mensaje suyo volviendo a insistir en que le acompañara, no le respondí. En cambio, un rato después, salí al pasillo de afuera a ver si alcanzaba a verlos, y a esa hora no era muy difícil, no había tanta gente en las piscinas. Estaban ahí, nadando juntos, riéndose, pasándola bien, sin un Owen que fuese tercera rueda, al menos no hasta donde me alcanzaba la vista.
Y lloré.
No lloré porque él estuviese con ella, o porque no estuviese conmigo. Lloré porque sigo sin entender por qué justo ese ser tiene que gustarme hasta este punto.
Es una porquería.
—Me ha dicho que la tienes abandonada —dice.
—Oh, ¿y ahora son mejores amigas? Qué lindo —bufo, mordisqueando la carne.
—Siempre hemos sido amigos, hasta cuando éramos esposos —me sonríe.
—No fuiste tan amistoso cuando le gritaste que dejara de molestarte aquella noche que decidieron divorciarse —lo miro directo a los ojos—. O eso me contó mi madre, no es como que yo tuviese conciencia de lo que pasaba.
—Los amigos pelean a veces, aunque eso tú no debes saberlo —por primera vez en varios días, me responde con ese humor ácido que suele esconder, ese humor que, cuando sale a flote, hace que me agrade un poco más.
Porque con ese humor deja de aparentar ser amigable y perfecto.
—¿Puedo preguntarte algo, papá? —hago énfasis en la última palabra, de forma poco natural.
—Después de decirme papá, dime qué tanta herencia quieres —se ríe.
—Tenías a una mujer hermosa, exitosa, independiente, fuerte, brillante, y a dos preciosas y bien portadas hijas... ¿por qué decidiste tirarlo todo a la basura? —pregunto con real curiosidad, ya que nunca lo había hecho antes.
Yo tenía dos años. La mayor parte de mis recuerdos sobre mi padre son distantes. Félix estaba a veces, pero era obvio que la relación entre él y la magnífica Barbara era terrible... hasta que dejo de serlo, y volvieron a ser amigos.
Félix, pudiste tenerlo todo, y sigues teniéndolo todo, solo que no tienes amor.
Al menos no el mío.
—Porque era un imbécil, supongo —responde, bajando la cabeza hacia su plato.
Uhm... esto es nuevo.
Creo que nunca antes lo había visto así.
—No tengo mucha hambre, ya me voy —dice, dejando su plato a medio comer mientras se acomoda para levantarse.
—Espera, ¿te vas así nada más cuando toco un tema que te afecta? —le digo cuando ya lo tengo parado a un lado, a punto de marcharse.
—Sí, ¿tengo derecho a no querer hablar más sobre algo?
—Tal vez hablar sobre eso sea mejor que huir —le aconsejo.
—Huiré hasta que me sienta preparado —vuelve a avanzar—. Tú siempre huyes, al fin y al cabo.
Con eso, se va.
Félix, que se supone que es el señor de cuarenta y tantos años, que se supone que es el adulto, el responsable, el serio, acaba de huir de una situación incomoda donde, por primera vez, le he visto lucir arrepentido. No por sus palabras, sino por su expresión, por la forma en la que lo admitió. Se fue, evitando que ese momento se extendiese y no lo negó. Confesó abiertamente que no estaba listo.
Al fin hace algo que, ante mis ojos, es real, honesto y respetable.
Por un loco segundo, hasta ha formado una sonrisa en mi rostro.
Bueno, Félix, si te dejas ver así un poco más, tal vez las cosas mejoren.
En el camino de vuelta a mi habitación, mi mente mi está en blanco por fin. No pienso en nadie, aparte de procesar las imágenes que mis ojos captan alrededor. Gente divirtiéndose, hablando, saliendo y entrando de los edificios, monitores resolviendo problemas, y un radiante sol que no me está pegando en lo absoluto porque camino en la sombra que da el pasillo hasta el edificio donde está mi habitación.