No camino a paso rápido, mas bien voy con toda la tranquilidad del mundo y sin decir ni una sola palabra hasta llegar a la entrada de la playa nuevamente. Es ahí donde no sé muy bien qué hacer, pues me planto en el suelo, miro a los arboles y trato de buscar una respuesta lógica a lo que acabo de ver.
Félix y Barbara, papá y mamá, divorciados, amigados... ¿por qué demonios estaban besándose? ¿Desde cuando sucede esto? No tiene sentido, no ha habido ni un solo atisbo de que vuelvan a sentir algo el uno por el otro, y el solo pensar que algo como eso está sucediendo...
—¿Estás bien? —pregunta Jarek.
No, Jarek, no estoy bien, no estoy nada bien.
Entonces comienzo a caminar hacia nuestras habitaciones. Por supuesto, él me sigue, aunque ni siquiera lo miro, no puedo sacarme de la cabeza la imagen de mis padres besándose. Nunca los había visto actuar de manera romántica, yo era una bebé cuando se separaron y, para ser franca, se me hace muy desagradarme ver a Félix con sus manos sobre mi madre.
Por más que mi madre sea libre de vivir su vida amorosa como quiera... ¡¿Por qué Félix de nuevo?! Ya esto fracasó una vez, y lo volverá a hacer, estoy segura, no tengo ni una duda de que eventualmente todo se ira a la mierda como pasó antes.
Y de la nada estoy frente a mi puerta.
—Camille, no me voy a ir hasta saber si estás bien —insiste el chico, cuya voz he omitido de mi cabeza los últimos minutos.
Miro hacia atrás, veo el cielo, la playa, los árboles y, por último, veo la colina.
—Iré a la colina —le anuncio.
—Te acompañaré —se une al plan.
—Sí, por eso lo digo —suelto—. Busca tus cosas, vamos en cinco minutos —digo antes de abrir la puerta y entrar en la habitación.
Decido quedarme con lo que tengo puesto, un jean y una playera naranja. Tomo mi mochila grande y meto en ella una de las mantas que hay en la cama, unas papas que compré ayer y no me comí, una lata de gaseosa de limón y mi teléfono. Voy al baño, me lavo la cara, me pongo la mochila encima y salgo. Diez segundos después, Jarek también sale de su habitación.
—¿Se puede saber a qué vamos? —pregunta mientras bajamos las escaleras.
—Quiero evitar a todo el mundo —respondo.
—¿Y a mí no? —se hace el coqueto, golpeándome con el brazo amistosamente.
Jarek, ahora no, por favor.
—No, a ti no —admito con seriedad.
Para mi sorpresa, ese comentario parece sacarlo de su lugar, pues ni responde, ni sigue jugando con ello. Se queda callado, y mejor que sea así.
El camino a la colina comienza dirigiéndonos a la izquierda de donde esta nuestro edificio. Es un pasillo largo y ancho con palmeras a cada lado, el cual te lleva a otros lugares del resort, la mayoría actividades para niños. Hay un parque infantil un terreno para pasear a caballo aparte de la ruta que puedes hacer en ellos hasta la cima de la colina, también hay otro restaurante especializado en comida del mar, este sí es dirigido a adultos. Mientras más caminas, más cosas descubres y te vas alejando del centro del resort.
Llegado a cierto punto el camino se divide en dos: el sendero para subir a pie, y el sendero para subir a caballo. Por supuesto, nosotros nos vamos a pie, cuya ruta es algo más rustica de lo que me imaginaba, a pesar de tener tablas de madera desde que empieza hasta que termina. No caminaremos demasiado, no es una colina tan grande, pero al menos me distraerá porque la verdad es que justo ahora quisiera olvidarme de la imagen de mis padres compartiendo saliva.
El sendero va en zigzag a lo largo de la colina, y es relajante escuchar nuestras pisadas sobre la madera. El sol ya está por ponerse, y con él la gente que estaba en la cima ya comienza a bajar. Nosotros somos los únicos, al menos desde aquí, que vamos en subida.
—Te debo caer muy bien si estás dispuesto a hacer esta tontería aun cuando llevo quince minutos sin abrir la boca —le digo.
—¿Que? ¿No sabías que también me gusta estar callado a veces? —pregunta.
—Lo anotaré en la lista de cosas que sé de ti, gracias —respondo.
Cuando llegamos a la cima un rato después, el terreno se aplana y es tan regular que no puede ser natural. Es bonito, y a esta hora mucho más. Hay varias bancas, cercas protegiendo cada centímetro que lleve a una caída peligrosa y una vista perfecta a la puesta de sol. Todavía hay unas cuantas personas aquí, puede que justo para ver el atardecer.
—Llegamos, ¿ahora qué? —dice, caminando conmigo hasta el limite de la colina que da hacia la playa, cuya caída luce aterradora.
No le respondo, en cambio, dejo mi mochila sobre la banca que tenemos a un lado y saco de esta la manta gruesa que traje, la cual tiendo sobre el suelo de tierra y pasto para entonces sentarme encima. El chico me sigue y en cuestión de minutos tenemos las papas afuera, unos malvaviscos que trajo y dos latas, una de gaseosa de limón y otra de cola.
—Entonces... —deja la frase en el aire.
—Sí, vi a mis padres divorciados besándose y decidí escapar de todo un rato para reorganizar mis pensamientos porque realmente no sé qué pensar sobre esta situación y, lo más probable, es que quiera patear a Félix —resumo—. ¿Quedó claro?
—No veo el problema en que estén reviviendo su romance —opina, abriendo la bolsa de malvaviscos—. La mayoría de la gente preferiría eso a tener padres separados.
—Tú qué sabes, tus padres llevan varios años juntos —bufo con cierta brusquedad.
—Sí, cierto —él se lo toma con humor.
Comemos en silencio un rato. Solo se escucha el crujir de las papas, los sorbos de gaseosa y las charlas que tienes desconocidos a lo lejos.
—¿Te puedo preguntar por qué decidiste venir conmigo a sabiendas de que te aburrirías como el demonio y solo me verías frustrada y enojada por lo de mis padres?
—No me aburro estando contigo, esa idea te la inventas tú sola —asegura, con malvaviscos en la boca.