Nueve de la mañana.
Legalmente, Jessica ahora tiene el apellido Johnson.
Pero, vamos, lo que todo el mundo espera es la verdadera celebración de la boda, no la firma de un documento que luego los recién casados tendrán que revalidar en Malava. Queremos el vestido blanco, las flores, la música genérica, la gente llorando...
El matrimonio civil lo hicieron en un pequeño salón simple que nos prestó el amigo del padre de Eddy, o sea, el codueño del resort. Sí, fue muy bonito y todo, pero la caminata al altar será mucho más emotiva. Estarán el resto de los invitados, amigos y familia cercana de cada uno de los novios, habrá discursos, fiesta, comida, mucha comida... Y debo apurarme en ir a ayudar.
Esta es la parte estresante, y la que más temía que llegara. A las dos debería de comenzar la ceremonia, a esa hora ya la mayoría de los invitados tendría que estar aquí. Contando con que muchos no se hospedarán aquí por este día, es probable que los que hayan alquilado algo en la ciudad se tarden un poco. A no más de las tres de la tarde, Jessica estará haciendo su caminata. Por ello, tenemos unas cinco horas para que todo quede listo y perfecto.
La boda será en el terreno que hay entre el centro del resort y la colina, un espacio amplio llano con pasto bien podado, cercano a la playa, y con un salón de tamaño mediano donde estará la comida, la pista de baile y las mesas.
Yo, siendo la dama de honor principal, debo asegurarme de que tanto la preparación de Jessica como la de la fiesta esté en orden, junto con las otras damas: Karina, Olivia, Katy y Annabelle, quien debería llegar pronto, dado que no nos acompañó en el viaje. Jessica decidió que todas menos yo le ayudasen con el maquillaje y al vestirse, pero que media hora antes de salir de su cabaña y hacer el recorrido —en carrosa halada por caballos, claro que sí—, hasta el espacio de la ceremonia, sea solo yo quien la acompañe. Así que ahora que el desayuno especial ha terminado, debo encargarme de contribuir en que la organización sea impecable.
—A las 1:30pm o antes debes estar en mi cabaña, ¿bien? —me recuerda Jessica, tomándome de las manos. Todos están yéndose del salón para dirigirse al terreno, o a acompañar a los novios respectivamente.
—No te preocupes, allí estaré —le aseguro. Esta mañana dejé mi vestido y mis zapatos allá, así que no habrá espacio para retrasos—. Anda, tienes que relajarte.
Con eso dicho, mi hermana me muestra sus dientes y sigue con sus amigas y damas a lo que sea que estas hayan preparado para darle paz antes del gran momento. Según les escuché decir, harán una sesión de fotos con el vestido de fiesta antes de dejarla lista para el altar.
—Señorita, ¿nos vamos? —me pregunta la voz de Jarek detrás de mí.
Está vestido con una camisa de rayas de diferentes tonos de azul y pantalones oscuros, elegante pero muy de su estilo. Yo no me produce demasiado, me pareció suficiente usar un conjunto de cuerpo entero lila.
—¿No vas a acompañar a Eddy? —le pregunto. Ya la sala está quedando vacía, así que salimos también.
Estamos en el primer piso del edificio con salones recreativos, cerca del lobby y del restaurante.
—Iré después, ahora mi deber es ayudar a armar la ceremonia —se pone la mano en el pecho—. Daniel y Kevin se encargarán de mi hermano un rato —a Kevin lo vi en la fiesta pero, al igual que Annabel, no vino al viaje.
—Vamos entonces.
Codo a codo andamos hasta llegar a nuestras habitaciones, solo para cambiarnos a una ropa más casual. De allí caminamos juntos hacia el camino a la colina. A cada lado del ancho sendero de tierra, hay espacios muy amplios. En el que tenemos a la izquierda, que más allá da un bosque de palmeras, hay un parque para niños, y en su extremo otro sendero que lleva al estacionamiento del resort; en el de la derecha, y en el que estamos entrando ahora, solo hay un salón de eventos. El resto del espacio está vacío justo para armar aquí todo tipo de escenarios, en este caso, una boda. Mucho más allá, tenemos la arena y luego la playa.
Ya mis padres y los de Jarek están aquí, junto a mis primos, Penélope y unos hombres que están sacando cosas de un almacén al lado del salón. Hay tan poco armado que siento que no nos va a dar suficiente tiempo. Sin embargo, no estaremos solos, ya que el resort nos dejó robarnos a unos cuantos empleados que suelen encargarse de los eventos que hay dentro de este, y justo con ellos están hablando Harry y Mary-Anne a unos pocos metros de mí.
—Hay bastante que hacer —digo a la nada mirando a mi alrededor, con los brazos cruzados.
—No tanto —Jarek se encoje de hombros—. Organizar las sillas, ubicar las mesas, llenar ese arco metálico de flores —señala el susodicho, ubicado unos quince metros lejos de la entrada al salón, entre estos dos hay que poner las sillas—, colgar tonterías aquí y allá, decorar el interior... si empezamos ahora, en un pestañeo esto se verá maravilloso —el chico, lleno de seguridad, se pone sus lentes oscuros y sonríe—. Iré a buscar alguna bocina donde poner música animada, si no, moriré de aburrimiento. ¿Sobrevivirás sin tenerme a tu lado dos minutos, bebé?
—Anda a poner tu música, engendro —le doy una palmada en la espalda, cosa que le hace comenzar a caminar en busca del equipo de sonido que debería de estar por ahí, pues es de las cosas que con antelación deben ser armadas para probar el sonido de adentro.
Jarek se voltea cuando está a unos dos metros de mí, se baja los lentes de sol y me lanza un beso antes de seguir con su camino.
Pff, idiota.
Hermoso idiota.
Me acerco a mi madre, que está con la cabeza pegada al teléfono. Al estar frente a ella, levanta la mirada.
—¿Qué haces? —le pregunto, luce agitada, y con razón, pues hasta a mí me está causando inquietud el no comenzar ya a montar todo.
—Estoy encargándome de los invitados. Algunos ya vienen porque quieren ayudar, y otros vendrán justo para la ceremonia, así que debo estar pendiente de los que están en camino —comenta, justo cuando su teléfono suena.