La distancia que nos separa

Capítulo 36 - Crecer

Cuando Roma terminó el colegio primario, fue un gran evento de graduación. Fue la primera vez que le dieron permiso para dormir en la casa de una amiga que vivía en el mismo barrio y juntas asistían al mismo colegio. Vir y Ger estaban aterrorizados por la inminente llegada de la adolescencia de la niña, ella era muy buena, nada rebelde, pero todos recordaban a su padre...

Roma sabía que Ger no era su padre biológico, sino su tío, pero para ella él lo era todo. Sin embargo, siempre sentía curiosidad por ese hombre de las fotos, al cual era idéntica, el hombre que su mamá había amado toda su vida. Cada vez que hablaba con alguien de su familia de Gaby, eran escurridizos, los únicos que compartían anécdotas de él abiertamente, eran Nico y Andy. A Roma le encantaba oír de las cosas que habían hecho sus padres en la juventud y se sentía con nostalgia, le hubiese gustado conocerlo. Cada vez que podía, pedía quedarse en casa de ellos y los obligaba a comer pizza y contarles una y mil veces historias de sus padres. Para ella, ese amor había sido comparable con el de una película romántica.

Durante la primera semana de aquel año, Virginia se ocupó de dejar en orden todo lo necesario para el colegio de Roma, Ger la acompañó a comprar todo, ambos eran muy ordenados y se dividían los gastos, Germán no aceptaba otra cosa, la niña se reía de ellos,¿ quién compra útiles en enero?

- Pues nosotros, le respondía siempre Vir.

Luego partieron rumbo a Las grutas, ya habían veraneado en Pinamar, donde Vir le mostró todo lo que conocía, aunque sin hablar específicamente de Gabriel, también en Mar de las Pampas y Valeria del Mar.

Las grutas se le presentó como un hermoso mar con aguas celestes del océano atlántico, sus playas son famosas por los acantilados, el mar sereno y cálido. Fueron juntas a las Salinas del Gualicho, a la capilla Stella Maris, a El Sótano y Cañadón de las ostras, y a la feria de artesanos, que tanto les gustaba siempre recorrer juntas cuando viajaban.

Roma siempre era muy feliz cuando viajaban las dos solas, pero ese verano, aún más. Su mamá por primera vez le contó que siempre quisieron visitar aquel lugar con su papá, que el año que casi lo hacen terminaron en Pinamar siguiendo a sus amigos, y si bien había resultado una experiencia hermosa, les quedó eso pendiente. Le contó que en Pinamar habían visitado los mismos lugares donde ellas dos juntas habían estado en el viaje anterior. Le contó también con nostalgia, que durante su travesía en Europa ellos recorrían puestitos callejeros que a Gabriel le encantaban, que habían comprado mil cositas en esos lugares. La chica disfrutó mucho de los relatos; luego, para su decepción, volvió el hermetismo.

A su regreso a Mendoza, previo al inicio de clases de Roma en su primer año de secundario, Vir compró un hotel junto a Fer. Fue una inversión para ayudar a su amiga, para quien era su sueño administrar un hotel.

Nuevamente usó parte de la herencia de sus abuelos, que con los años no había hecho más que aumentar en ganancias y rentas, bajo la estricta vigilancia de Mateo y de Fede.

El hotel que compraron enclavado en la región del Valle de Uco, Mendoza, era simplemente precioso. La región se llama así porque es en realidad un extenso Valle que forma parte de los departamentos de Tupungato, Tunuyán y San Carlos. Tiene variadas atracciones, principalmente el visitado volcán Maipo que a sus pies tiene la hermosa y basta laguna del Diamante. Para completar el paisaje de ensueño, lo enmarca la imponente cordillera de los Andes que regala una hermosa postal todo el año. Es una zona muy turística durante todas las estaciones, en la cual se pueden hacer muchas actividades, entre ellas, recorrer los caminos del vino, tan propios de Mendoza.

Cuando finalmente terminaron las reformas que se les antojaron eternas, Vir estaba encantada con las ideas de Fer, adoraba pasar los fines de semanas ahí, mientras Fer se encargaba toda la semana. Vir iba de lunes a jueves a la veterinaria y se encargaba de las cirugías que tanto odiaba Ani, casi siempre programadas para los lunes y miércoles.

Dentro del vastísimo terreno del hotel que antes había sido una finca gigante, Virginia encontró una parte casi aislada que le daba acceso a un costado del mismo. El terreno estaba como escondido entre un círculo de árboles. Allí hizo construir una casa, parecida a una cabaña, con varias habitaciones y un amplio espacio común. También un camino que le daba acceso directo a la ruta. Todo esto le brindaba una total privacidad. Con el tiempo le agregó otras comodidades como una gran hoguera o un espacio para compartir al aire libre, finalmente una piscina.

A esta altura de su vida, Vir llevaba 13 años sola, todos sus amigos habían encontrado su camino, también ella, salvo que seguía sola.

Después de la charla con su hija, donde ella le contó toda su historia, Roma le pidió que soltara el recuerdo de su padre y fuera feliz, que tratara de dejarse amar.

Era difícil para Vir, porque aún extrañaba a Gabriel. Su recuerdo había sido una constante en su vida; a decir verdad, la había vivido como media vida, como si faltara el otro protagonista. Sonreía, era feliz, se divertía, pero nunca era completo.

Roma era la única capaz de reclamarle lo que todos deseaban pedirle y que realmente lo hiciera, por lo que le pidió algo específico y su madre aceptó. Vir se sacó todos los recuerdos que llevaba encima de su matrimonio, como el anillo que llevaba colgado en una cadena desde siempre. Años antes había depositado el relicario y se había colgado ese anillo. Por este pedido, Vir decidió que, ya que intentaría vivir sin una pareja, lo haría sin torturarse todos los días con el recuerdo permanente del único hombre al que había amado. Cuando él partió a todos les preocupaba que luego de su muerte , se rehusara a volver a amar a alguien, y así fue, nunca abrió su corazón con nadie.




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